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Pasamos rápidamente del “yo te creo” al “ya prescribió el delito”. Ese ha sido el histórico giro de varias feministas del entorno del presidente López Obrador en los últimos tiempos, y ha sido una clara señal de qué es lo que realmente pesa en esta administración: no son los derechos, no es la justicia ni la equidad. Es el poder.

Así lo demostró la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, que dio un interesante discurso condenando por un lado la violencia de género y al mismo tiempo negándose a dar validez a las acusaciones que pesan contra el candidato a gobernador de Guerrero de su partido, Félix Salgado Macedonio.

El aspirante de Morena, que según las encuestas tiene todas las posibilidades de ganar, ha sido señalado reiteradamente por graves abusos sexuales contra diversas mujeres. Las acusaciones son brutales de escuchar, así como la información que se ha hecho pública sobre cómo fue protegido desde el poder estatal para dejarlo en la impunidad. 

Rápidamente, el presidente del partido, Mario Delgado, y el coordinador de la fracción de Morena en el Senado, Ricardo Monreal, brincaron a defenderlo.

Ambos líderes aseguraron que dado que no ha sido condenado y que las acusaciones tienen razones políticas. Esta es una clásica actitud patriarcal, en la que la víctima es castigada de nuevo por el sistema, obligándola a exponerse una y otra vez al abuso de las autoridades. Las mujeres cargan no solo con el peso de la violación o el abuso, sino con un sistema indolente que se pone del lado del agresor.

El presidente, que es en el fondo el jefe de Morena, ha dicho que él no se mete en las candidaturas. Así, ha tratado de desmarcarse de las postulaciones más controversiales, como la de Salgado Macedonio. Sin embargo, desde sus conferencias de prensa, nos ha demostrado una y otra vez que el tema de las mujeres le es irrelevante.

Las acusaciones son tan fuertes que cerca de un centenar de legisladoras de su propio partido firmaron una solicitud para que se le retirara la candidatura; con ellas, muchas mujeres de Morena y del gobierno han dado señales de condenar a Salgado. Pero más sonoro que su demanda es el cómplice silencio de los hombres en el poder. Tras el espaldarazo de los jefes del partido, los diputados, senadores y miembros del gabinete desaparecieron. Ni uno se animó a hablar contra el hombre acusado.

Y mientras nos debatíamos sobre si los partidos políticos deben darle más poder a presuntos violadores, llegó la detención de Mario Marín, el llamado “Gober precioso”. Marín fue arrestado por la detención ilegal y la tortura contra la periodista Lydia Cacho, quién sufrió graves violaciones a sus derechos humanos tras exponer una red de tráfico sexual de menores de la cual el entonces gobernador de Puebla era parte.

Mario Marín, no está de más recordarlo, fue el hombre fuerte y amigo de Manuel Bartlett durante su gobierno en Puebla. Las redes de poder se movieron para proteger al colega del hoy director de la CFE. 

Entre las personas que lo salvaron está nada menos que la actual secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero. En esa época era parte de la Suprema Corte de Justicia, cuando se llevó a cabo un juicio de desafuero por las acusaciones de tortura que pesaban contra Mario Marín. Al final, Sánchez Cordero votó a favor de exonerar al entonces gobernador. 

Ese viejo voto de 2007 ha venido a perseguirla justo cuándo le tocó reemplazar al presidente en las mañaneras. Ahora que Marín está tras las rejas, la secretaria optó por minimizar la gravedad de lo que hizo. Pero la verdad es que protegió a un hombre acusado de torturar a una periodista. En la misma sesión también defendió la presunción de inocencia del acusado.

Sánchez Cordero tampoco se ha pronunciado respecto a Salgado Macedonio y sus acusaciones, como no lo han hecho el resto de las mujeres de su gabinete. Y sin duda muchas de ellas deben estar padeciendo esta situación, pero por lo que vemos públicamente, su cargo está por encima de su sororidad.

Hay que decirlo: estamos gobernados por machistas. Y así, viene al caso el viejo dicho que se dice cuándo alguien no se percata de que se están aprovechando de ella: amigo, amiga, date cuenta. 

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