Caro Quintero

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Esta es una historia perfecta para una novela policiaca mexicana. Lo tiene todo: intriga, violencia, conspiraciones y corrupción.

Es la historia de Caro Quintero, recién recapturado hace unos días. 

Todo comienza en los ochentas, cuando el consumo de marihuana y cocaína explotó como una bomba nuclear en Estados Unidos. La demanda se disparó y Caro Quintero, originario del municipio sinaloense de Badiraguato, la cuna también de “El Chapo” Guzmán, logró construir un enorme imperio de tráfico de drogas.

Junto con Miguel Ángel Félix Gallardo y Ernesto Fonseca Carillo, controlaban la mayor parte de la producción y distribución de los estupefacientes. Llamado el “Narco de Narcos”, Quintero ganó fama y, por supuesto, una gran fortuna. En algún momento incluso propuso pagar la deuda externa de México.

Eran los años en que Miguel de la Madrid gobernaba México y Manuel Bartlett, el hoy titular de la Comisión Federal de Electricidad y muy cercano al presidente, era secretario de Gobernación. Bajo su mando estaba la temible Dirección Federal de Seguridad conocida simplemente como DFS, famosa por los casos de tortura, corrupción e impunidad que protagonizó.

Y acá entra un personaje clave: el periodista Manuel Buendía. En 1984 sus investigaciones revelaron una red de protección de la DFS a las operaciones de Caro Quintero, que implicaba a altos funcionarios de aquel gobierno, Bartlett incluido.

Pero además, hay un elemento crucial: la CIA, agencia de inteligencia estadounidense para supuestamente combatir el narcotráfico, también estaba involucrada. Según se supo después, la CIA utilizaba al Cártel de Guadalajara, liderado por Quintero, como intermediario para comprar armas para financiar a la guerrilla de los Contras nicaragüenses en los años 80 del siglo pasado.

Los Contras eran un ejército de mercenarios contratados por Estados Unidos para derrocar al gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional, que a su vez había derrocado al gobierno del dictador Somoza en Nicaragua. 

Eran los años de la Guerra Fría y la CIA ya había liderado varios golpes de Estado y guerrillas contra gobiernos de izquierda en la región. Fue un buen negocio para todos, hasta que Buendía lo reveló.

Así que lo asesinaron. El 30 de mayo en la noche, saliendo de su trabajo, un hombre le dio cinco balazos por la espalda y huyó junto con un agente de la DFS; se refugiaron en las oficinas de esa dependencia. “Aten todos los cabos”, les deben haber dicho, y unos días después el asesino material apareció ejecutado a cuchilladas.

Múltiples versiones vinculan a Bartlett con la decisión de ejecutar a Buendía, pero nunca se probó nada.

En esos tiempos Enrique “Kiki” Camarena, un agente de la DEA de origen mexicano, había logrado infiltrar al Cártel de Guadalajara. Él descubrió un enorme campo de marihuana en las tierras que controlaba Caro Quintero. Alertó a las autoridades de EU, que obligaron al gobierno de México a actuar. El rancho estaba protegido por agentes de la DFS.

Camarena ya había descubierto también la red de complicidades entre la CIA, el gobierno y el Cártel. Poco tiempo después, saliendo del Consulado de Estados Unidos en Guadalajara fue secuestrado. Su cuerpo, con brutales signos de tortura, fue encontrado días después.

¿La CIA sabía de esto? Según reportes de la DEA, sí lo sabían y no lo impidieron. No mucho tiempo después, bajo intensa presión estadounidense, Caro Quintero fue detenido y condenado a prisión.

Ahí pasó 28 años, pero no fue el fin de su carrera criminal. Operaba desde la cárcel y en 2013 le mandó una carta al entonces presidente Enrique Peña Nieto pidiendo ser liberado. Lo ignoraron, pero seis meses después, un “tecnicismo” legal lo amparó y salió libre a la mitad de la noche. Desapareció en la oscuridad.

Pasan los años. El gobierno ni siquiera parece buscarlo. Abrazos y no balazos, nos dicen. Mientras, él trata de reconstruir su poderío y recuperar el control de una zona clave de Sonora, Caborca, desatando una ola de violencia contra el cártel del Chapo Guzmán y sus herederos. 

Entonces, el giro de tuerca: López Obrador visita Washington y desayuna con la vicepresidenta Kamala Harris. Hay tensión. Están molestos con él por su desaire a la Cumbre de las Américas. Así que, según reveló el periodista Héctor de Mauleón, le ofrecen un trato: sabemos dónde está Caro Quintero, queremos que lo detengan. Y le suman una condición: lo tiene que hacer la Marina, ya que no confían ni en el Ejército ni en la Guardia Nacional. 

López Obrador se ve obligado a aceptar, y tres días después -tan solo tres días- lo detienen. El mismo día, un helicóptero Black Hawk de la Marina, con 15 agentes que participaron en la captura, se estrella. Solo uno sobrevive. Se cayó por “falta de combustible” nos dice el gobierno.

Y viene otra confusión: la DEA celebra el arresto y felicita a sus agentes y a la Marina, pero el embajador de Estados Unidos, Ken Salazar, desmiente a la agencia y asegura que solo intervinieron mexicanos en el operativo. Tensión interna en ese país, y seguramente llamadas rabiosas desde Palacio Nacional al embajador.

Veremos en qué acaba la novela, pero sabemos que por ahora no extraditarán al criminal. Lo que también sabemos es quién termina beneficiándose: los llamados chapitos. 

Tienen un rival menos. 

Qué suerte, ¿no?

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