La corrupción buena

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“Entrega el 10% de tu salario o pierde tu trabajo”. Eso fue lo que le dijeron a quienes trabajaban en el ayuntamiento de Texcoco en 2014 y 2015. De todas las formas de corrupción, esta es una particularmente horrible: golpea directamente a los ingresos de quienes ahí trabajan, se les intimida y daña laboralmente. ¿Quién haría algo así? Pues nuestra secretaria de Educación, Delfina Gómez, cuando gobernaba ese municipio. Y lo hizo para juntar dinero para su campaña y la de Morena en el Estado de México.

Eso fue lo que determinó de forma inapelable el Tribunal Electoral. Millones de pesos fueron acumulados con este sistema para el grupo que lidera el senador de ese partido, Higinio Martínez, y se usaron para la candidatura de Delfina para ser gobernadora del Edomex.

La secretaria ha negado haber hecho algo malo, a pesar de la multa contra su partido. Los cuestionamientos no la han hecho ni parpadear. Y por lo que sabemos, no está en peligro su permanencia en la SEP, donde su labor ha sido ampliamente cuestionada en muchos sentidos.

No solo es ella: María Victoria Anaya, quien fue su secretaria particular en Texcoco, era la encargada de presionar a la burocracia para entregar este dinero, de acuerdo con investigaciones periodísticas. Testimonios de quienes trabajaban ahí, así como depósitos en sus cuentas bancarias, demuestran que ella era la operadora de este acto de extorsión. ¿Su castigo? Un empleo en el gobierno federal.

En efecto, ahora es directora regional de los Servidores de la Nación. Es decir, es una de las personas que se encarga de la distribución de parte de los recursos que el gobierno entrega a la gente. Una persona con estos antecedentes ayuda en la distribución de millones de pesos que van a los programas del gobierno federal en el Estado de México.

Cualquiera esperaría que el gobierno cuya principal bandera es el combate a la corrupción estaría exigiendo la renuncia de estas funcionarias y que se les investigue. O Delfina misma debería salir del gobierno, dando explicaciones y tratando de no dañar la reputación de su “transformación”. 

Porque una y otra vez se nos ha dicho que ya no se tolera la corrupción. Que el presidente no será tapadera de nadie. Se nos ha mostrado un pañuelo blanco que busca ser el símbolo de un gobierno honesto, en el que no exista la impunidad. 

Para nadie. No importa si son familiares, amistades, aliados.

Pero la realidad nos cuenta una historia exactamente opuesta. Nos dice que si eres una persona cercana a la llamada 4T, recibirás un automático indulto presidencial, o incluso premios. Así lo hemos visto una y otra vez.

Pasó con Manuel Bartlett y sus propiedades injustificables. Pasó con Pío López Obrador y sus bolsas de dinero, con el secretario particular del presidente, que realizó sospechosos depósitos en un banco. Pasó con las denuncias de abuso contra Félix Salgado Macedonio y Pedro Salmerón, ahora propuesto para ser embajador en Panamá, también acusado de acoso.

Y estos son solo algunos ejemplos. Sin embargo, la respuesta siempre es la misma. López Obrador y sus aliados lo justifican, minimizan los hechos, aseguran que son gente honrada, y se acabó el tema.

Lo curioso del asunto es que quienes se indignaron con la Casa Blanca de Peña Nieto y celebraron la investigación periodística que desnudó la Estafa Maestra, que protestaron por la innegable corrupción del gobierno anterior, ahora ven algo distinto: una conspiración.

Porque ya no importa que haya sentencias inapelables como la del Tribunal Electoral contra la secretaria de Educación, ni las pruebas recopiladas por medios contra otros personajes que hoy están en el poder. No importa el peso de la evidencia. 

Lo que importa es ¿de qué lado estás? Porque si estás del lado del oficialismo, no hay pecado que sea verdadero o importante. 

Antes, las denuncias de medios y organizaciones eran un acto de valentía. Hoy, son parte de una conspiración. Las investigaciones que demostraban la corrupción del gobierno ahora son vistas como muestras de conservadurismo. Porque solo una verdad cuenta: la de Palacio Nacional.

Esta será una parte importante del legado que dejará el gobierno de Morena. Han fallado en su central promesa a la sociedad, aquella que contribuyó de forma decisiva a su gran triunfo: acabar con la corrupción.

Porque lo que ya es innegable es que este grave problema sigue vivo, fuerte y vigente en México. Eso no ha cambiado. Ni siquiera los corruptos han cambiado.

Lo que ha cambiado son las personas que defienden la corrupción.

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