La compradera

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Puedes escuchar este texto narrado por L’amargeitor dándole click aquí:

Una parte inherente de la vacación es la compradera, si bien es cierto que hay todo tipo de vacaciones: unas son para conocer, otras para vegetar y otras, especiales, para comprar. Sea cual sea siempre regresamos, aunque sea, con un tamarindo.

Estas vacaciones para mí no fueron la excepción y aunque fueron unas de esas de mucho conocer y mucho caminar, para mis hijos y para mí, también acabaron siendo de comprar y todo el proceso me dio mucho que pensar…

Cada uno de mis hijos tiene una personalidad radicalmente distinta para consumir, uno es suuuper pickie, tiene clarísimo que le gusta, que no compra absolutamente nada hasta que encuentra exactamente eso, que no solo se tiene que ver de una manera, se tiene que sentir de una manera. Le gustan las cosas de muy buena calidad y no le gusta tener muchas cosas. A la otra, no es que le gusten las cosas chafas, cero, pero tiene clarísimo que el mundo no soporta ya nuestro nivel de consumismo y, después de haber vivido unos meses en Europa, se ha vuelto adicta a las cada vez más comunes “Thrift stores”, “pre-loved”, o en su término mamador: la ropa vintage… díganle como quieran, la cosa es que es ropa de segunda mano y que en esos lados del mundo ya hay por todas partes (incluso las tiendas departamentales de abolengo y alcurnia cuentan ya con su sección de segunda mano con marcas de esas muuuy elegantes) ya sean físicas o en línea. En México también empiezan a haber, hay muchas en línea que venden marcas de lujo igual que muchos bazares eventuales pero, todavía no hay tiendas integradas en centros y zonas comerciales “renombradas” como allá. 

Tengo que confesar que aaaamo meterme con la de 18 a buscar joyitas escondidas. Hay un placer muy particular en eso de encontrar cosas increíbles en perfectas condiciones que, además de salirte baratísimas, te hacen sentir que hiciste algo por el planeta, o por lo menos te quita un poco de la culpa de haber comprado algo que en realidad no necesitabas. O que en caso de que sí lo estuvieras buscando te hayas ahorrado una buena lana. Como mis jeans rectos que busqué y busqué y acabé encontrando en una de esas “Kilo stores” (¡en donde la ropa se vende por kilo!) en pleno Boulevard Saint Germain a tan solo 9 euros ¡así exactamente se debe de sentir encontrar un tesoro!

La chamaca me llevó también a conocer un par de tiendillas que me hicieron mentar madres por tantas razones y que me parece tendrían que estar, o planteadas de manera distinta o, de plano, completamente prohibidas. 

Entrando a la primera y en mi búsqueda incansable por mis jeans rectos encontré varias opciones…

”Me voy a probar estos”, le dije.

“Uy Ma…a ver si te quedan”, me dice.

Yo: “¿poooooor?” en modus indignada.

“Porque las tallas aquí son minis”.

Yo: “Ay cero, obvio me van a quedar”.

Para hacerles el cuento corto, la talla XL no me subió ni a las rodillas, no es broma ¡ni a las rodillas! Y aunque me queda claro que no soy una varita de nardo por lo general soy un sólido M o ya en el peooor de los casos L.

Ni a las rodillas.

Salí de esa tienda echando humo por las narices sintiéndome un mastodonte, no era el coraje de que no me quedaran sus pinches jeans, mi enojo era como al jugar así con las tallas las pinches tiendas y la maldita industria nos pueda hacer sentir TAN pero TAN pero TAAAAN mal con nosotras mismas. Debería de ser ilegal. Debería de haber un machote internacional inamovible de cada talla que nadie pudiera modificar porque el daño que le hace a la autoestima de la gente es real. Si a mis 50 años me sigue haciendo sentir vulnerable, imagínense lo que esto le hace a una adolescente. 

Luego me enteré de que mi sobrina que tiene una complexión mini, porque así nació y así ha sido siempre, super angostita y petite es la única tienda en donde encuentra pantalones que le quedan bien y no tiene que andar remendando porque ella, al revés, sufre de que todo le queda grande. 

A eso me refiero con que la tienda está mal dirigida: OK, necesitamos tiendas con ropa para personas con cuerpos minis, pero entonces la comunicación tiene que ser esa: es una tienda especial para cuerpos pequeños. La cosa es: qué difícil explicarle a las escuinclas que los cuerpos pequeños están bien si así nacieron y no que vivan obsesionadas con tener un cuerpo pequeño y el precio sea un desorden alimenticio ooo las que no tienen cuerpos pequeños mueran por caber en su ropa para poder decir que sí cupieron. Ugh. Qué pinche complicado. Y qué tragedia esto de querer tener todos el mismo cuerpo.

La otra tienda que tuve el gusto (que fue más susto) de conocer fue una de ropa preciosa, toda de algodón divino, visualmente hermosa y de esas donde entras y dices “quiero todo” solo por la belleza de la tienda. El perk de esta, es que solo hay una talla ¿te queda, o no te queda?, esa es la cuestión y pues insisto… #todopinchesmal.

Las dos tiendas estaban atascadas de chamacas. La ropa además es cara. Y la mayoría de las vendedoras tampoco caben en su ropa. Pero, ahí están todas tratando de encontrar algo que las haga sentirse que no están “tan mal” porque algo les quedó.

(Mi yo de 15 años llora tantito por dentro)

Ese día le tocó a mi niña probarse algo y salir echando humo. El episodio derivó en una conversación, furiosas las dos: ella con ella misma, yo con las pinches tiendas. Lo que hacen, insisto, es criminal. Jugar con la autoestima de las mujeres que de por sí es frágil y ya tiene varios pendientes en qué trabajar, causa un daño profundo que solo las que hemos batallado toda la vida con nuestro cuerpo (me atrevo a decir el 98% de las mujeres en el planeta) podemos entender. Efectivamente necesitamos todo tipo de ropa para todo tipo de cuerpos, pero todas esas tallas deberían de existir en todas las tiendas para que no hubiera unas para las minis y otras para las muy grandes ¡porque ahí es donde se chinga el tamagochi!

Y ya si es hora de confesar, también les diré que, igual que amo ir a rascar, hay cosas en las que también estoy dispuesta a invertir y me queda claro que es una delicia entrar a una tienda y que te ofrezcan además de una silla para tus pies exhaustos, alguito de beber y te traten como reina. Sí. Lo acepto… ¿¡A quién no le gustan las cosas buenas y que lo traten bien?! En una de esas tiendas departamentales de abolengo que venden puras marcas de lujo, me impactaron los ríos de gente. Ríos, literal, de personas con las manos llenas de bolsas gigantes. Y es que, esa, es la otra manera de pertenecer, no solo teniendo el cuerpo estándar aceptable; flasheando las marcas mamadoras, entre más grande el logo mejor porque ya si vas a gastar, que se note. 

No sé cómo chingados pagan todo eso, si viven de las tarjetas, o si yo realmente soy muy pobre, pero las bolsitas Chanel y todas sus compañeras (que cuestan un riñoncito) se venden de tres en tres y obvio cada una con su cartera porque qué oso que no combinen mana.

La industria del lujo está fuera de control. 

El consumismo está fuera de control. 

El mame está fuera de control.

Y ya para ser justa y no solo hablar de las mañas compradoras de mis hijos, confieso que yo les manejo dos modalidades: no compro ¡nada! durante meses o… compro todo y acabo siempre en una batalla mortal contra mi maleta y rezando por no tener que pagar sobrepeso. Por lo menos esta vez puedo decir con orgullo que el 90% de mis compras salieron de las tiendas de segunda mano y no es por nada, pero soy una profesional para encontrar tesoros. Eso sí: nunca me salvo de la cruda moral que me da siempre haber comprado todo eso que, en realidad, no necesitaba. Aunque “para eso trabajo”.

La cosa, creo, es encontrar el balance, pero sobre todo, dejar de comprar a lo pendejo. La verdad es que nadie necesita tantas cosas y que acabamos todos estando siempre atrapados en el mame de las marcas, el fast fashion del infierno y el eterno sentimiento de estar vestidos inadecuadamente porque no nos vemos como las de la revista (olvidándonos que ni la de la revista se ve como en la revista porque filtros y photoshop a gogo amigas, acuérdense de darse cuenta) y que por más que cueste 9 euros, no necesitas comprarte tanta cosa.

Encontrar el balance, tratar de consumir menos y mejor, de entrarle a esta nueva era de reciclar tu ropa y comprar ropa reciclada (que, ojo, está en perfectas condiciones) y empujar a la industria (dejando de consumir en sus tiendas) a tomar un poco de responsabilidad en cuanto a sus 12 temporadas anuales y al tema de hacernos sentir a la gran mayoría de las mujeres mal con nosotras mismas, permanentemente.

Solo para que entendamos tantito la urgencia y la gravedad y de acuerdo con la Conferencia de la ONU sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), la industria de la moda es la segunda más contaminante del mundo y representa aproximadamente el 10% de las emisiones globales de carbono y casi el 20% de las aguas residuales. Consume más energía que la aviación y el transporte marítimo combinados. 

Plop. Me muero.

Tenemos que parar el ritmo frenético de este círculo que nos atañe a todos. El de la compradera. El de la flasheadera. El de los kilos que pesas y la talla que alguien más dice que tienes que ser. El de la contaminación. El desperdicio. El ¿qué le estamos enseñando a nuestros hijos en cuanto a flashear, valorar, “necesitar”y gastar? Tener clara la diferencia entre comprar cosas de buena calidad, a pagar fortunas por un logo que nos “valide” en la comunidad jetsetera. El de no tener llenadera…

No está bien. 

Al final del día solo te puedes poner unos zapatos a la vez. Y no, no tenemos un planeta B.

Más de la autora: Alborotar el gallinero

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