La fallida democracia de los partidos

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Empieza un año que traerá mucha tensión política y electoral. Está, claro, el tema que domina la agenda de Palacio Nacional: la Revocación del Mandato. Pero este proceso tiene un resultado tan predecible que se reduce a un ejercicio de narcisismo.

Lo que realmente estará en juego, e irá definiendo los poderes hacia la presidencial del 2024, son las elecciones estatales. Habrá elecciones a la gubernatura en Aguascalientes,  Durango, Quintana Roo, Hidalgo, Oaxaca y Tamaulipas, y en esos escenarios se verá la verdadera disputa.

Y lo que es interesante es la lección que nos dejan los partidos políticos con la forma en que se escogieron las candidaturas. Quienes deben ser los representantes y protectores de la democracia, son todo menos eso. Al contrario. Siguen siendo aparatos burocráticos, enormemente caros para México, que son incapaces de tener procesos abiertos de selección.

Esto, por supuesto, no es nada nuevo. El PRI históricamente le entregaba al presidente en turno o a los gobernadores total control sobre las candidaturas, que negociaban sin vergüenza. De ahí el famoso término del “tapado”, el escogido del presidente para sucederlo.

El PAN, en sus inicios, buscó una fórmula relativamente democrática: convenciones electorales en la que militantes selectos definían ciertas candidaturas. Pero esos tiempos parecen haber pasado.

El PRD, por su parte, sí buscó en un inicio hacer elecciones internas abiertas para determinar quién sería la persona abanderada. Pero la “democracia” de este ejercicio duró muy poco. Casi de inmediato grupos de voto corporativo, comprado y organizado, empezaron a definir elecciones. Eso fue lo que terminó dando poder a corrientes como la que lideraban René Bejarano y Martí Batres, entre otras. Muy pronto, sus procesos internos se reducían a negociaciones entre tribus que controlaban tianguistas, taxistas o grupos de vivienda.

Cuando surge Morena, deciden que no hay ni por qué molestarse con procesos internos. Andrés Manuel López Obrador determinó que los procesos serían por encuestas, a fin de ahorrarse la engorrosa tarea de enfrentar acusaciones de fraude electoral interno. 

Pero lo que estamos viendo ahora, apenas comenzando el 2022, es que estos supuestos ejercicios democráticos de hacer sondeos en realidad son una simulación para que la dirigencia del partido, y el líder máximo, decidan quién va y quién no.

Las definiciones de candidaturas de este año han vuelto a demostrar esto, en todos los partidos.

En Hidalgo, el PRI está viviendo una batalla épica. El gobernador del estado, Omar Fayad, protestó públicamente porque le dieron al PAN la candidatura de la Alianza Va X México. El presidente de ese partido respondió duramente, acusando al gobernador de querer entregar el estado a Morena. El problema no se solucionará pronto.

En Morena, las cosas no pintan mejor. En al menos tres estados que tendrán elección han presentado denuncias ante el Tribunal Electoral: Tamaulipas, Durango y Oaxaca.

Denuncian que la supuesta encuesta que hicieron estaba arreglada desde días antes de dar a conocer el resultado formal. Maki Ortíz, aspirante a Tamaulipas – y hasta hace poco panista – ha declarado públicamente que todo fue una simulación para darle la candidatura al favorito de la dirigencia de Morena, Américo Villareal. 

Su denuncia señala directamente a Mario Delgado, presidente de ese partido. Dijo que no se respetó ni la paridad de género ni las preferencias, que fue un acuerdo cupular.

En Oaxaca las cosas van por el estilo. Susana Harp, senadora y aspirante, presentó un documento firmado días antes de dar a conocer el resultado en que se designaba a Salomón Jara como candidato. Dijo que Oaxaca estaba lista para ser gobernada por una mujer, y que la decisión era una “burla muy profunda”.

En Durango, lo mismo. José Ramón Enríquez, quien aspiró a la candidatura, denunció que se montó un “show”, ya que los citaron el 22 de diciembre del año pasado pero que la decisión se había tomado desde el 18. Asegura que se escogió a Mariana Vitela no por ser la mejor posicionada, sino porque es el estado qué más difícil será ganar. Es decir, otra vez le dan a mujeres estados con pocas posibilidades y a hombres entidades con muchas.

¿Qué nos deja esto? Una cosa muy clara: el problema de nuestra democracia comienza con partidos políticos que no la entienden. No les interesa ni les sirve. Solo quieren empujar a sus aliados e intereses. 

Por eso la ciudadanía es ahora tan importante. Para contener los impulsos autoritarios, para forzar a procesos democráticos y para que nuestros líderes escuchen que es la hora de cambiar.

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