Perfecta

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Mi hija piensa que está gorda.

Tiene 15 años y cuando me lo dice, mi yo interior de 15 años, se pone a llorar.

Mi relación con mi cuerpo ha sido un camino largo y tortuoso que comenzó más o menos a los 13 años cuando después de haber sido una niña flacuchenta, me hice bolita.

No lo digo sin descuido. Creo que, literalmente, engordar fue un mecanismo para protegerme de mis emociones, de mis inseguridades, de la relación con mi mamá que estuvo lejos de ser placentera en esas épocas, de mi timidez y, sí, de mi soledad.

Paralelo a eso, crecí escuchando a mi mamá, siempre inconforme con su cuerpo, igual que mi abuela, que siempre estaba “a dieta”, pero consideraba que un cuarto de kg de mantequilla en su pan de las mañanas, o en la sopa de verduras, no era grasa.

He hecho la dieta que me digan, (menos la de la col porque guácala #todotieneunlímite) he estado de todas las tallas y ha sido un martirio perpetuo. He llorado de horror ante mí. Y me he sentido la última Coca-Cola del desierto. Cualquier cosa que me puedan decir del vía crucis que es tomar la decisión de ponerse a dieta y los huevos que requiere hacer una, cualquiera, créanme, la he sentido y vivido.

Me cuidé enormemente en mis embarazos porque para entonces ya tenía un problema de espalda y me fue bastante bien, si no fuera por mi año de amamantar en donde, con toda confianza, agarré la Nutella a cucharadas y me reventé 10 kgs alimentando a esta niña que hoy llora por la misma razón que yo he llorado tantas veces.

Cuando por fin logré regresar a mi “peso ideal” me di cuenta que, para mantenerlo, el requisito era pasarme la vida contando, restringiéndome y, no sé cómo, llegué a la conclusión de que no valía la pena. Creo que los años tuvieron algo que ver también y pude ir haciendo las paces conmigo.  

Decidí no sacrificar mi salud mental a costa de mi peso y hacer todo lo que estaba en mi para tener un peso saludable, sin volverlo una obsesión. Aprendí a comer bien. A ser muy disciplinada en mi ejercicio. A cuidarme lo más posible entre semana y darme permisos (varios) el fin de semana (o un martes cualquiera si algo se presenta) y dejar de estar pinche obsesionada con la talla de mis pantalones.

Me obligué, y me obligo cada que hace falta, a aprender que yo soy así. Con chichis y pompas y piernas y curvas y no un palillo, como preferiría. Es extenuante, pero se va haciendo más fácil. Esto es lo que hay y agradezco que funcione.

Cuando nació esta niña me dejé bien claro que no iba a transmitirle este pinche trauma, esta continua batalla con el cuerpo. Me cuidé férreamente de qué decía y hacía y creo, en serio, que lo hice bastante bien… Y, sin embargo… la de 15 se siente completamente a disgusto con su cuerpo y yo, les reitero, me pongo a llorar quedito.

¡Carajo!

¿Qué traemos las viejas en el ADN que no hemos podido liberarnos de este pedo?

Está demasiado cabrón ser adolescente en la era de las redes sociales…

Si yo a mis 47 tengo que hacer un ejercicio importante cuando me cacho acomplejándome o comparándome con las de mi edad y recordarme que:

  1. no se ve así en persona (es adicta a los filtros y conoce sus ángulos)
  2. sí se ve así, pero es inmamable
  3. es inmamable y bien pendeja
  4. no es inmamable, pero no come nada
  5. entrena 8 horas diarias, no come nada y a costa de eso reventó todas sus relaciones
  6. es su chamba y la peor…
  7. ¡así nacioooó la malditaaaa arrrrggggh!

Imagínense ser pubert@ y estar constantemente expuesto a fotos, boomerangs, snapchats y tiktoks de gente que se ve “perfecta” pero que nunca comparten el lado jodido de su vida.

Ese… el que tenemos todos.

Nuestr@s hij@s están más conscientes que nunca de su apariencia, y están realmente convencidos que están feos, gordos, muy altos, demasiado chaparros, con muy pocas chichis, o demasiadas. Que no está bien verse como se ven… que no está bien ser ell@s.

Están, además, buscando información en fuentes que, muchas veces, no son confiables (sus amigas, o el internet…); tomándose cosas para “no retener líquidos” o “perder grasa”; queriéndose poner, quitar, beber, dejar de masticar, seguir dietas de la “influencer” del momento (que por supuesto tiene 21 años, un desorden alimenticio, botox, rellenos y cero preparación para recomendar nada, pero eso sí, se ve espectacular la maldita).

¿Y nosotras mamás? ¿Ustedes papás? ¿Qué estamos aportando en esto?

Porque si bien es evidente que la publicidad nos ha convencido que ser talla 0 es lo que está bien, que las redes ponen su granote de arena y que ser adolescente es un camino tortuoso desde el principio de los tiempos ¿qué estamos haciendo nosotros para engordar este caldo?   …valga la analogía.

Me parece que tenemos todo que ver y que hemos fomentado esta cultura de “guácala ser gordo” porque en el momento que nos referimos a alguien como si eso lo definiera y que lo primero que decimos es si está gordo o flaco, estamos cagándola olímpicamente.

Porque no, el peso jamás debería de definir a nadie. El peso solo debe de ser importante como un tema de salud. No de validación.

No estar contento con tu cuerpo es terriblemente doloroso, es el origen de depresiones, desórdenes alimenticios, malas relaciones y un sin fin de cosas que se pueden sumar a la lista, pero sobre todo, es la razón número uno para no poder disfrutar la vida y yo no sé ustedes, pero yo si algo quiero para mis hijos, es que tengan la capacidad de ser felices con lo que sea que la vida les mande.

Mamás… ¿no estamos aferradas a estar flaquísimas (a veces más que las hijas) y hacemos absolutamente todo para lograrlo, incluyendo traumar a nuestras chavas dejándoles bien claro que si están gordas (considerando que todo lo que no sea ser talla 0 es estar gorda), no nos van a gustar?

¿Les estamos comprando cosas para enflacar? ¿Nos tomamos o inyectamos cualquier cosa nosotros? ¿Las estamos comparando con las otras niñas? ¿Las hemos torturado toda su vida con la comida buena y la mala? ¿Le estamos diciendo a nuestros hijos que su novia está muy flaquita y linda? ¿Qué la belleza es la talla? ¿Le estamos diciendo a las niñas, o a quién sea, ¡wow que bien te ves tan delgadita! ¡Qué cuerpazo!? ¿Nos trauma que cuando vemos a la nuestra junto a las demás, no sea “la más flaca”? ¿Estamos nosotras mismas viviendo a dieta de licuados, satanizando cualquier cachito de pan? ¿Estamos abusando del ejercicio para quemar las calorías de lo poquito que masticamos o haciéndolo como un hábito saludable que disfrutamos y nos hace sentir bien? ¿Cómo nos expresamos de la gente que tiene sobrepeso? ¿Las estamos poniendo a dieta desde que son niñas? ¿Nos han visto a nosotros vivir a dieta? ¿Y ustedes papás, no estarán mandando el mensaje de que ser gorda está mal y fuchi las mujeres gordas? ¿se la pasan haciendo chistes ofensivos y crueles de la gente con sobrepeso?

Yo, francamente, puedo contestar que no a casi todas las anteriores. Y, sin embargo, mi hija piensa que está gorda y yo lo que pienso es ¿cómo chingados le ayudo?, ¿qué hago?, ¿cómo puedo ahorrarle esta pinche monserga y mandarla directamente a la parte en donde pueda entender que lo importante en la vida va muchísimo más allá que la talla de sus jeans?

¿Cómo diablos le enseño a poner su energía en enfocarse en otras cosas?

Que en lugar de querer ser más flaca, quiera ser más empática. Más culta. Más fuerte. Más solidaria. Más chingona. Más valiente. Más lista. Más ligera. Más disruptiva. Más independiente.  Más autocompasiva. Más amorosa. Más trabajadora. Más leída. Más sencilla. Más agradecida. Más generosa. Más atrevida. Más abierta. Más de armas tomar. Más valemadrista. Más desapegada… Más auténtica.

¿Cómo puedo hacer para que entienda que las apariencias valen absolutamente madres?

Que no se trata de parecer, se trata de ser.

Tenemos que tener bien claro qué es lo que queremos para ellos.

Porque mi hija no está gorda, pero les voy a decir una cosa: si me preguntan ¿qué quiero para ella en el futuro? Preferiría ¡un millón de veces! que pesara más kilos de los “ideales” pero que fuera una persona en paz con ella misma y un ente valioso para su entorno en todos los sentidos. A que fuera una mujer obsesionada con su talla, con cómo se ve, con qué filtro ponerle a la foto, o a cuántos le gusta, esclava del espejo y de la pose, inestable en sus relaciones, deprimida, amargada, incapaz de pensar en nadie más que en ella y con una adicción a cualquier cosa para tratar de llenar el vacío interno (y el hambre)… Vacía.

Pero, lo que realmente quiero, es que aprenda a encontrar el balance, en todo, a sentirse bien en su piel y sepa hacer la paz con su cuerpo y cuidarlo, solo por salud. Que sepa aceptar sus imperfecciones y reírse de la vida ¡y de ella! y quererse… quererse por encima y a pesar de todo. Quiero que le quede muy claro lo valiosa que es. Que sepa hacer sentir bien y relacionarse con los demás porque sabe relacionarse y sentirse bien con ella. Que tenga la capacidad de enriquecerse con cosas reales, esas, las que sí importan y pueda agradecer todo lo que sí tiene cada día.

Y, sobre todo, quiero que sepa que más allá de todo yo la voy a querer ¡siempre! con todo mi corazón y exacta-mente como es.

Perfecta.

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