La guerra de la desinformación en la invasión rusa a Ucrania

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La guerra destruye muchas cosas. Destruye vidas, familias, hogares, ciudades. Pero lo primero que destruye es la verdad, porque si las armas son importantes, la propaganda es crucial para ganar cualquier guerra. La verdad muere antes de que se dispare la primera bala.

Porque para poder justificar cualquier guerra hay que construir una narrativa. Ya sea el nacionalismo, la liberación de un pueblo oprimido o detener una amenaza inminente, hay que polarizar a las poblaciones, convencerlas de que esa guerra es justa, y movilizar a la gente. Otro aspecto crucial es “deshumanizar” al enemigo. Ya sea calificándoles como nazis u opresores, o diciendo que necesitan una liberación. No importa: lo importante es que sus vidas se sientan menos valiosas que las nuestras.

Esto es lo que estamos viendo en la guerra de Rusia contra Ucrania. Una guerra que empieza por la desinformación, propaganda y manipulación para construir la idea de buenos-malos, héroes-villanos. Cada bando lo está haciendo para defender su postura, en particular usando las redes sociales. El problema de estas redes es que son de doble filo: por un lado puedes difundir noticias falsas o tendenciosas a tu favor, pero no es tan fácil detener las que te perjudican.

Así, desde los países europeos y occidentales, se empezó a construir un cerco a la información que salía de los medios oficiales rusos. Russia Today, o RT, una agencia de noticias del Estado ruso y conocida por promover la visión del régimen, empezó a ser limitada. Le quitaron patrocinios, canales de televisión por cable, e incluso la empezaron a bloquear en redes, en particular las noticias que consideraban falsas o manipuladas.

La Rusia de Vladimir Putin subió la apuesta. Primero, empujó una ley express que prohibía la difusión de “fake news”. Es decir, las noticias que no le gustan. Así, establecieron penas de cárcel de hasta 15 años a periodistas y medios que hablaran de una “guerra”, porque la definición oficial es “operación militar especial”. Esto es una buena muestra del poder del lenguaje: el gobierno ruso no quiere que su población piense que están en una guerra, sino en una especie de operativo. Algo menor, pues. Nada de qué preocuparse.

Pero esta ley obligó a los pocos medios independientes rusos a cerrar sus puertas, y a corresponsales extranjeros a salir del país ante el temor de ser procesados.También, Rusia suspendió el acceso a Twitter y Facebook en su territorio, para evitar que su ciudadanía vea la versión occidental de lo que está pasando.

Un nuevo telón de acero, pero ahora informativo. En este lado del mundo solo escuchamos lo que nos dicen quienes condenan a Rusia, y allá solo a quienes defienden las acciones de ese país.

Así, acá nos dicen que los civiles no pueden escapar de zonas de guerra porque el ejército ruso no respeta el cese al fuego temporal; allá, escuchan que Ucrania ataca a sus propios ciudadanos para desprestigiar a Rusia.

Muchas personas en Ucrania tienen familiares en ciudades rusas, y cuando se comunican para decirles lo que están enfrentando simplemente no les creen. La desinformación divide no solo a las sociedades, sino incluso a las familias.

Debemos tener presentes un par de cosas. En primer lugar, las guerras no son de buenos contra malos; son conflictos económicos y geopolíticos. La guerra que estamos viviendo responde a un largo tiempo de tensión entre dos bloques que buscan ser hegemónicos. 

En segundo lugar, debemos ser críticos de la información que recibimos. Está claro que lo que está haciendo Putin es una invasión, y no hay argumento para defenderla. Pero también es real que desde la OTAN y la Unión Europea llevan largo tiempo tensando la cuerda de su relación con Rusia.

Así que debemos siempre tener la responsabilidad de no difundir noticias que no hayamos reconfirmado o que vengan de fuentes interesadas. Debemos buscar la información que viene de corresponsales o fuentes que están en el terreno. 

Pero sobre todo, hay que tener esto claro: en la guerra, siempre es la gente la que pierde. Son los niños y las niñas, las mujeres, las comunidades. No hay cómo justificar lo que hemos visto. No hay cómo matizarlo. 

Por muy lejos que estén, por muy ajenas que nos parezcan, esas personas están viendo cómo su vida se desmorona sin poder evitarlo. No hay mucho que podamos hacer, así que al menos hagamos esto: no nos dejemos engañar, no difundamos propaganda, no seamos cómplices de la desinformación. 

Porque en la guerra, las mentiras cuestan vidas.

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