Falacias

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En la antigua Grecia, el pensamiento filosófico era crucial. Y con ello, también la importancia de saber cómo debatir. Siendo una especie de democracia, los sofistas sabían que lo más importante no era tener la razón, sino persuadir a la gente. Para esto desarrollaron una serie de técnicas.

Estos métodos para ganar a toda costa un debate y convencer a la gente es lo que llamamos las falacias: un argumento que parece válido pero que no lo es. En la política de hoy, esto ya no es ninguna excepción, es más bien la regla. No está de más que definamos lo que nos han acostumbrado a escuchar.

El primer recurso que se usa es el argumento Ad hominem. Esto es cuando alguien nos presenta un tema pero no lo rechazamos por ser falso, sino porque “¿quién eres tú para decirlo?” 

—Esto lo vemos casi cada mañana. Siempre que algún periodista o medio que no es pro gobierno revela alguna información controversial, la primera reacción del oficialismo es decir que son conservadores, que no tienen autoridad moral o el ya clásico “¿dónde estaban cuando…?” 

Así no importa qué se diga, lo que importa es quién lo dijo.

Otro más, bastante usado, es lo que llaman Ad baculum. Este es el argumento de la autoridad. Básicamente, “porque soy tu padre” o “porque yo lo digo”. Muy común en situaciones familiares, pero también en política. No importa cuál sea la crítica, lo que importa es quién ejerce la autoridad. En particular si es alguien que tiene de su lado el uso de la fuerza. Así, desde el poder es fácil establecer que el Congreso, por ejemplo, no puede cambiar una coma a una ley, “porque yo soy la fuerza”. No importa el argumento, importa el poder.

Uno especialmente común y frecuente es lo que llaman Ad populum. Esto significa “no importa lo que digas, la gente me quiere”. Es decir, no gana quién tenga razón, sino quién sea más popular. 

—Nuestro presidente recurre mucho a esta fórmula, presumiendo las encuestas que muestran su apoyo popular para justificar decisiones que, según especialistas, son equivocadas. Pero no importa: la gente lo quiere, y por tanto está en lo cierto.

Dos más que vale la pena analizar: Ad verecundiam. Esto es cuando alguien rechaza el argumento de los demás porque “sabe más”. 

—-Lo vimos repetidamente durante la pandemia. Hugo López-Gatell era la única persona que sabía de lo que hablaba, y no importaba lo que dijeran expertos o autoridades de salud de las Naciones Unidas. Él sabía qué había que hacer y nunca hubo evidencia alguna, a pesar de las miles de muertes, que le convencieran de cambiar el rumbo. Cuando eres el gran experto, no necesitas escuchar otros puntos de vista.

Finalmente, Ad nauseam. Esta es algo irónica cuando escuchamos a López Obrador repetir una y otra vez la frase del ideólogo nazi Joseph Gooebels, a quién se le atribuye decir “si repites una mentira suficientes veces la gente llegará a creerla, incluso tú mismo”. El presidente no lo cita correctamente, pero vaya que lo repite una y otra vez. 

Y al mismo tiempo, reitera sus versiones de la realidad: hay una gran conspiración conservadora, todos los errores del gobierno son culpa de alguien más, ante cualquier mala noticia tiene “otro datos” y ya no hay corrupción ni influyentismo, solo honestidad.

Ha repetido esto tantas veces que mucha gente lo cree, incluso él mismo. 

Así, terminamos viviendo en un marasmo político de falacias, manipulaciones y falsos debates, todo con ayuda de las redes sociales e información engañosa o directamente falsa. Pero no importa, porque lo importante no es tener la razón, lo importante es ganar la discusión.

Esto por supuesto polariza a la sociedad y empobrece el debate político, pero ayuda a mantener el poder y la autoridad. 

Al final, lo que la sociedad tendrá que hacer es recurrir a otra frase, ahora de los romanos: “Facta, non verba”.

Hechos, no palabras.

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