Gobernar con ocurrencias

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El sexenio de Andrés Manuel López Obrador será recordado, entre otras cosas, por ser el mandato de las ocurrencias y caprichos sin medir el costo político, social o medioambiental de sus decisiones. Un gobierno que desdeña las políticas públicas y privilegia el voluntarismo “porque lo digo yo”.

En la saga de despropósitos destacó, entre otras premisas, la idea de una rifa sin precedentes: la del avión presidencial, una ocurrencia que nada resolvió y nos siguió costando. 

Pero este espectáculo no comenzó ni terminó ahí. 

Se canceló el Aeropuerto de Texcoco que había iniciado en la administración pasada cuando el proyecto tenía un avance del 53%, los inversionistas quedaron en la penumbra y la deuda por su cancelación es de alrededor de 80 mil millones de pesos más intereses y la seguiremos pagando hasta el 2047.

Después el señor presidente dijo: “habrá nuevo aeropuerto” e inauguró el Felipe Ángeles mal diseñado, caro e inoperante. Y como en el primer año únicamente lo usaron 700 mil personas en lugar de las 2 millones 400 que se esperaban, al mandatario se le ocurrió “comprar” una aerolínea con vuelos de bajo costo y revivió a Mexicana de Aviación “porque lo digo yo”.

Ahora el presidente admite que Mexicana tendrá 10 años de pérdidas. ¿A qué inversionista le propones un modelo de negocio en donde probablemente llegues a un punto de equilibrio en una década? 

Eso sumado a las mega ocurrencias, como el Tren Maya que se ha construido a tropezones, sin estudios medioambientales y que, por falta de planeación, ha costado mucho más de lo esperado. 

La más reciente de las decisiones fue enviar a 80 militares mexicanos a Panamá para rescatar los restos de un revolucionario mexicano desaparecido hace más de un siglo. La propuesta se hizo ante la mirada atónita de cientos de madres buscadoras mexicanas que día y noche caminan en solitario sobre fosas clandestinas intentando localizar a por lo menos una de las más de 100 mil personas desaparecidas. 

Y todas estas ocurrencias bajo la prepotencia de “porque lo digo yo”. No hay quién dentro del gobierno lo pueda detener o contradecir. Simplemente se hace su voluntad, sin importar las consecuencias. 

Si es verdad que el peor empresario de la historia es el gobierno, también quizás es el más indolente. Y en la tragedia de las ocurrencias, la única certeza es que el precio de la insensatez lo terminaremos pagando todas y todos.

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