Por fin ha comenzado la ansiada vacunación. Tras un año de encierro y miedo, además del luto por los cientos de miles de muertos, se empieza a abrir una ventana de esperanza. Con la vacuna contra la COVID-19, por primera vez podemos volver a soñar con vivir en una cierta normalidad.
Sin embargo, y a pesar de la ilusión que esto nos genera como sociedad, el proceso de vacunación ha seguido la misma lógica que ha imperado en toda la crisis sanitaria por parte del gobierno: voluntarismo, propaganda e improvisación.
De la misma forma que el año pasado escuchamos una y otra vez que se había “domado la pandemia” y que ya estábamos saliendo del túnel, ahora se nos habló de una “misión cumplida” cuando apenas llegaron unas pocas vacunas, y de un plan de vacunación que no era realista.
La Secretaría de Salud ya había desmontado gran parte de la infraestructura de vacunación, una de las pocas cosas efectivas que nos dejaron en el pasado, y aún antes de esta crisis ya se hablaba de una escasez de vacunas para otras enfermedades, como el sarampión.
Ahora, el proceso ha empezado con lentitud y torpeza, lo que se demuestra con el enorme rezago en personas vacunadas a nivel nacional, si nos comparamos con otros países de América Latina como Chile o Brasil.
No podemos decir que esos países hayan manejado mejor la pandemia que nosotros, pero sí podemos suponer que sus planes de vacunación y su estrategia para conseguir vacunas fue mucho más efectiva que la nuestra.
Sin embargo, la posición del gobierno es inamovible y nunca admite errores. Guiados más por decisiones políticas que por la ciencia, nos han agotado con discursos triunfalistas que dan resultados limitados.
El presidente hizo hincapié recientemente en que era inaceptable usar la vacunación con fines políticos, pero fue su propio partido, Morena, el primero en sacar anuncios tratando de beneficiarse con el proceso.
Además, la presencia de los llamados Siervos de la Nación en los puntos de vacunación resulta sospechosa. Por alguna razón, de las 25 personas que están presentes en los centros de atención solo una es médico y una persona de enfermería; el resto son estos representantes del gobierno, con sus chalecos con los colores de Morena, y militares.
Seguidores del gobierno han desestimado todas las críticas, como siempre, y promovido la idea de que deberíamos estar agradecidos por una vacunación masiva y gratuita.
Pero la verdad es que ni es masiva hasta este momento, y ciertamente no es gratuita. La pagamos toda la ciudadanía con nuestros impuestos. La vacunación es nuestro derecho, consagrado en la Constitución. Nadie nos está haciendo un favor ni un apapacho: es su obligación legal.
La actitud errática del gobierno tiene otra consecuencia: una crisis de confianza. Esto ha permitido que proliferen las teorías de la conspiración en torno a las vacunas, así como la desinformación.
Ahora mucha gente duda de la calidad de la vacunación, de su origen y eficacia, así como de la protección que nos dará. Los estudios internacionales y especialistas de todo el mundo han confirmado que si bien hay diferencias entre la efectividad de las vacunas, cualquiera de ellas es mejor que ninguna.
Veremos en los próximos meses si mejoran los procesos y corrigen las fallas, pero por lo pronto no se puede negar que hay una enorme improvisación en el proceso, así como una clara intención de usarla políticamente.
Tenemos que vacunarnos, todos y todas. Tenemos que tener acceso a ellas, y el gobierno tiene que garantizarnos su calidad. Es el único camino real para salir de esta profunda crisis, que nos ha golpeado como sociedad, como personas, como país.
Pero junto con vacunarnos contra el coronavirus, tenemos que pensar en otra vacuna: una contra la manipulación electoral, contra la desinformación y la ineptitud.
Y esa vacuna no nos la dará el gobierno: tenemos que construirla juntos.
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