Polarización y la prensa

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Estamos en un círculo vicioso de polarización política. Entre más agrede, el otro responde peor. Las elecciones no sirvieron para bajar el nivel de tensión entre quienes apoyan al gobierno y quienes lo critican. De hecho, quizá lo empeoraron.

Este es un fenómeno global y es uno que debe preocuparnos. No solo porque afecta a la convivencia social, sino porque tenemos una responsabilidad personal en esta polarización.

Y no me refiero solo a los políticos o a las personas en las redes sociales, sino que también a los medios de comunicación. 

México es un gran ejemplo de la bola de nieve que se va creando en el conflicto entre la prensa y los gobernantes, pero el caso de los Estados Unidos, que al final nos impacta, es bueno para explicar este fenómeno.

Donald Trump empezó la espiral. Descubrió que la mejor forma de agitar y motivar a sus seguidores era enfurecerlos. Y los seguidores furiosos, indignados, son los más efectivos. Salen a votar, convencen a otras personas, y enaltecen al líder. Son útiles.

Pero aquí es donde entran los medios. Fox News, la cadena conservadora de televisión, descubrió desde hace tiempo que la polarización es una mina de oro. Entre más radicalizaba su cobertura, más extremos eran sus puntos de vista y más reforzaba el discurso de odio contra Hillary Clinton y los demócratas, más leales eran sus espectadores.

Pronto, mucha gente simplemente dejó de ver otros canales, porque este era el que cristalizaba sus enojos, alimentaba sus convicciones y les libraba del tedioso esfuerzo de hacerse una opinión propia.

Así, el círculo es este: líderes lo proponen, gente lo compra, medios lo retoman y al final ya nadie puede parar. Porque de alguna manera, está beneficiando a todos… excepto a la democracia y a la sociedad.

El presidente Andrés Manuel López Obrador ha sido un mandatario explícito en su crítica a la prensa. Nos ha mostrado listas de editorialistas que escriben criticándolo, ataca a medios y a los periodistas con su nombre y apellido. 

Y muchos medios caen en la trampa. Enfocan toda su energía en buscar errores o magnificar problemas, y al final terminan alentando al presidente a decir “¿Ven? Se los dije.” 

Es una narrativa que se alimenta a sí misma y de la cual es muy difícil salir. 

Acá está el dilema que enfrentamos. Es nuestra responsabilidad fiscalizar al gobierno. Es nuestro trabajo investigar y denunciar corrupción, violaciones a los derechos humanos, o errores críticos. No estamos para hablar bonito del gobierno, de ninguno de ellos, ni para darles por su lado.

Pero tampoco podemos ser parte de la bola de nieve. Y la respuesta es que es la hora de la moderación. Eso no significa ni ceder en el compromiso con la verdad ni en volvernos complacientes. No implica una derrota ni un paso atrás.

Implica que tanto las personas como los medios tenemos que ser responsables. Por supuesto no podemos pensar que ni AMLO ni su séquito lo harán, pero sí significa que no debemos caer en su juego.

Esta moderación nos exige. Nos demanda que no caigamos en provocaciones, que nos informemos bien, que cuando estemos indignados lo expresemos con argumentos y no con insultos. Simplemente, hablarnos mejor.

León Trotsky decía que la amabilidad es el mejor lubricante social. Reduce las tensiones, crea entendimiento y empatía. Quizá es hora de que los bandos que se odian recuerden que al final estamos enfrentando los mismos dilemas nacionales y que al final nos afectan por igual. 

Y no, no debemos dejar de decir la verdad, ni de decirla claramente. No dejaremos de informar, investigar y fiscalizar. Pelearemos por la transparencia, el cuidado de la democracia y un país con más justicia.

Pero debemos hacerlo desde la trinchera de la inteligencia y la madurez. Desde la inteligencia que nos da la moderación. 

Nuestra democracia nos exige este esfuerzo.

Otro texto del autor: Luditas

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