Los corruptos son los otros

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Uno de los lastres más importantes de nuestro país y de muchos otros es la corrupción. Esta falla moral de nuestra sociedad no solamente tiene un costo enorme en oportunidades de desarrollo económico, sino que incluso cuesta muchas vidas, como, por ejemplo, los accidentes ocurridos en la infraestructura pública debido a falta de mantenimiento o defectos en la construcción.

Hasta hace no muchos años, los ciudadanos no estábamos tan conscientes ni tan preocupados por este fenómeno, por supuesto sabíamos que había corrupción, pero de alguna manera lo entendíamos como un mal con el que se podía vivir y que se reducía a que el dinero público no alcanzaba porque algunos políticos se quedaban con una buena parte. Sin embargo, en los últimos 20 años, los ciudadanos mexicanos hemos ido comprendiendo que la corrupción está en todas las esferas de la sociedad y que está teniendo costos altísimos para todos y para los más vulnerables principalmente. 

Debido a esta toma de consciencia es que la ciudadanía ha participado más activamente en las elecciones para “castigar” a los políticos y a los partidos que considera corruptos, eso ha permitido la famosa alternancia en el poder, sin embargo, el fenómeno de la corrupción lejos de haberse erradicado se ha agudizado.

Por supuesto, existen muchas razones que explican el fenómeno de la corrupción, pero hay un incentivo perverso que va más allá de las ganas de hacerse rico sin esforzarse. En México y en muchos otros países, la gente puede hacerse rica de la noche a la mañana, de manera inexplicable y lejos de ser cuestionada, señalada y estigmatizada, se les convierte en personajes admirados. Basta ver las portadas de las revistas de sociales para darse cuenta de que muchos de los personajes que aparecen en ellas tienen fortunas de procedencia más que dudosa y se les presenta en dichas publicaciones como personajes dignos de admiración, como personas que han tenido éxito en la vida.

Y no solamente son esas publicaciones las que contribuyen a legitimar a personas de dudosa calidad moral. Los dueños de las fortunas mal habidas se mueven en la sociedad con absoluta soltura y en medio del aplauso de la gente que los rodea, si le preguntáramos a cualquiera de ellos si su fortuna procede de la corrupción respondería que ¡por supuesto que no! Ya que siempre es posible hacer una maroma intelectual para justificar “racionalmente” las actuaciones al margen de la ética e incluso de la ley.

Desde la infame frase: “si robé, pero poquito” de Hilario Ramírez Villanueva, ex alcalde de San Blas, hasta justificaciones como: “hay otros que roban más” o “si yo no lo hago, de todas formas, otros lo van a hacer” hasta respuestas más sofisticadas y truculentas como: “si me estoy llevando una comisión por haber otorgado esa concesión, pero estoy seguro de que el proveedor era el más calificado para hacerlo” o “lo que me pagan no compensa todo lo que trabajo” o ¿qué tal? “son negocios, todos lo hacen”. 

Con este tipo de razonamientos quienes defraudan, extorsionan y roban se justifican a sí mismos, sus familias y amigos que suelen verse beneficiados con sus acciones simplemente voltean la vista a otro lado y no muestran ninguna sorpresa, ni hacen preguntas ante el repentino enriquecimiento de su pariente. 

Efectivamente todos los días los medios de comunicación y las redes sociales hacen denuncias sobre casos de corrupción en México e incluso se señalan sospechosos, sin embargo, todo queda en el escándalo del día o de la semana y pasamos a otro escándalo más fresco. Esto tiene que ver con la impunidad rampante que existe en nuestro país y que se debe en gran medida, a los pactos que tienen los grupos de poder para protegerse entre sí. 

De modo que, como sociedad, lo que nos queda por hacer es tomar más conciencia del daño que significa glorificar a personas cuyo único mérito es haberse hecho ricas de un día para otro. Quienes ostentan fortunas cuya procedencia no se puede explicar deberían ser auténticos parias sociales, tendrían que vivir con el temor a presentarse en público y ser señalados e increpados. Dejemos de hacer famosos y extenderle la alfombra roja a quienes no hacen otra cosa más que robarle al erario o realizar negocios a través del tráfico de influencias. 

Los ciudadanos merecemos y podemos construir una sociedad más ética.

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