La grave crisis del agua

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“Cuando me veas, llora” dice una de las llamadas “piedras del hambre” que están en algunos ríos de Europa del Norte. En esas rocas, que normalmente están bajo los cauces de los ríos, personas que vivieron épocas de fuertes sequías durante la edad media inscribieron leyendas explicando las consecuencias de la falta de agua: hambre, enfermedades y muerte.

Y es que el acceso al agua es una condición esencial para la supervivencia y desarrollo de las sociedades: no solo es vital para la vida, sino que también es necesaria para casi cualquier actividad productiva, empezando por el cultivo de alimentos, al igual que en prácticamente todas las industrias.

Por eso, cuando ha habido grandes sequías las poblaciones sufren terriblemente: las migraciones masivas que ocurrieron en Afganistán en 2018 o las hambrunas que han vivido constantemente quienes viven en el Cuerno de África, dos de las regiones más pobres del mundo, son consecuencia de la escasez de agua que ha arruinado cosechas y limitado considerablemente el acceso a alimentos. 

Desde hace al menos una década, el norte de México vive una crisis de agua que se ha manifestado con particular violencia en Monterrey durante las últimas semanas. Para intentar sobrellevar la crisis, las viviendas solo reciben agua entre las 4 y las 10 de la mañana, y eso cuando les va bien. En las periferias de la ciudad ya ni siquiera reciben agua y tienen que recurrir a pipas para poder subsistir.

Las presas que abastecen Monterrey están casi secas y la única esperanza que tienen para salir del problema es que llueva, algo que están intentando acelerar inyectando yoduro de plata a las nubes. 

Incluso hay quienes dicen que a Monterrey le llegó su día cero: aquel en el que una ciudad o un país se quedan sin el agua necesaria para funcionar. 

¿Cómo llegaron a esto y por qué en varios lugares del país nos tendríamos que empezar a tomar muy en serio lo que están viviendo hoy en Monterrey?

Durante los últimos tres años, México ha vivido una grave sequía, la segunda más intensa de su historia reciente después de la que ocurrió entre 2010 y 2012, donde hubo momentos en los que el 95% de todo el territorio nacional estaba afectado por alguna condición de sequía y casi la mitad del país en sequía extrema.

Aunque en la sequía que hemos vivido estos últimos años el porcentaje de territorio donde no llueve es menor, el problema se ha agravado porque ahora hay una mayor población que necesita usar el agua, pero también hay más campos agrícolas que regar, más ganado que requiere agua y más industrias que la utilizan. 

Y sin embargo seguimos sin tratar el agua, y con los hábitos de consumo de siempre, como si nunca se fuera a acabar. Según los especialistas, solo se trata entre el 20 y el 30% de las aguas residuales en el país. Y el problema se profundiza en los municipios, el nivel de gobierno que es responsable de tratar las aguas que van a los drenajes, donde hasta 40% de las cerca de 2,400 plantas de tratamiento no funcionan.

Otro grave problema son las fugas de agua: mientras en la Ciudad de México traemos el agua desde lugares tan lejanos como Michoacán con el sistema Cutzamala, se calcula que el 40% del agua potable se desperdicia por tuberías rotas y en mal estado.

Porque además, lo que hoy se vive en Monterrey se ha vivido en los estados del norte del país durante años porque se trata de una región árida, donde el agua es de por sí escasa.

Y muy probablemente se vivirá en otros lugares como la Ciudad de México o Querétaro en un futuro cercano si no se toman las medidas necesarias.

El agua es vital para la supervivencia de la humanidad y es por ello que las grandes ciudades y centros industriales se han establecido tradicionalmente donde hay agua. 

Pero nunca como ahora habíamos tenido la tecnología para mover inmensas cantidades de este líquido. Hay acueductos como el que lleva el 98% del agua a Tijuana desde el Río Colorado o el Acueducto II que lleva agua a la ciudad de Querétaro desde lugares que están a 123 kilómetros de distancia. 

El problema es que nadie se hace responsable. En Monterrey, las autoridades se echan la bolita unas a otras. Y la crisis hídrica se está volviendo una política hasta el punto de que ya se habla de adelantar la posible revocación del mandato del gobernador de Nuevo León, Samuel García.

Al final, la única manera de sobrevivir será tomando decisiones colectivas sobre cómo repartimos el agua que cada vez es más escasa con medidas mucho más drásticas para tratar de revertir la crisis: racionamiento, tratamiento y reciclaje y un uso mucho más consciente por parte de las y los consumidores, así como de las industrias.

Porque a pesar de que existen tecnologías para cosechar lluvia, todavía necesitamos suficiente humedad para lograrlo. Y mientras no podamos crear agua, nos urge aprender a cuidarla. No nos esperemos a ver piedras bajo los ríos secos que nos hagan llorar, tomemos medidas para no llegar al día cero.

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