Reacomodos

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Qué dilema está enfrentando México. Estas últimas semanas hemos visto toda una telenovela política en nuestro país. Pero a diferencia de las telenovelas, dónde los villanos lo son sin matiz y las heroínas o héroes también, acá hay un giro de tuerca.

Los malos y los buenos, en esa simpleza retórica que tanto le gusta a nuestra clase política, son exactamente los opuestos dependiendo de dónde están parados.

—Así, para unos la Suprema Corte de Justicia traicionó a la patria al rechazar el llamado Plan B. Mostraron sin pudor su conservadurismo y compromiso con la mafia del poder. 

Pero para el otro bando salvaron la democracia, cuidaron la Constitución, defendieron los ideales patrios de la división de poderes.

Ambos bandos tienen sus argumentos, unos más sólidos que otros, pero todos apasionados. —Por ejemplo, la ministra Presidente de la Corte ya es la villana favorita para quienes apoyan al gobierno, al punto de culparla por la liberación del narcotraficante “El Güero” Palma. Obviamente no es responsable, para estas personas, de que lo hayan vuelto a detener antes de salir del penal del Altiplano.

Es decir, en la cómoda polarización, escogemos los datos que nos reafirman e ignoramos los que nos desmienten. 

Pero esta sacudida política nos está dejando dos lecciones.

Una, es que la contención de la Suprema Corte no solo sienta un precedente, sino que representa algo que nuestro oficialismo no puede soportar: tiene límites.

A pesar de los ataques públicos e insultos; más allá de los chantajes; sin importar las tretas legales para lograr imponer su voluntad, el gobierno topó con pared

Tras eso, vinieron los berrinches: morenistas dicen, con total arrogancia, que la Corte “traicionó” al pueblo. Esto porque intuitivamente, los liderazgos de Morena saben exactamente lo que el pueblo quiere. No importa mucho si la ciudadanía no fue consultada, ya que desde la arrogancia del poder, el Palacio sabe lo que la gente quiere.

Incluso si eso es una compleja y cuestionable reforma al Instituto Electoral que los llevó al poder.

Pero los límites no solo radicalizan al oficialismo, lo desordenan. 

Ricardo Monreal pasó de la noche a la mañana a ser el conciliador a ser un guerrero de la 4T. Las llamadas corcholatas empiezan a presionar para lograr su objetivo. Los chantajes internos se disparan. 

La segunda lección, y quizá más importante, es esta: el andamiaje institucional que se construyó con tanto esfuerzo, demanda, presión y protesta por décadas, no es tan frágil como parecía. —El INE sigue funcionando, incluso con una consejera Presidenta afín al gobierno. El Instituto Nacional de Transparencia no ha sido demolido, si bien está limitado en sus funciones. 

El poder judicial no está sometido.

Lo lograron con la Fiscalía General, con la Comisión Nacional de Derechos Humanos, pero aún hay suficiente estructura para mantener el equilibrio.

La aspiración del llamado Plan C, de lograr una mayoría tan abrumadora que les dé poder absoluto, se antoja difícil, sobre todo sin López Obrador como candidato. Movilizar al aparato estatal les será útil, pero no necesariamente suficiente. 

Así que la telenovela que venimos enfrentando estos últimos años no se ha vuelto aburrida, sino cada vez más interesante. ¿Podrá la oposición aprovecharlo u otra vez perderá la oportunidad? 

El tiempo lo dirá. 

Pero lo que esto nos está demostrando es que esta es la oportunidad de que la ciudadanía se haga escuchar.

¿La aprovecharemos?

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