Por ahí no, Señor Presidente

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Haber llegado a la presidencia con una sólida victoria electoral no es poca cosa. Ese simple hecho le transmite un poder democrático y una legitimidad de origen que lo empodera y respalda muchas de sus decisiones, un apoyo popular que otros funcionarios que se sentaron en la silla presidencial no tuvieron. 

Ser una figura protagónica que sabe hablarle a la gente y convencerla de respaldar decisiones -que parecen carecer de sentido común- no es una característica que abunde en los presidentes del continente. Lo mismo se puede decir de un mandatario que goza de popularidad, producto de años de trabajo político y no producto de campañas publicitarias millonarias a cargo de los contribuyentes. Ambas características son activos muy valiosos en la caja de herramientas de cualquier político, y usted, las posee en suficiencia, Señor Presidente. 

Por si lo anterior no fuese bastante, Señor Presidente, es un excelente administrador del discurso político y sabe construir la discusión mediática con los temas que le son más favorables, dejando de lado aquellos que le incomodan. Esto, sumado a una autoestima muy sólida, le permite enfrentar embates de su desarticulada oposición con señorío y brío, lo cual no hace más que acrecentar su popularidad. Me parece que usted es un animal político (un zoon politikon aristotélico) como no se había visto en décadas. 

Sin lugar a dudas, usted tiene muchos de los atributos y circunstancias que varios de sus antecesores solo soñaron, y sin embargo, creo que se equivoca de camino. Por ahí no es, Señor Presidente. Usted confunde el “sí puedo” con el “sí debo” y de ahí al “que coman pasteles” (o su versión más moderna “que se chinguen”) hay poco trecho. Creo que usted tiene un muy pobre conocimiento de su Constitución y de la teoría de la división de poderes, sobre la cual está redactada y, peor aún, creo que no le interesa deshacerse de esa cómoda ignorancia. 

Conoce a la perfección las viejas y anquilosadas reglas del juego político, las cuales rompe o reinventa con cotidiana maestría a su antojo y conveniencia, haciéndole parecer un aprendiz de estadista, pero cuando necesita de ellas las invoca y utiliza maniqueamente, convirtiéndolo en aquello que dijo que no sería. Esta doble piel no hace más que confundir a su despistada oposición y a la prensa editorialista, lo cual usted interpreta como una victoria personal, olvidándose que hay victorias que envilecen. 

Su pueblo, no solo sus electores, necesita de usted; pide que gobierne para todos, sin polarizar, insultar, engañar, manipular o extorsionar. Claro que usted tiene el poder de pasar por encima de las personas que no piensan como usted, pero no tiene el mandato de hacerlo. Ese no se lo dio nadie. Insisto: que usted pueda salir airoso de obstáculos tan grandes como un intento de juicio político lo hacen ver más aparatoso, pero no le dan la razón. 

Me parece que usted tiene un nocivo doble discurso, que le permite navegar con comodidad entre distintas audiencias sin importarle las inevitables consecuencias de este actuar: 1) las posturas radicales se sienten apoyadas por usted y, con ello, empoderadas; por lo tanto facultada para enmudecer a su contraparte cancelando así el diálogo esencial para la democracia, y 2) usted y la credibilidad de su administración son víctimas de sus palabras, perdiendo con ello parte de lo que lo hacía diferente, generando así una venenosa desilusión en sus seguidores, dejándolos listos para creer lo que sea o, mucho peor, para no creer en nada. 

Usted es arrogante, pero no tanto como para permitirse afirmar “el Estado soy yo”, aunque pareciera que sí cuenta con la suficiente arrogancia como para afirmar “el gobierno soy yo”, haciendo creer que toda idea que sale de su mente es solución per se. Y por ahí no es, Señor Presidente. Su Estado cuenta con agencias y organismos dedicados a obtener datos y cifras para la construcción de políticas públicas acertadas, utilicelos. 

Dese cuenta que usted se está convirtiendo en lo que dijo combatir: un político más, como todos los demás. Reconozca que gobernar requiere de conocimientos y datos, los cuales no pueden ser sustituidos con voluntad, amigos y Twitter. 

Usted es un mal perdedor que no respeta el juego justo cuando éste no le es favorable. Y cuando gana, no le basta ganar, necesita humillar. Su desprecio por la judicatura, el congreso, las mujeres o las minorías raciales es casi tangible y lejos de intentar atemperar estos vicios propios de su carácter los potencializa, hace gala de ellos y alienta sus seguidores a imitarlos. 

Su imagen y con ello la imagen de su país en la comunidad internacional no es envidiable. Cada vez que usted tiene contacto con temas internacionales termina generando una situación peor de la que había y su pueblo es el que paga los platos rotos, literalmente. ¿Qué va hacer con este hecho ahora que busque su reelección? ¿Qué va a pasar si los inversionistas internacionales deciden que su dinero está mejor en otro lugar? La economía de su país es importante globalmente, particularmente para mi país. Por favor, Señor Presidente Donald Trump, corrija su actuar por el bien de su pueblo y de su economía y con ello en beneficio del comercio entre México y Estados Unidos. 

PD: Su política migratoria es una mierda y viola derechos humanos. 

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