La arrogancia de Cresencio

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La arrogancia es como un virus. Nos infecta, se contagia a quienes nos rodean, nos nubla la visión y al final, nos termina debilitando. Debilita porque perdemos la noción de nuestros errores, de lo que debemos corregir y sobre todo de cómo tratamos a los demás.

Y quizá la arrogancia es uno de los talones de Aquiles de la actual administración. Claro, también podemos decir lo mismo de las anteriores sin dificultad: gobierno tras gobierno México ha sufrido una epidemia de arrogancia que le ha impedido a nuestros gobernantes aceptar equivocaciones y cuestionamientos. En nuestra cultura política decir “me equivoqué” es casi el suicidio político.

Un ejemplo impecable es la comedia de errores que se dio esta semana con el secretario de la Defensa Nacional, Luis Cresencio Sandoval. En medio de la crisis por el hackeo que sufrieron nuestras fuerzas armadas por parte del grupo Guacamaya, en lugar de dar la cara y explicar los errores cometidos, los caminos para evitar que vuelva a pasar, las medias que se tomarán para proteger la información de seguridad nacional, tomó otro camino: resguardarse en su oficina.

Esta es la historia: el Congreso citó al secretario a una reunión para discutir qué estaba pasando. Sandoval respondió que con gusto, pero bajo sus condiciones. Él no se iba a tomar la molestia de ir hasta el Congreso, los diputados y diputadas tenían que ir a su oficina.

La Comisión aceptó, pero pronto el secretario de Defensa la canceló y la postergó hasta “nuevo aviso”. ¿Qué pasó? ¿Cuál fue el motivo? No fue una crisis de seguridad nacional, ni fue una razón laboral. 

Según dijo Adán Augusto López, secretario de Gobernación, la verdadera razón fue la arrogancia: la carta era irrespetuosa con su querido general Sandoval. ¿Cómo lo fue? Le dijeron que aunque aceptaban la reunión, no estaban de acuerdo en que no fuera a la Cámara a sostener un diálogo público, según supimos cuando se viralizó la famosa carta.

Eso, en la visión del gobierno, fue una falta de respeto. ¿Qué se creen para decir que no están de acuerdo con un general? Y decimos el gobierno porque es fácil suponer que Sandoval informó al presidente de lo que estaba pasando y recibió una instrucción de cancelar la reunión o al menos recibió apoyo para hacerlo.

Deberíamos tener la inclinación a suponer que, en un régimen democrático, los poderes de la Unión se respetan unos a otros. Que cuando nuestros legisladores, que finalmente se supone que nos representan, le piden cuentas de un tema de interés público a la Defensa, pues esta tendría que presentarse y explicar. Pero no. Es una falta de respeto. 

El presidente López Obrador cerró el tema con broche de oro: al ser cuestionado al respecto, aseguró que eran puras politiquerías y dio lecciones de periodismo. Eso no es nota, aseguró, mejor hablen de que el peso no se ha devaluado. 

Arrogancia en toda su expresión: no hablen de lo que les interesa, hablemos de lo que yo quiero hablar. Y con eso, terminó el tema para él.

Lo que hace el presidente, otra vez, no es nuevo: lo vimos pasar en cada gobierno anterior. Y pasa en la mayor parte de los líderes. Hay uno, sin embargo, que tuvo que hacer autocrítica: Mikhail Gorbachev.

Tras el colapso de la Unión Soviética y el golpe de Estado contra su gobierno, el premier ruso tuvo que aceptar sus errores. “A veces es difícil aceptar, reconocer los propios errores, pero uno debe hacerlo. Fui culpable de mi exceso de confianza y arrogancia, y fui castigado por eso”, dijo. 

Lo fue, pero no solo él: su país entero pagó el precio de un régimen autoritario que nunca supo cómo hacer una transición inteligente hacia la democracia. Aún hoy, padece esos errores del pasado.

Guardando proporciones, lo nuestro no es tan distinto. De un régimen autoritario pasamos a una democracia débil a un sistema que gira en torno a solo dos cosas: el presidente y las fuerzas armadas.

Y el gran enemigo es la arrogancia; la fantasía de superioridad. Pero al final, también es la más triste debilidad del régimen. 

La fragilidad de no saber decir “me equivoqué”.

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