El vacío

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La naturaleza aborrece el vacío. Esta frase, atribuida a Aristóteles, se refiere a la forma en la que la naturaleza llena todos los espacios que pueda. Una casa abandonada pronto empezará a llenarse de plantas, insectos, animales.

Hay otras cosas que aborrecen el vacío, y una de ellas es la política.

No hay espacio de poder que quede vacante que no sea llenado de inmediato por las ambiciones de alguien más. Por eso en la política es tan importante la información: cuando está ausente las especulaciones se disparan, llenando el vacío.

Esto viene al caso con la salud del presidente.

 —Desde el domingo se informó que había tenido un infarto y se suspendía su gira. Acto seguido, el vocero de la Presidencia, Jesús Ramírez, desmintió el hecho en redes sociales y aseguró que la gira seguía. No convenció a nadie, ni a sí mismo: estaba mintiendo.

Ante el vacío de información, la gente la buscó. Se rastrearon el avión de la Secretaría de Defensa para descubrir que en efecto habían regresado a la Ciudad de México. Las especulaciones se desbordaron. Cientos salieron a decir que contaban con información “de primer nivel” para asegurar que sí había sido un infarto, que estaba en el hospital Militar, e incluso que había muerto.

—Pasaron horas y fue hasta la tarde que un mensaje del presidente, en su cuenta en Twitter, explicó que tenía COVID-19 por tercera vez. Lejos de tranquilizar, aumentó las teorías de la conspiración. Se advirtió que el mensaje no respondía a su estilo habitual, como si alguien más lo hubiera escrito. 

Y es verdad que las últimas dos veces que avisó tener la enfermedad, el tono y forma eran muy distintas. Había además un detalle importante: dijo que su corazón estaba al “100”. ¿Era el corazón o COVID-19? En todo caso, un descuido que alimentó más teorías y dudas.

Se pidió un mensaje grabado para probar que estaba bien. Pero al menos en esos días, no se dio. 

El secretario de Gobernación lo cubrió en las mañaneras, pero aún mostrando opacidad y tambaleos. Dijo que estaba muy bien, que volvería en dos o tres días. Eso, inadvertidamente, inició un cronómetro: ¿cuántos días deben pasar antes de que aparezca el presidente a tranquilizar a la gente?

—El martes el secretario de Salud dijo de nuevo que estaba bien, que tenía síntomas leves, que no pasaba nada. En lugar de presentar un parte médico que explicara con claridad y precisión el estado de salud del presidente, se dieron datos vagos e incomprobables.

Horas después, la Cancillería canceló una cumbre regional sobre la inflación programada para el 6 y 7 de mayo por la enfermedad del presidente. Otra vez, más sospechas. ¿No iban a ser dos, tres días? ¿No que era muy leve?

Lo que eso nos permite pensar es que la verdad no sabían. No se quieren arriesgar a cancelarle a los otros países participantes de última hora, así que mejor posponemos sin fecha fija. Al día siguiente el secretario de Gobernación desmintió a la Cancillería, en un claro ejemplo del desorden interno de la administración.

No fue hasta el miércoles en la tarde cuando el presidente compartió un largo video para demostrar que estaba bien, y de paso dar una clase de su visión de la historia. Eso suponía que disiparía dudas, pero creó nuevas: ¿fue todo una mentira para distraer a la opinión pública mientras el Congreso votaba controversiales leyes nuevas imponiendo su mayoría, como desaparecer al Insabi? ¿Era todo un truco? Por lo pronto, aprovechó para hacerse la víctima de la maldad opositora.

Pero este es el problema: la información llega tarde, controlada y sospechosa.

Lo que políticos y gobernantes deberían haber aprendido de esta historia es que la gente no se va a quedar quieta ante la falta de transparencia. Los medios de comunicación se van a movilizar para investigar, y la ciudadanía no va a tener dudas en divulgar cualquier información que reciba. 

Pero esto es un riesgo. La enorme cantidad de datos falsos o no confirmados que circulan daña la democracia y profundiza la polarización social. Daña al tejido de nuestra sociedad.

Lo irónico es que la administración tiene la clave para solucionar eso, pero no la quiere usar: ser un gobierno transparente y honesto.

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