Otra vez el Conacyt

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El Consejo de Ciencia y Tecnología, el Conacyt, otra vez es polémico. Otra vez porque ya lo fue con la mentira de los respiradores hechos 100 por ciento en México, con la vacuna Patria que sigue sin existir; otra vez porque antes trataron de mandar a la cárcel a tres decenas de personas investigadoras acusadas de “delincuencia organizada”, o por la manipulación del Sistema Nacional de Investigadores para integrar al Fiscal Alejandro Gertz Manero. Y lo es ahora por la crisis del Centro de Investigación y Docencia Económicas, el CIDE.

Estudiantes y docentes de este centro de estudios se han rebelado contra las decisiones de María Elena Álvarez-Buylla que de nuevo han puesto contra la pared al mundo académico. Hay que hablar de esto, porque es importante, y hay que hablarlo porque aunque suene como el tema de unos pocos, estamos realmente hablando de cómo en lugar de promover el conocimiento se le ataca y sataniza en la llamada Cuarta Transformación.

El caso es emblemático como parte de la guerra de este gobierno contra el conocimiento y la información. La decisión de imponer a un director general, Antonio Romero Tellaeche, que responde más a sus lealtades que a sus credenciales académicas debe ponernos en alerta. La determinación fue autoritaria y sin sustento, pero nuestro gobierno hizo lo que mejor hace: si las leyes no les gustan, pues las cambian.

Así, forzaron a una reforma del reglamento interno del CIDE, lo que sería su Constitución, para poder decidir sin pasar por los molestos controles que exige la ley. Esto no es la primera vez que lo vemos. Ya pasó con Paco Ignacio Taibo II en el Fondo de Cultura Económica, con personas nombradas para el Banco de México o con otras entidades especializadas. Porque aquí lo que importa no es la capacidad, sino la lealtad.

Lo vimos antes con Notimex y Sanjuana Martínez, que destruyó esa agencia de información sin consecuencia alguna y con apoyo del gobierno. Lo estamos viendo en la Comisión Nacional de Derechos Humanos, con Rosario Piedra y su rendición obsecuente al gobierno. Y así una tras otra, cada entidad autónoma está siendo desmembrada porque no se tolera la disidencia.

Los adjetivos que se han lanzado contra el CIDE son interminables, pero al final no demuestran nada. Decenas de profesionales, tanto de izquierda como de derecha, han salido de ahí con una sólida formación académica y con una convicción de que México necesita eso para enriquecer el debate y construir un cuerpo de gente que pueda analizar la realidad y proponer soluciones sensatas a los problemas del país.

Pero no. Ahora, los atacan por querer respetar sus propias reglas; por no querer ser un lugar dónde sólo los dogmas de la administración sean atendidos. Y es sorprendente que esto no nos indigne y nos llame a la acción, ya que la guerra contra el conocimiento y la ciencia es una guerra contra el futuro de nuestra nación.

Álvarez-Buylla ha sobrevivido todas sus batallas porque cuenta con algo fundamental: el apoyo del Palacio Nacional. Mientras mantenga ese favor, y haga lo que le piden, estará a salvo. Pero el daño que está haciendo sí debe preocuparnos como sociedad, así como preocupa a estudiantes y docentes del CIDE

Sobre todo, debe preocuparnos la constante agresión que hay en este momento contra todo lo que busque ampliar el conocimiento y la libertad. Porque está muy bien que el gobierno esté en desacuerdo con cosas que dicen las instituciones académicas, ya sea el CIDE o la UNAM; está bien que tenga sus propios puntos de vista. Lo que no puede ser es la estigmatización e incluso persecución contra quienes ven las cosas de forma distinta.

La izquierda de México, cuándo aún existía, luchaba por defender estas voces. Luchaba por defender el debate abierto y público, informado y educador. Hoy, está en silencio, buscando espacios de poder y defendiendo lo indefendible.

Que quede claro: defender al CIDE no es defender a la oligarquía. Es defender a las personas que se han esforzado por ser generadores de conocimiento, de análisis y de pensamiento. Sean de la clase social que sean. 

Estar en contra del conocimiento es estar en contra de México.

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