El mundo que viene

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Quizá ahora sí es verdad: la pandemia está terminando. Ha sido mucho más extensa y trágica de lo que cualquier escenario del gobierno y las organizaciones de salud preveían- desde el más optimista al más catastrófico -, pero pareciera estar llegando su final.

Esto por supuesto no significa que debamos dejar de cuidarnos y tomar medidas, pero la vida vuelve a parecerse a lo que era antes. Tal vez en México es más difícil de apreciar este cambio, ya que en general las restricciones fueron de poca duración y muy laxas.

Pero en el resto del mundo sí se siente. Muchos países pasaron meses con toque de queda, movilidad restringida o fronteras cerradas. Hubo naciones que encerraron a su población por mucho tiempo, y ahora vuelven a abrir sus puertas, como es el caso de Chile.

Así que es un buen momento para revisar qué lecciones nos deja la pandemia, qué secuelas tendrá en nuestra sociedad, y cómo nos ayuda esta tragedia a mejorar al mundo.

Hay varias cosas que existían antes de la COVID-19 pero que se volvieron más evidentes, y por tanto exigen que sean atendidas.

En primer lugar, la profunda desigualdad de nuestro sistema económico. Vimos cómo algunos países tenían la capacidad de atender mejor a sus personas enfermas y apoyar a los negocios que entraron en crisis. Vimos cómo algunos tenían la capacidad de crear ciertas condiciones sanitarias mientras que otras naciones colapsaban por su falta de acceso a medicamentos básicos. También, la gente con menos recursos padeció más que las clases altas. 

Esta crisis económica, a diferencia de otras anteriores, afectó a toda la cadena productiva: la producción, la distribución y el consumo. Golpeó a todas las naciones de una u otra manera, y si bien muchas economías ya están en recuperación, estamos viendo un alza en la inflación en varios países, México incluido. Esto afecta la vida de las personas más vulnerables.

Así, quizá esta es una oportunidad para reconsiderar el modelo productivo e industrial, cambiando uno que solo se enfoca en ganacias por uno que contribuya a la resiliencia y equidad.

Por otro lado, la pandemia hizo evidente la gravedad de la situación de las mujeres. En países como el nuestro hubo un alarmante incremento en la violencia intrafamiliar, las violaciones y el feminicidio. Los mecanismos de auxilio, de por sí deficientes, no fueron capaces de atender la creciente ola de agresiones. 

Miles de mujeres, niñas y niños estuvieron a merced de sus violentadores sin ayuda. Esto nos demanda un gran esfuerzo para atacar las causas de estas violencias y atender mejor sus consecuencias.

La seguridad social es otro de los temas que exigirán una revisión. Ya eran ineficientes, y vimos que aún están muy lejos de estar listos, con planes de contingencia, para una emergencia de este tipo. Reformar el sistema necesitará de creatividad y voluntad política profunda.

Sobre todo, porque viene una gran secuela del coronavirus: la crisis de salud mental. Salimos de la pandemia con una sociedad de luto, deprimida y con estrés post traumático. Muchas personas sentirán la culpa del sobreviviente tras haber perdido a seres queridos o sufrirán crisis de ansiedad.

Tardaremos en ver el efecto que tendrá en los niños y niñas el inexplicablemente largo cierre de escuelas en nuestro país. ¿Qué secuelas tendrá en su aprendizaje, su vida afectiva, sus relaciones psicosociales? 

Como nación, debemos estar atentos al efecto de largo plazo que podrá tener.

Hoy somos una sociedad lastimada.

Pero al final, cuando las cosas salen terriblemente mal, podemos pensar en conjunto que quizá hay mejores caminos. Mejores sistemas, mejores estructuras

Y estas crisis nos pueden dar esa oportunidad de construir una sociedad mejor, más justa y más segura. Más solidaria y atenta.

Dependerá de todas y todos nosotros.

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