¿Vas a ir a Sinaloa? Definitivamente sí

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“¡Cuídate mucho!”. “Avisa dónde andas”. “¿A qué vas a Sinaloa?” “¿No es muy peligroso?” 

Esa y muchas frases más escuché y leí cuando le comenté a amistades y familiares que viajaría a pasar unos días en Sinaloa. Y es que el estigma que pesa sobre ese estado es demasiado grande, pesado e histórico.

Pero lo que yo me encontré fue algo muy distinto al miedo que se percibe desde el centro del país. Es un estado vibrante, que enamora hasta al más escéptico. El aeropuerto de Culiacán es un respiro profundo frente al caos y desorganización que reina en el Benito Juárez de la Ciudad de México. 

Pequeño por ahora, porque lo van a ampliar gracias a la confianza de la IP y los inversionistas en el estado, pero con todo lo necesario para iniciar una experiencia única. 

Foto: Gabriel Pérez.

Las calles de la capital sinaloense están limpias, hay negocios abiertos por doquier de casi cualquier cosa que se pueda uno imaginar: desde carnitas hasta marcas de ropa internacionales que no se encuentran fácilmente en Ciudad de México, pasando por la que debe ser una de las mejores gastronomías de un país que tiene una de las más destacadas del mundo. 

Culiacán, la ciudad más grande de Sinaloa es apenas la puerta de entrada a un estado inimaginable.

Estamos hablando de uno de los graneros, sino que el granero, de México y Estados Unidos. En sus carreteras, cuidadas y bien trazadas, se pueden observar kilómetros y kilómetros de cultivos de maíz, garbanzo, tomate, berries, calabazas y cuanta cosa se pueda uno imaginar. 

Eso, en camino a playas que merecen una mención por sí solas.

Yo tuve la fortuna de visitar dos, una ubicada en el municipio de de Navolato: Altata. Se encuentra en una pequeña ciudad a las orillas de una bahía que baña el mar de Cortés, en donde se pueden comer los mariscos más contundentes, en casi cualquier esquina. 

Camarones, sí. Pero pescados, ostiones, almejas chocolata, callos, pulpo; todo cocinado con extraordinaria maestría. Siempre atendido por personas amables, sencillas, francas pero nunca groseras.

En Altata me recibieron en un hotel maravilloso que, con su pequeña playa y su maravilloso servicio y cocina, invita a simplemente contemplar el mar, el cielo y atardeceres eternos. Giovanni y el resto del equipo del lugar les harán sentir como en casa.

Foto: Gabriel Pérez.

Altata está a solo 1 hora de Culiacán por una carretera prácticamente recta, sin cuotas que lo mismo alberga una marina de primer mundo que los mejores puestos ambulantes en su pequeño pero entrañable malecón.

Para vivir la experiencia completa, también fui a una playa en mar abierto, famosa entre la comunidad “surfer” de Estados Unidos por lo que suelen llegar hasta en avión privado, a tan solo hora y media de Culiacán.

El mar, con olas imponentes, es abrazado por una playa que no tienen ni Acapulco ni Veracruz y en la que lo mismo se puede ver a jovencitas paseando en cuatrimoto que a perritos corriendo para zambullirse en las olas.

Eso sí, la comida goza de la misma calidad que en el resto de ese estado que vio nacer el chilorio y que ha hecho de los aguachiles marca de la casa.

Viajé por carreteras federales, estatales y locales, lo mismo de día que de noche; caminé sus playas y sus calles y nunca, pero nunca, me sentí en peligro o inseguro.

Conocer Sinaloa es una experiencia única porque, al final, como en todo, un elemento primordial de los lugares son su gente. Y la gente de Sinaloa es simplemente maravillosa.

Foto: Gabriel Pérez.

Sí, fui a Sinaloa y me sentí más seguro y tranquilo que en Ciudad Caótica. Sí, pienso volver. Si se descuidan, me quedo por allá.

Otro título del autor: Adiós consulta, hola elecciones estatales

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