Dos años, dos

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Hemos cumplido ya dos años de gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador. Han sido dos años llenos de desafíos y contradicciones, con dramas y crisis.

Han sido tiempos complejos, en particular este inolvidable 2020, con la pandemia de COVID-19.

La complejidad de este año, y el errático manejo de la crisis sanitaria ha llenado nuestras conversaciones, alterando nuestras vidas, derrumbado la economía y significado la trágica muerte de miles de personas en nuestro país.

Pero vale la pena recordar otros hitos de este gobierno que han marcado el estilo de la llamada cuarta transformación.

137 personas murieron el 18 de enero de 2019 en Tlahuelilpan, Hidalgo, cuando hubo una explosión de un ducto de gasolina. Las víctimas estaban robando combustible, el llamado huachicoleo, bajo la pasiva mirada de las autoridades. Se pensó que no detenerlas era más seguro que intervenir. Al final, resultó en la primera gran tragedia de este gobierno. 

Eso desencadenó un intenso debate sobre el huachicoleo, que devino en la siguiente crisis: la escasez de combustible. Bajo la lógica de que era una estrategia para prevenir el robo, simplemente nos cerraron la llave. Miles de personas vivimos en carne propia las largas filas para poder comprar gasolina, y fue una de las primeras señales de que había un importante desorden dentro de la administración.

Poco después vino la ruidosa renuncia del secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, quien salió azotando la puerta del gobierno. En su carta de renuncia, el funcionario hizo visible algo que era evidente: es un gobierno que no toma decisiones con base la evidencia, ni considera seriamente los temas técnicos, y que está lleno de gente que no está capacitada para hacer su trabajo.

Unos meses después, en octubre de ese año, nos enfrentaríamos a otra crisis, pero muy diferente: la liberación de Ovidio Guzmán. En un confuso y fallido operativo, las fuerzas armadas detuvieron al hijo del Chapo Guzmán, quien ya había sido condenado a cadena perpetua en Estados Unidos.

La acción de las fuerzas armadas resultó en un fiasco que trajo una ola de violencia en Culiacán, dejando muertos, heridos y destrozos. Eso, además de una ciudad aterrorizada. Todo para nada. Tras su liberación, el gobierno entregó versiones contradictorias y claramente falsas de cómo se tomó la decisión tanto de aprehenderlo, como de liberarlo. Y dejó una sensación poderosa de una administración acorralada.

El 4 de noviembre del año pasado vimos el trágico asesinato de la familia LeBarón, en el poblado de Bavispe, en la frontera entre Sonora y Chihuahua. Acribillaron a nueve mujeres, niñas y niños. Fue un recordatorio brutal de la crueldad del crimen organizado y de la vulnerabilidad de las personas ante él. La actitud del gobierno fue, otra vez, extraña: mandó al canciller al lugar, en lugar del secretario de Seguridad, y las investigaciones avanzaron lentamente. Una tragedia más en un país lleno de horrores.

La violencia feminicida no paró tampoco, ni siquiera con la pandemia. Empezamos este año con el asesinato brutal de Ingrid Escamilla, cuyas fotos destazada fueron filtradas por la policía a varios medios, que las publicaron en un acto de total irresponsabilidad periodística. Eso desató un debate sobre el papel de los diarios en la revictimización de las mujeres.

Vino entonces el 8 de marzo de 2020, Día Internacional de las Mujeres, seguido por el paro nacional de ellas el lunes 9. Fue un hito en visibilizar su rol en la sociedad, y también fue la oportunidad para el gobierno de demostrar, una vez más, su absoluta indiferencia a las demandas de las mujeres.

Y después, la pandemia. Fuimos testigos de cómo Hugo López-Gatell pasó de héroe nacional, incluso mencionado como presidenciable, a una triste figura. Un hombre que no asume ninguna responsabilidad pero que alegremente ve conspiraciones de los medios y hasta de los organismos internacionales en su contra. Un médico tratando de hacer política, pero fracasando en los dos frentes.

Esos son solo unas pinceladas de lo que ha sido el gobierno de López Obrador. Y no es que no haya logros, como subir el salario mínimo, o que todo esté mal.

El presidente mantiene una alta popularidad, lo cual no es inusual en México. Sin embargo, hay enormes deudas que siguen pendientes.

Faltan cuatro años de gobierno. Pero hay pocas esperanzas de que empiece a existir lo que más le ha faltado a esta administración: la autocrítica.

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