Cortinas de humo

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Era la Primera Guerra Mundial. Europa estaba sumergida en un brutal conflicto, con trincheras que recorrían kilómetros. Para ocultar sus movimientos de tropas, los ejércitos empezaron a usar bombas de humo para crear cortinas, y poder atacar.

Las cortinas de humo. La estrategia se volvió tan popular que pronto saltó de las guerras reales a la política como un recurso para distraer, ocultar cosas o confundir a la opinión pública. Y hoy, en el auge del populismo global, es más usada que nunca.

Así, cada vez que hay un verdadero escándalo de corrupción, una situación de violencia o una tragedia, nos avientan un anzuelo para que hablemos de otra cosa, algo sin verdadera importancia que rompe la discusión pública. Y con demasiada frecuencia, tanto la sociedad como los medios, mordemos ese anzuelo.

Mientras vemos cómo crece la violencia contra periodistas, por ejemplo, y tenemos un nuevo caso indignante de homicidio, ¿de qué hablamos? De quitar la Estatua de la Libertad en Nueva York.

Cuando otro feminicidio sacude a la opinión pública, al poco rato estamos hablando de un video del hijo del presidente haciendo cualquier cosa, sospechosamente filtrado. Las redes sociales se inundan de burlas, mensajes de odio, de indignación por meterse con menores de edad y demás. Tres días después, hemos olvidado todo.

Tenemos una serie de masacres, una tras otra, en distintos lugares del país. Pero la atención se voltea hacia los audios – por cierto ilegales – que la gobernadora de Campeche, Layda Sansores, presenta sobre el presidente del PRI, Alejandro Moreno. Cuando esos audios ya no tienen suficiente efecto, ¿por qué no hacer público el cateo de su casa, por más que implique violar el debido proceso? El presidente se sube a la ola, pero para meter más confusión, y quizá cubrir sus propias espaldas, condena las filtraciones.

No es defensa de Alito, como le dicen. Es simplemente hacer ver cómo se usa el “escándalo” para mantenernos ocupados y distraídos, hablando de cosas irrelevantes. Si el presidente del PRI ha hecho cosas ilegales, algo que no sorprendería a nadie, que se le juzgue y castigue según lo que establece la ley. Pero no, mejor hagamos drama.

Es un estilo de política que se ha apoderado de todo el sistema. 

Claudia Sheinbaum, que andaba de gira cuándo hubo un corto circuito e incendio en el Metro, ha aprendido la táctica. Sin la menor información ni asumir ninguna responsabilidad, suelta una teoría de la conspiración: pudo ser sabotaje.

Sus fans brincan a sostener esa hipótesis, como si no lleváramos años viendo cómo una y otra vez la falta de mantenimiento del Metro cierra tramos o estaciones e incluso causa muertes. Pero no, imaginemos un complot.

¿Y por qué se usa esta manipuladora herramienta? Pues porque funciona. 

Funciona en otros países, como pasaba con Donald Trump en Estados Unidos, o con Nicolás Maduro en Venezuela; ha resultado efectiva desde el principio del sexenio, cuando se quería hablar del avión presidencial en lugar de la violencia feminicida.

Y aquí es dónde entra nuestra responsabilidad como sociedad y como medios. Tenemos que dejar de morder el anzuelo

Tenemos que dejar de enganchar con las frivolidades que nos avientan todos los días quienes gobiernan y pedir que cumplan su mínima responsabilidad: rendir cuentas. Corregir sus errores.

Ese es el desafío. Pero es nuestro desafío

¿Lo intentamos?

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