¡Cállate la boca!

Compartir:

- Advertisement -

Hace unos días platicaba con una terapeuta picuda, especializada en niños y adolescentes, acerca del estrés que estas personitas están manejando en este momento del mundo entre pandemia, redes sociales y los temas propios de la edad.

El encierro y la poca sociabilización -en los casos en donde ha sido poca porque ya sabemos que covidiotas hay por todos lados y que hay gente que lejos de cuidarse se dedicó a hacer pendejadas- ha pasado una factura muy culera a las personitas que justo cuando el instinto gregario -o sea, lo de andar en bola- y cuando estar con otros de su edad, es la principal manera de aprender a sociabilizar, se tuvieron que quedar en sus casitas, pegados a sus papás -en la época en la que lo que más quieren es estar lo más lejos posible de nosotros– viendo pantallas mucho más tiempo del saludable, tratando de entender algo de lo que la maestra decía y en la mayoría de los casos, deprimiéndose, desenganchándose y muy probablemente,  yéndose pa´bajo.

No creo que haya U.N.A. sola persona en el mundo, hoy que escribo esto, que no esté aunque sea un poquiiiito deprimida. Bajoneada. Apachurrada. Desmotivada. Pónganle el nombre que quieran, pero este año y medio nos ha alcanzado a todos, por más que le hayamos aprendido cosas, por más que a otras generaciones les hayan tocado cosas peores, por más que nuestro lugar sea privilegiado.

Ha estado cabrón y nos ha pegado a todos en mayor o menor grado.

Y ahora que por fin van a regresar a la escuela -con todo y la emoción que eso les da, por lo menos a los míos- llega un nuevo estrés a romperles las pelotas… el estrés de volverse a presentar al mundo. 

A desenvolverse. A socializar. A relacionarse o a hablar enfrente de su salón y volverse a conectar con los demás en persona, sin filtros, sin textos, sin fotos. En vivo.

Está cabrón.

Me acuerdo el día que recogí a la de casi 17 el último día de clases -porque pandemia-  verla salir por la puerta de su escuela y pensar ¿cómo es posible que esta niñita de entonces 15,  con sus trenzas y su carita angelical vaya en 1º de prepa si parece un bebé? Y ahora, la semana entrante va a entrar a 3º de prepa una mujercita que nada tiene que ver con esa que se subió a mi coche aquel último día. 

Nuestros hijos cambiaron. Sus cuerpos cambiaron. Su manera de relacionarse con ellos y con los demás cambió. Crecieron encerrados en sus cuartos y eso, cuando se encuentren con los demás no solo va a ser un shock, sino también un enorme motivo de estrés porque en este mundo en donde el peso y las apariencias son taaaan importantes -chingada madre todo mal-  todos aquellos que hayan subido de peso van a ser brutalmente señalados, igual que los que hayan bajado de más, crecido demasiado o tengan cualquier tipo de condición mental un poco más aguda que los demás.

Y ¿qué creen? 

No solo les va a pasar a los hijos, nos está pasando a nosotros. 

He escuchado varias veces el “te cayó pesadita la pandemia verdaaad” “¿qué te panchóoo?” “te tiraste al netflix” y varias de esas monadas que solemos decirle a alguien sin entender la destrucción masiva que provocan en el otro mientras nosotros nos sentimos tan cagados. 

Hablar del cuerpo de las personas está mal. 

Siempre. 

Hacer cualquier referencia al peso como mecanismo para hacer la guasa -again: not funny- o peor tantito para echar una flor “¡que bárbara estás súper delgada que bien te ves!” es absolutamente inapropiado por donde la quieran ver porque en pocas palabras estamos diciéndole a los demás que estar gordo está mal y estar flaco súper bien…

¿Pero qué creen? que los kilos de los demás no son nuestro problema y que el que siga pensando que el peso define a las personas pues no ha entendido absolutamente nada.

Está mal siempre.

Pero en este regreso a la vida cotidiana -que efectivamente va a ser desastroso, complicado y terriblemente difícil de manejar en un país con tantas diferencias y realidades e incompetentes a cargo de la operación- este es uno de los temas –de acuerdo a la terapeuta con la que platiqué– que más angustiados tienen a nuestros hijos:  ¿cómo los van a recibir los demás? ¿Qué cosas horribles les pueden decir? ¿Cómo les van a contar que sus papás se divorciaron, que se quedaron sin chamba y ya no les alcanza para lo que antes alcanzaba, que se tuvieron que cambiar de escuela o de casa? ¿Cómo le dices “yo me sigo cuidando y no voy a fiestas” sin que te digan que eres un teto? O “mi papá se murió”, o “mis abuelos”, o “mi tía”. 

¿Cómo te re-presentas al mundo después de que el mundo nos revolcó y nos cambió a todos estos últimos meses?

¿Cómo explicas tus pérdidas, tus dolores? O por lo menos ¿Cómo haces para que nadie te joda por pendejadas cuando tu corazón y tu vida se rompieron?

Está cabrón. 

Especialmente cuando todos sabemos lo absolutamente crueles que pueden ser los niños, lo hijos de la chingada que pueden ser -con toda la intención- los pubertos y lo pendejos que podemos llegar a ser los adultos.

Creo papás y mamás, que además de asegurarnos de que en su mochila lleven gel, tapabocas de repuesto y todas las instrucciones y material necesario para esta nueva etapa  de regreso a la escuela, lo que más nos tiene que preocupar ¡y ocupar! es llenarles su almita de empatía. ¿Qué quiere decir eso?: aprender a ponerse sistemáticamente en el lugar del otro y a callarse la boca antes de opinar. 

Asegurémonos que en su cabeza lleven el suficiente sentido común para entender que regresar va a implicar retos para unos, que para otros ni siquiera se nos ocurriría que puedan existir. Pero que para todos va a ser difícil de alguna manera. Enseñemos y aprendamos a no andar opinando por convivir y a tener presente que la otra persona tuvo que pelear muchas batallas que tú no conoces y que, muy probablemente, le duelen. 

Y todavía mejor: a ser la persona que ayuda a la persona que la pasa mal a pasarla mejor, a incluirla si es nueva en la escuela porque se tuvo que salir de la otra, a no juzgar, a no discriminar y por favor, a callarle la boca al que haga las bromas, al que se burla, al que ofende y al que sencillamente no entiende lo hiriente que sus palabras disfrazadas de chistes pueden llegar a ser.

Propongo que empecemos como siempre, haciéndolo nosotros: callándonos la boca y siendo tantito más asertivos con las otras personas que nos empecemos a topar en el camino porque no sabemos qué vivió cada uno… quién perdió su chamba, a un pariente, a su familia, a su pareja, su casa, su salud mental… no sabemos realmente todo lo que cada uno pasó pero sí tenemos que saber que todos ¡absolutamente to-dos! de una u otra manera -o de todas- la hemos pasado de la chingada estos meses y que absolutamente to-dos necesitamos sentirnos bienvenidos y reconfortados.

Así que por favor, si no tienen nada bonito que decir ¡cállense la boca! y limítense a recordar que el otro, ese que te es tan fácil juzgar por cómo se ve o cómo se comporta, probablemente la pasó peor que tú. Enséñale a tus hijos a hacer lo mismo en lugar de andar amarrando navajas y crucificando gente. 

Tantita madre por favor.

Que este año escolar, como sea que venga, sirva para que todos aprendamos a ser mejores personas y que el horror que pasamos haya servido para algo.

Feliz regreso a clases híbridas, presenciales o virtuales. Pónganse la pila. Háganlo bien. Cuídense, cuiden a los demás y antes de juzgar, acuérdense de ser mejores humanos.

Otro título de la autora: Vivir en chinga

SUSCRÍBETE A NUESTRO NEWSLETTER

Recibe las noticias más relevantes de México cada mañana, inicia tu día informado.