Luditas

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Sería divertido, si no fuera tan triste, lo que está pasando en el mundo de la investigación científica en México. Esto, porque la directora del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, el Conacyt, se ha empeñado en la mítica tarea de “nacionalizar” la ciencia de nuestro país. 

Fue muy temprano en su mandato cuándo María Elena Álvarez-Buylla nos aseguró que dejaríamos atrás la llamada “ciencia neoliberal” y “occidental” para concentrarse en una ciencia dedicada al pueblo y al nacionalismo.

La reacción del mundo científico no se hizo esperar. Y por buenas razones. En primer lugar, la ciencia no es ni neoliberal ni socialista ni nacionalista. La ciencia tiene un método objetivo y si no lo tiene, pues simplemente no es ciencia.

Y por eso, Álvarez-Buylla se ganó el adjetivo de ser una “ludita”. Antes de explicar por qué, vale la pena entender qué es eso de ser ludita, porque es una historia que merece ser contada.

Muy al principio del siglo XIX, por ahí de 1811, comienza en Inglaterra lo que hoy llamamos la Revolución Industrial. Con nuevas tecnologías, máquinas y procesos, vino lo inevitable: el desplazamiento de la mano de obra artesanal. Experimentados artesanos fueron reemplazados por máquinas que hacían su trabajo más rápido y a menor costo, operados por trabajadores explotados sin mayor capacitación.

Y eso generó una revuelta. Inspirados por un mítico Ned Ludd, los luditas destruyeron máquinas, fábricas y atacaron a todo el sistema productivo que estaba naciendo. Fueron reprimidos brutal y rápidamente, pero su idea de que la tecnología no debería reemplazar al trabajo humano ha persistido.

No es que los luditas no tuvieran un punto: en efecto, la revolución industrial trajo muchos abusos laborales. Pero eso fue hace 200 años. Hoy, un ludita es entendido así: alguien que rechaza la tecnología porque la considera una amenaza.

Esa es justo la actitud que define a la directora del Conacyt. Un sistemático rechazo a la comunidad científica, porque son neoliberales, consentidos de un sistema corrupto. El conocimiento que viene de afuera es sospechoso, porque los extranjeros son malos. Una frívola noción de patriotismo, en la que no necesitamos nada del exterior. 

Todo esto nos habla de una absoluta incomprensión de cómo funciona el conocimiento. Cosas tan elementales como el álgebra vienen del mundo islámico. Álvarez-Buylla dijo que ir a la Luna fue “inútil”, pero la tecnología que desarrolló, como los circuitos integrados, nos permiten tener los celulares que ella misma usa. También, ese viaje “inútil” permitió que existan los sistemas de monitoreo biométrico sobre la salud de las personas. Inventos que hoy son cruciales y que vienen de otras naciones y otras culturas, pero que son vistas desde el gobierno como una forma de invasión extranjera.

A eso, le sumamos varias mentiras. Uno, la famosa vacuna contra la COVID-19 llamada Patria, desarrollada en México, es en realidad una fórmula de Estados Unidos que se le ha vendido a diversos países. Los ventiladores mexicanos tenían tecnología de otras naciones, lo cual está bien, porque la ciencia es un esfuerzo colaborativo, no nacionalista. Es un trabajo que solo avanza en conjunto, jamás en aislamiento. Y al final, trae bienestar para toda la sociedad, no solo para un país.

Y como premio final, tenemos el regalo que le dio al Fiscal General de la República, Alejandro Gertz Manero. Rompiendo las reglas de su propia institución, le entregó el más alto nivel en el Sistema Nacional de Investigación, a pesar de que no cumple los requisitos. Esto, mientras despide a verdaderas investigadoras e investigadores, recorta apoyos a la ciencia y limita la innovación.

Es por eso que la directora del Conacyt es considerada una ludita: desprecia el avance tecnológico y aspira a un país sin verdadero progreso y sin intercambio de conocimiento

Un país de gente sumisa y sin aspiraciones. 

Un país sin imaginación.

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