Pornografía vs erotismo

Compartir:

- Advertisement -

La literatura erótica tocó a mi puerta hace 14 años. Llegó sin avisar, rompió las cerraduras y se instaló en las yemas de mis dedos. Mi marido me había engañado con una de mis primas hermanas (y mi prima hermana me había engañado con mi marido) y yo lo único que quería era venganza. Simple y vulgar venganza. Fui, o demasiado buena gente, o demasiado cobarde como para consumar una salvajada, y mejor hice lo mío: escribí una novela, Tacones en el armario

Por la naturaleza de la revancha y para que fuera efectiva, en la narración debía de aparecer, además de una mujer inteligente y decidida, que se pasara por el arco del triunfo el dolor del engaño, mucho sexo, con múltiples parejas y dinero de por medio. La venganza funcionó, por cierto, esa fue la novela que me dio a conocer como escritora y además me mostró que el erotismo era mi vocación literaria. Pero esa es otra historia.

Según yo Tacones en el armario era fuerte y explícita, con escenas de sexo dignas de Cinema Golden Choice, suficientes como para sonrojar a mi abuelita, y por eso decidí, ya cuando la publiqué para público masivo, suavizar un poco la situación y apelar por la elegancia de lo sugerente. Así, el cumplido más cotidiano era que gustaba mi literatura por ser fina, respetando aquella famosa línea imaginaria entre el erotismo y la pornografía. Yo me regodeaba en mi atinada decisión.

Aquí debo confesar que aquella había sido una decisión accidental. Jamás me hubiera pasado por la cabeza decir palabras como verga, vagina, coger, puta, coito, y menos incorporarlas a una obra mía. Mi conocimiento del porno era muy limitado, si acaso fotos de mujeres encueradas, vistazos a alguna película que me puso un novio hacía muchos años, misma que por mi educación conservadora aguanté escasos minutos, y eso sí, la lectura de Filosofía del tocador del Marqués de Sade, seguramente edulcorada por una editorial muy correcta. No tenía mucho de dónde escoger.

El tiempo pasó, escribí un libro de cuentos, otras dos novelas, vi más películas eróticas, como La Venus de las pieles, La secretaria, Nymphomaniac y El último tango en París, más de una porno con sexo como clase de anatomía; haciendo uso de mi formación como periodista me fui a meter a ciertos tugurios para experimentar o mirar lo que debían vivir mis personajes, y entonces el tono de mis libros comenzó a aflojarse, mi miedo a incomodar empezó a diluirse y decidí lo que debí hacer desde el principio: que la historia fuera erótica o pornográfica según las necesidades de cada creación particular. Porque en la vida el sexo es así: a veces sugerente y a veces explícito; a veces erotismo puro y a veces pornográfico. Cierra los ojos, acude a tus memorias y dime que no es cierto.

Por eso mi novela más reciente, El beso de Ishtar, está despojada de ese ánimo por agradar que aniquila a la creatividad y es el génesis de una generación de escritores que han perdido la cualidad de dioses del destino de sus protagonistas por miedo a ser cancelados por las hordas de cuentas anónimas o no anónimas de las redes sociales, que opinan desde la comodidad de sus pantallas, como si lo falso y conveniente no apestara y como si los seres humanos no buscáramos respuestas fidedignas para cada una de nuestras preguntas. Si esa respuesta está en la superficialidad del porno o en la profundidad del erotismo, es elección personal.

El erotismo es una sugerencia para la imaginación. El porno es una incitación para el instinto. Que cada creador decida lo explícito de sus obras, y cada lector elija lo explícito de sus fantasías. 

Más de la autora: ¿Abogado prostituta?

SUSCRÍBETE A NUESTRO NEWSLETTER

Recibe las noticias más relevantes de México cada mañana, inicia tu día informado.