Síntomas de lo indeseable

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Lo que tenemos que aceptar para ser aceptados

“Hoy soy mujer, el maricón del pueblo,
aunque me prendan fuego.
Mi sentimiento
junto a lo más urgente”.
Alex Anwandter.

Una grabación opaca, de la que sólo se distingue el inicio de un suelo gris, es el único registro de un asesinato. Del sonido ambiental se reconoce la discusión de un hombre y una mujer que es interrumpida por la de un tercero que responde a la amenaza: ¡Yo te mato!

—¿Tú me matas?, replica.

— A ver —responde la voz del hombre, del que se oyen sus pasos andar.

— No. Dios mío. Dios mío —sale de la voz aterrada de ella.

— Alcanza el celular, mami —dice otra vez el tercero, el más joven.

Tres disparos y un grito que cala hondo terminan la escena.

—¡Aaaay!

Vienen los rezos. Dios, perdóname padre. Perdóname, señor mío. Perdona todos mis pecados. Recíbelo en tus santas manos. Padre Santo, ayúdame, señor, ayúdame a vivir.

El horror de la grabación del suelo gris no es parte de una ficción, es una noticia fechada el 5 de enero de 2019, en Saposoa, Perú. El titular de la tragedia en los periódicos dice: “Padre asesina a su hijo de 17 años por ser homosexual”. La corrección inmediata de los titulares debería saltar a la vista, pero no lo hace, así que es necesario repensar y decir: Un hombre asesina a su hijo porque la realidad lo rebasa y él no sabe lidiar con ello; porque que el hijo sea homosexual no es una causante de nada.

La noticia no es atípica. La “desgracia homosexual” existe y es recurrente. A veces más y a veces menos, pero a nadie que no padezca el estigma de su orientación sexual le parece raro que sucedan estas violencias, que por cierto están en todos lados: los titulares, las calles y los propios afectos.

Y no hace falta más que voltear la vista para encontrar muestras de ello. Para el caso, la misma semana en que esto ocurrió, un profesor de Literatura fue despedido por encargar a sus alumnos hombres que leyeran el libro La esquina es mi corazón, de Pedro Lemebel, reconocido activista, escritor, artista y homosexual chileno. En México, el exconductor de televisión Mauricio Clark, quien hasta hace poco se asumía gay, escribió en su Twitter que la homosexualidad es una manipulación llamada ideología de género, que las únicas familias válidas y bendecidas por Dios son las heterosexuales y que ser diferente es un despropósito. En Brasil la ministra de Mujer, Familia y Derechos Humanos, Damares Alves, declaró que en la nueva era de su país “las niñas visten de rosa y los niños visten de azul”, no hay más.

Para quienes vivimos la desgracia homosexual no hay descanso. Para nosotros nada cambia nunca y los síntomas de ser el indeseado no tienen tiempo. Porque una cosa es cierta: la diversidad sexual sigue siendo tema para justificar atrocidades que parecen singulares. “Lo mató por homosexual”. “La mató por lesbiana”. “La mató por transexual”. Y la tragedia sólo se suma en un conteo que no importa sino dentro de su propio colectivo: los homosexuales. Aunque nos llamemos distinto entre nosotros.

¿Y qué queda? ¿Cómo resistir? Tengo dudas, pero pienso en que es tiempo de contar de a uno su propia historia. Pongo el ejemplo: Cuando salí del clóset, a mi madre no le gustó mucho la idea y su respuesta fue el rechazo. Mi padre no se sorprendió. “Ya sabía”, dijo, e incluso le entró al quite las siguientes semanas, en lo que mi mamá agarraba la onda. Ella lo entendió al vuelo y aceptó lo inevitable: una hija lesbiana. Sé que soy afortunada por ese proceso tan rápido, por el amor, el respeto y la incondicionalidad que sentí y siento todos los días de mi vida desde entonces.

Pero “no todos tenemos la misma suerte”, me dicen siempre mis amigas diversas, a las que les parece una cosa de fortuna ser aceptada y amada. El premio gordo de la lotería familiar. Y tiene sentido, porque claro, no se olvida que quien disparó en aquella historia peruana fue el padre.

Insisto: la desgracia homosexual existe. Porque existe él, ella, yo y tú y el otro que es diferente a ti y a mí y a todos, pero cuya única diferencia que le importa es la mía: la homosexual.

Pero como dice Lemebel, ése que incomoda ser leído:
“Usted no sabe
Qué es cargar con esta lepra
La gente guarda las distancias
La gente comprende y dice:
Es marica pero escribe bien
Es marica pero es buen amigo
Súper-buena-onda
Yo no soy buena onda
Yo acepto al mundo”.

Aunque de ese mundo casi siempre, para mí —nosotros—, sus condiciones sean inaceptables.

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