La adicción al fuego

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¿Quién los regula?

“¡Fuego! ¡Fuego! ¡Fuego!”, gritan los muchachos sin dejar de saltar, bañándose en una lluvia de chispas, algunos hacen girar sus playeras con el torso descubierto; los más pequeños bailan y saltan también pero de espaldas, quizás por recomendación de sus padres.

Francisco Cortés, uno de los mejores cartoneros del municipio, quien hace unas semanas envió un toro a Nueva York, para un equipo de futbol americano: “Yo ya no me meto al baile, sólo cuando estoy muy pedo –ríe–, a estas alturas, ya me da miedo. Esas chispas sí queman, no te creas. Y a’i andan los chamacos luego presumiendo sus sus cicatrices; míralos cómo andan bien locos”.

En este contexto, resulta difícil creer que cada año se registren explosiones que cuestan la vida a decenas. En total, 161 entre 2012 y octubre de 2018, de acuerdo a una solicitud de transparencia respondido por la Secretaría de la Defensa Nacional. Tan solo de enero a octubre de 2018, hubo 28. Cada explosión ilumina el cielo y oscurece la casa de los dolientes que pierden a alguien o deja familiares heridos. 

La pirotecnia está regulada por la Ley de Armas de Fuego y Explosivos. Desde 1988 –cuando murieron 60 personas el incendio del “Mercado de Cohetes de la Merced”– la normatividad alrededor de los fuegos artificiales se endureció, y hoy producirlos se equipara a la fabricación de armas de fuego. Es por esto que, aunque autoridades como la Dirección de Protección Civil Municipal tienen cierta injerencia sobre la pirotecnia en Tultepec, la única institución que puede decidir, vigilar e intervenir sobre su fabricación y venta es la Secretaría de la Defensa Nacional.

“Esto provocó cambios importantes en la organización, explica el Maestro Víctor Manuel Velázquez en su estudio Redes Socio-productivas e instituciones: la trayectoria de desarrollo del sistema productivo de Tultepec. El impacto mayor ha sido propiciado por las distintas autoridades que buscan beneficiarse de esta nueva regulación a través de la extorsión a los pirotécnicos en torno a la producción, transportación y venta de sus productos”.

Velázquez no es el único en mencionar que la ley no parece enfocada en capacitar a los artesanos en el uso profesional y seguro de los químicos, sino en aumentar los trámites e impuestos. Muchos artesanos pirotécnicos entrevistados afirman que, aunque la creación del Instituto Mexiquense de la Pirotecnia en el 2005 parecía un avance, lo cierto es que existen materiales extremadamente peligrosos –como el clorato de potasio– que siguen siendo de uso común y que podrían sustituirse fácilmente, además de que las medidas de seguridad, tanto del Mercado de San Pablito como de la zona de talleres, han sido poco atendidas o apenas vigiladas.

A esto hay que sumar los productos chinos que, fabricados de manera industrial e ingresados por contrabando al mercado mexicano, se venden a mitad de precio. Ante este panorama, muchos encuentran inviable rentar o comprar un terreno lo suficientemente grande para cumplir con las medidas de seguridad y hacer todos los trámites para regularizarse. A la fecha, nadie sabe exactamente cuántos talleres clandestinos están ubicados en las zonas habitacionales de Tultepec.

Derek Isaac Cancino Aguilar, director del Instituto Mexiquense de la Pirotecnia (Imepi), es fulminante: “No podemos esperar a que deje de haber accidentes en Tultepec”, opina con naturalidad. “El manejo de pólvora siempre va a implicar un riesgo y más si el error humano está involucrado; lo más que podemos aspirar es a reducir este último factor. Que sean accidentes fortuitos y reducir su letalidad”.

Aunque Cancino Aguilar reconoce que, si bien este año se incrementó la partida presupuestaria etiquetada como Apoyo Social para la Prevención de la Pirotecnia, los seis millones de pesos del 2018 son poco para atender a los pueblos que producen pirotecnia en todo el Estado de México; el personal del Imepi, además, no cuenta con las facultades necesarias para hacer las debidas revisiones en cada uno de los talleres de la Saucera, y la Secretaría de la Defensa Nacional no tiene presencia permanente en las zonas de mayor riesgo.

“Nosotros sólo hacemos recomendaciones”, asegura. “Intentamos recomendarles medidas más precisas que las que exige la Sedena: que usen cubreboca, lentes de protección, que no usen ropa que pueda generar estática, todo eso. Pero sólo los soldados pueden entrar y revisar los talleres. Si nos niegan el acceso a nosotros, no podemos entrar. Este año, a raíz de la explosión de mediados de año, se creó la Comisión de Prevención Integral de la Pirotecnia. Lo que queremos es que todos los niveles de gobierno estén involucrados. Que podamos crear una coordinación real entre las distintas instancias.”

Mientras tanto, el oficio de cultivar el peligro seguirá cobrando víctimas. A principios de diciembre, Tultepec viviría dos estallidos más sin dejar víctimas mortales, pero nadie pensará siquiera en que la pirotecnia tenga que desaparecer de este municipio.

En el barrio de San Rafael, por ejemplo, Javier Corona Hernández es uno de los pocos que logró dejar atrás la pirotecnia como vía de supervivencia. Aunque hoy ejerce como médico quiropráctico reconoce que todavía, de vez en vez, cuando un cliente conocido le pide armar un castillo, lo hace sin dudarlo.

Cuestione le pregunto que si se abriera una fábrica de Coca Cola en Tultepec que le diera trabajo a todos, ¿estaría de acuerdo que ya nadie se dedicara a esto, que la pirotecnia se acabara para siempre?

“No pues no –responde con una risa tímida. Tultepec es esto. Y sin cohetes una fiesta no es una fiesta, ni Tultepec es Tultepec sin pirotecnia”.

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