El laberinto opositor

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Tras muchos conflictos y cuestionamientos, gran parte de la oposición finalmente acordó unirse. Sus divisiones tuvieron mucho que ver con una dudosa actuación del PRI, en particular de su líder Alejandro Moreno en temas clave como la militarización.

Sin embargo, tras ir y venir, acordaron aliarse en las elecciones de este año en el Estado de México y en Coahuila, así como en la presidencial del próximo año. El PAN y el Revolucionario Institucional se repartieron las candidaturas más importantes, dejando al PRD de lado. Este partido ya expresó su molestia, pero sabe que depende de esta alianza para sobrevivir.

Los partidos opositores lo tienen claro: si no van juntos, pierden. 

El presidente del PAN, Marko Cortés, así como el coordinador PRI en la Cámara de Diputados, Rubén Moreira Valdés, han asegurado que están respondiendo a una demanda de la sociedad civil.

Nos dicen que la gente que no está con el gobierno les ha exigido superar sus diferencias -que son bastantes, y muchas profundamente ideológicas – y avanzar en un camino unitario.

Y tienen razón: hoy Morena no solo tiene una clara preferencia, sino que controla un enorme aparato estatal para operar en las elecciones. 

Además, el presidente Andrés Manuel López Obrador mantiene una alta popularidad y enorme influencia en la opinión pública.

Pero ¿realmente van a escuchar a la sociedad? Porque lo que estamos viendo es que la ciudadanía sigue excluida de la toma de decisiones en la oposición.

La sociedad civil organizada, que en gran medida apoyó a López Obrador, ha visto con decepción que es tratada como el enemigo. Pero la oposición no ha logrado integrarla de forma convincente ni operativa.

Los partidos políticos tienen mecanismos de decisión sobre las candidaturas, pero la verdad es que, sobre todo en caso de las alianzas, las personas que competirán son determinadas en un pequeño comité de poderosos que al final responden a intereses y acuerdos.

Otro problema importante que tiene la oposición es recuperar la confianza de la gente. La narrativa de que son todos corruptos, conservadores o de alguna forma siniestros ha penetrado profundamente en la opinión pública.

No carece de fundamentos, pero podemos decir lo mismo de mucha gente que está hoy en Morena y que de forma oportunista cambió de bando en el momento correcto. En el partido que hoy nos gobierna vemos a ex priistas, ex panistas y ex perredistas que de no estar ahí serían vistos como enemigos por el Ejecutivo, y que sin embargo han sido purificados.

Cambiar la corriente de la opinión pública nunca es fácil. 

Enrique Peña Nieto, tras Ayotzinapa y la Casa Blanca, perdió el control de la narrativa y nunca la pudo recuperar. Eso no solo le costó un colapso en su popularidad, sino que su partido quedara profundamente debilitado, sin importar quién fuera su candidato.

Si la oposición aspira a ganar, no solo tiene que trabajar en conjunto. Tiene que escuchar a la gente, crear mecanismos de inclusión social, conectar con la sociedad civil. Porque la cuesta que enfrentan es difícil y mantenerse en las rencillas políticas mezquinas los llevará sin duda a perder otra vez.

Pero sobre todo, necesitan limpiar su imágen. Buscar candidaturas competitivas pero no manchadas por el largo historial de corrupción y excesos que les contaminan. Son dos desafíos importantes que aún no han demostrado que están a la altura de superar.

También, tienen que sacudirse el concepto de ser conservadores. La gente, los jóvenes, están cambiando. La sociedad tiene otras necesidades y prioridades. Mientras no conecten con ellas, la supuesta izquierda que nos gobierna mantendrá el control de sus banderas, aunque las hayan ignorado todos estos años.

El desafío es grande. ¿Estarán a la altura? Veremos.

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