Se acabaron los abrazos

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El fentanilo. Esa droga que está matando a cientos de miles de personas, cada año, en Estados Unidos, —esa que ha fomentado la violencia entre cárteles y que los ha enriquecido, está resultando ser lo único que puede hacer cambiar de opinión al gobierno de México sobre su estrategia sobre el narcotráfico.

O quizá no. Porque si este tema ha revelado algo es la esquizofrenia con la que se manejan estas crisis en la actual administración.

Por un lado, tenemos los hechos. —La Marina ha decomisado toneladas de fentanilo en nuestro país, y desde 2019 ha desarticulado laboratorios clandestinos dónde se genera. La Secretaría de Salud ha dicho que en nuestro país ya es un problema de salud pública que rivaliza con el alcoholismo. 

Junto con eso, las presiones del gobierno de Estados Unidos para tomar acción han forzado a reuniones de alto nivel entre el funcionariado de ambos países, buscando caminos para enfrentar el problema. 

Por otro lado, tenemos el discurso político. El presidente un día niega que se produzca la droga en México y otro dice que es un problema de importación. Se ha visto felizmente reforzado por los radicales republicanos que exigían acción militar en nuestro territorio. Eso fue un regalo para López Obrador: le permitió reiterar su discurso anti intervencionismo y pro soberanía. 

Le sirve para posicionarse ante sus seguidores como un verdadero patriota, que defenderá nuestro territorio de las ambiciones imperialistas de los estadounidenses. Nada pega con el público como “defenderé a la patria”. 

—El presidente ha sido hostil contra el país vecino como nunca lo fue en los tiempos de la demagogia de Donald Trump. 

Y le sirve también a los republicanos de Estados Unidos, porque se muestran como férreos defensores de su nación y su gente. Todos ganan. Al menos los políticos.

Pero lo que la crisis del fentanilo nos ha hecho evidente es que las víctimas no son solo las personas que sufren sobredosis o mueren en la violencia que este fenómeno significa, sino otra más: los “abrazos y no balazos”.

Porque ese lema de campaña, reconvertido a fuerzas en una supuesta estrategia de seguridad, ya demostró que no funciona. 

—La masacre en un balneario de hace unos días, como muchos otros ejemplos, son evidencia de una criminalidad que se siente impune.

Pero tras la reunión entre altos funcionarios y sus acuerdos, después de que Estados Unidos solicitara la detención y extradición de los llamados “Chapitos”, se acabó. Y jamás lo van a admitir ni reconocer que fracasó. Nunca han admitido ningún fracaso, por resonante que sea.

Sin embargo, hasta donde sabemos, el espacio para fingir que no pasa nada se ha terminado. Los acuerdos firmados con Estados Unidos y Canadá causaron efectos muy pronto. 

De inmediato se detuvo a algunos personajes relevantes del cártel del Pacífico, que también trafica con fentanilo, por citar un caso.

Así, todo parece indicar que la historia está alcanzando a nuestro gobierno. Mirar para otro lado ya no es una opción que le pueda funcionar. Podrá seguir culpando al pasado, pero el presente es su responsabilidad. 

Lo que es irónico, es que mientras vemos un cambio en las políticas del gobierno en seguridad, veremos lo mismo de siempre: un discurso radicalizado, lleno de información engañosa. Uno que alega defender la soberanía mientras pone a la Guardia Nacional y los sistemas de seguridad al servicio de otra nación.

Uno que aprovecha la oportunidad de sentirse espiado para generar aún más opacidad en lo que está haciendo, bajo el discurso patriótico.

Pero si algo nos enseña la historia es que es lenta, pero al final alcanza a todos.

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