Cuando se une la libertad con la posibilidad de expresar lo que se piensa y se siente se abren las puertas de una sociedad más justa.
Es esta combinación la que ha cuestionado las realidades del pasado y el presente, también ha invitado a la lucha de la democracia. Por ende, se espera que dé forma a los sistemas políticos del futuro.
La libertad de expresión es un derecho que conlleva responsabilidades en el deber de su ejercicio. Entonces esta no está exenta del respeto a las normas democráticas, como tampoco a dar por hecho que está garantizada.
Porque lo que está bien para unos quizás no para otros, aunque se respete la ley. Es decir, no puede ser un derecho para mí y no para el otro, aunque este piense distinto o sea incómodo.
Lo mismo pasa en los medios de comunicación de todo el mundo: deciden qué publican, qué investigan y cómo presentan la información, además toman decisiones de acuerdo a su visión personal o política.
Se puede ser responsable si verificamos los datos, confirmamos las fuentes, pero también sí se cuestiona, opina o se da perspectiva a los datos, porque al final del día eso es lo que enriquece el debate público. Es válido confrontar la información.
Lo que no se vale es que en México, uno de los países en que es más peligroso ser periodista, se les amenace, agrede y asesine.
En el marco del Día Internacional de la Libertad de Prensa, que se conmemora el 3 de mayo, es fundamental recordar que estamos en un país donde te juegas la vida por contar una historia o porque se sepa la verdad.
Este gobierno dice que hay libertad de prensa, que no se censura. Sin embargo, organizaciones como Artículo 19 documentan que los principales agresores de la prensa son los servidores públicos. Y Palacio Nacional se ha convertido en la tribuna de la descalificación periodística y la calumnia a los que confrontan y critican, y con ello, perdemos todos.
Los gobiernos no están creando mecanismos para proteger la vida de la gente y su derecho a informar, más aún cuando nos encontramos ante un gobierno que tanto en campaña como hoy en el ejercicio del poder ha dado señales de limitarla.
Un país debe y tiene que fomentar una prensa libre, que nos permita informarnos, comunicarnos y expresarnos libremente, sin sentirnos amedrentados o amenazados por dar a conocer lo que funciona y lo que no.
Por eso es importante entender que debemos exigir que se respete nuestro derecho a manifestar nuestras ideas, como también es indispensable respetar y defender el derecho que tienen otras personas a no callar las suyas. Esto es crucial para que podamos mantener nuestras libertades, incluyendo la libertad de prensa, expresión y nuestra democracia.
No tendríamos que permitir que los medios y periodistas tengan miedo de hacer investigaciones o exponer ciertos temas de sus comunidades por temor a que puedan ser víctimas tanto del crímen organizado como de las autoridades.
¿Cuál sería el peligro? Al callar el ejercicio periodístico se atenta no solo contra las personas que ejercen su derecho a expresarse, también implica un golpe a la ciudadanía y a sus gobernantes que pierden la posibilidad de informarse y comunicarse para elegir, ser autocríticos y tomar mejores decisiones institucional, gubernamental y comunitariamente.
Y es que no solo se trata de generar información, sino de tener acceso a ella. Por ejemplo, debemos poder saber cómo se gastan los recursos públicos, en qué y quién se beneficia de ellos.
Por esta razón el tema gana relevancia porque no se limita a un “problema de periodistas”, sino que es un problema de la sociedad en su conjunto cuando nos privan de nuestro derecho a estar informados.
Hoy ejercer el derecho a la libertad de prensa no debería ser un deporte de combate, donde lo que se pone en juego es la vida de quienes denuncian injusticias, lo que necesitamos como ciudadanas y ciudadanos es aspirar a construir un mejor país para acercarnos a la consolidación democrática y de desarrollo.
