La fila de los mexicanos

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¿Se han puesto a pensar cuánto tiempo de nuestra vida perdemos haciendo filas? Yo creo que todo Estado puede ser medido por dos grandes indicadores: 1. La calidad del transporte público y 2. La cantidad de tiempo que te hace perder para conseguir trámites y servicios. 

Si el transporte público es eficiente, articulado, limpio, seguro, puntual y barato seguramente muchos otros aspectos de ese Estado funcionan razonablemente bien, en beneficio de la calidad de vida de sus habitantes. 

Por el contrario, si los usuarios del transporte público nunca saben con exactitud a qué hora va a pasar el camión, cuándo llegará el siguiente, a qué hora dejarán de pasar, cuánto tiempo hará a su destino o si, literalmente, su vida corre un mayor peligro mientras utiliza el transporte público, entonces con seguridad muchas otras cosas alrededor de ese servicio tampoco funcionan. 

En esta tónica, algo similar se puede deducir de la cantidad de tiempo que perdemos por culpa de un Estado que proporciona servicios públicos deficientes. Los ejemplos cotidianos los hemos padecido todas y todos. 

  • Sacar ficha para que nos atiendan en la clínica de salud, formarse 2 horas en la madrugada. 
  • Inscribir a las niñas y niños en la escuela, 4 horas. 
  • Esperar 30 minutos en el teléfono para reportar una fuga de agua.
  • Tramitar el pasaporte, 3 horas. 
  • Tramitar la licencia de conducir, 3 horas. 
  • Cualquier trámite catastral, 6 horas. 
  • Levantar una denuncia en el Ministerio Público, 8 horas. 

Obviamente este despropósito no es exclusivo del sector público, la iniciativa privada también tiene qué ofrecer. 

  • Obtener un cheque certificado en HSBC,1 hora (me pasó en diciembre). 
  • Esperar al técnico que reparará el internet, medio día. 
  • Esperar al técnico que repara la lavadora, todo el día. 
  • Cancelar una tarjeta de crédito, 2 horas. 
  • Pedir informes en el área de servicios al cliente de cualquier supermercado, 20 minutos. 
  • Pagar tarifa extra de equipaje, 40 minutos. 

El consuelo que el capitalismo ofrece a los clientes molestos e insatisfechos con la calidad de los servicios ofrecidos por la iniciativa privada es irse con la competencia. No comprar más en ese restaurante, cine, banco, compañía o tienda; pero esto no es posible cuando el bien o servicio es un monopolio del Estado. 

Solo hay una fuente para obtener la licencia de conducir, la cartilla militar, la cartilla de vacunación, pagar impuestos o obtener la vacuna del COVID. 

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¿Qué pasa cuando esa actividad nos roba un bien insustituible, como el tiempo? 

Me parece que lo que debería enorgullecer a un Estado es la cantidad de ahorro de tiempo libre que lo consigue a las personas, para que éstas puedan hacer lo que les venga en gana (deporte, ocio, negocios, convivencia familiar, etc.), no la cantidad de personas que suman a las filas. 

Dicho en otras palabras: el verdadero indicador de un buen Estado es la cantidad de gente que recibe de manera rápida y sencilla su vacuna, no la cantidad de gente que tiene que estar formada durante horas para recibirla. Aquí no funciona “entre más, mejor”. Hacer filas no debería de ser un privilegio y ciertamente no es un derecho. No importa si las filas se hacen en las zonas más marginadas del país o en las más opulentas. 

Indudablemente el tema COVID es una situación extrema que ha puesto a prueba a todos los gobiernos del mundo, por lo que cualquier avance es un buen avance. Ese no es el punto. El punto está en jactarse de hacer las cosas de manera más costosa para el ciudadano, simplemente porque ese costo lo están padeciendo todos, cuando en realidad el tema es que nadie pague la ineficiencia de los Estados. 

No es un asunto de ricos o pobres, es un asunto de protección al tiempo de las personas, independientemente de si son ricos o pobres, del norte o del sur, jóvenes o viejos. 

El nombre del juego no debería de ser “que más gente haga fila”, sino “que menos gente tenga que hacer las fila”. Yo creo que las personas ciudadanas tienen derecho a conseguir bienes y servicios de la manera más eficaz y eficiente posible, no por ser ricos o pobres, sino por ser personas 

¿El Estado quiere ser el único proveedor de vacunas? Creo que esa decisión es altamente cuestionable, pero vamos a darla por sentada. Va. Que el Estado sea el único que proporciona vacunas; ahora, ¿por qué no hacerlo a través de una mecánica más eficiente? ¿Utilizar un sistema de distribución de cargas a través de citas? ¿Utilizar unidades móviles de refrigeración para llevar la vacuna por manzanas y no por alcaldías o municipios? ¿Generar un sistema de información para publicitar con anticipación y confiabilidad cuántas vacunas habrá en dónde y durante cuántos días? ¿Utilizar infraestructura pública ya existente, como las lecherías de LICONSA? 

Déjeme decirlo así, las vacunas y los tamales comparten por lo menos una característica: su temperatura importa. En el caso de la vacuna esta tiene que estar en refrigeración porque si no se convierte en basura. En el caso de los tamales éstos tienen que estar calientes porque si no nadie se los come. Pregunta: ¿cuándo fue la última vez que usted padeció para comprar un rico tamal calientito a no más de dos calles de su casa? ¿Por qué la iniciativa privada sí ha logrado proteger el derecho al tamal calientito de manera sencilla, económica y sin filas, pero el Estado no puede proteger el derecho a la salud sin largas filas que representan por sí mismas un riesgo para la salud? 

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