¿Fin a la Primavera Mexicana?

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Algo histórico sucedió cuando el presidente Ernesto Zedillo resistió las presiones internas del “sistema político” vigente en sus tiempos y aceptó la victoria de Cuauhtémoc Cárdenas en la jefatura de Gobierno en la Ciudad, y posteriormente la de Vicente Fox como presidente de la República. 

Sin decirlo (y quizá sin saberlo), inauguró la “Primavera Mexicana”, equiparable a la Primavera de Praga y la Primavera Árabe. Y, al parecer, a esa Primavera Mexicana le está sucediendo lo que sucedió con todas las otras Primaveras. La de Praga terminó bajo el fuego de los tanques soviéticos.  La Primavera Árabe o del Mahgreb (la orilla norte de África) terminó en guerras intestinas inacabables y develando la incapacidad de las fuerzas democráticas por construir naciones con instituciones funcionales.

El combo Cárdenas/Fox inauguró lo que parecía ser una era de libertades y de la construcción de instituciones democráticas donde el imperio de los contrapesos institucionales reinarían. Sin duda fue imperfecta esa construcción, pues tuvo que dar batalla contra los hábitos de muchas décadas de autoritarismo, centralismo y de un sistema político monolítico basado en el liderazgo de un solo hombre. Terminaba la era de “La Dictadura Perfecta”, como la definió Mario Vargas Llosa.

La idea subyacente en la Primavera Mexicana es correcta: alternancia partidista, libertad de prensa, gobierno de contrapesos, autonomía de los Poderes del Estado, tolerancia a la pluralidad, sociedad civil. Y todo ello coronado con un gran cambio conceptual en la economía, al pasar de ser una economía cerrada a una abierta y dispuesta a la competencia global. Se confirmó al incluirse México en el acuerdo comercial más grande del mundo vía el TLCAN, ahora T-MEC

No era iluso suponer que ese esquema institucional fundamental serviría exitosamente como plataforma para atacar problemas como la pobreza, corrupción y la falta de incentivos para el crecimiento económico con oportunidades para todos. 

Sin embargo, parece que México se ha tropezado con el mayor obstáculo de todos para seguir por una ruta que habría marcado esa primavera democrática tan promisoria. Se ha tropezado consigo mismo, con sus demonios más profundos y tradiciones más arraigadas. Atavismos, costumbres, hábitos y tradiciones que tienen que ver con la atracción magnética que la cultura mexicana siempre ha tenido por el centralismo, el autoritarismo y la sumisión al poder de algún sujeto poderoso e unipersonal.

Este es un fenómeno que se repite en toda la pirámide de la sociedad. Desde las comunidades más apartadas, aparcadas en sus “usos y costumbres”, junto con las tradiciones de autoridades indígenas en su transmisión de poder y autoridad por linaje sin elección, hasta las comunidades urbanas acostumbradas al corporativismo de liderazgos enchufados con las estructuras del reparto de beneficios para las familias conforme a un código de sumisión a los dictados políticos del líder y su organización, con algún partido atrás. Esas concepciones llegan hasta la misma Presidencia de la República, donde la estructura de sumisión llega a su clímax, con mayores efectos de imposición hacia los deseos del mayordomo temporal de la nación.

En esa estructura tradicional del ejercicio y la transmisión del poder, no se asoma por ningún lado el supuesto de una cultura democrática. Es más, cualquier “democracia” resulta a todas luces un estorbo a los principios culturales y sociales del tradicionalismo centralista de la autoridad y el poder.

El arribo de López Obrador al poder presidencial representa un serio intento por regresar a las formas tradicionales del ejercicio del poder y la restauración del centralismo sin democracia, repleta de demagogia

Es el regreso al pasado histórico y tradicional de la vieja, viejísima cultura mexicana del autoritarismo. Esto explica el empeño de López Obrador por destruir las instituciones que estaban en proceso de consolidación, tanto en materia de transparencia, contrapesos, derechos humanos, acceso a la información y separación de lo civil y lo militar, libertad de prensa, independencia de los tres Poderes de la Unión y respeto al orden constitucional. Destruye todo lo anterior sin querer siquiera construir instituciones alternativas, pues afectarían la supremacía absoluta de la figura presidencial como la única institución del país.

Si logra imponer definitivamente esa concepción de la Presidencia como única institución funcional del Estado mexicano, marcará el fin a la oferta de la Primavera Mexicana de la nueva sociedad de tolerancia, democracia, pluralidad, legalidad y contrapesos institucionales.         

Amenaza con regresarnos al pasado infausto de la cerrazón, la oscuridad y el autoritarismo. Y da la bienvenida a nuestros peores demonios internos como sociedad.

@rpascoep

Otro título del autor: Estabilidad política y los militares

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