Experiencia expandida

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Vivimos una época de inercia, de velocidad enceguecedora; de superficialidad, y por eso cada vez se diluye más el erotismo.

El erotismo empieza en el contacto con el mundo a través de los sentidos, como una invitación a convertir la existencia utilitaria, la supervivencia, en experiencia expandida. Así, las acciones cotidianas, desde abrir los ojos por las mañanas, dejan de ser rutina para volverse hedonistas. Y el hedonismo es una de las chispas de la lujuria.

Al abrir los ojos respira profundo tres veces y siente la textura del pijama que portas, de las sábanas bajo tu espalda. Percibe la temperatura del aire con la cara, con las fosas nasales, la vibración en tus oídos. Levántate. Pon los pies descalzos sobre el suelo, conecta las plantas de los pies con la alfombra, la madera o las losetas, que el peso de tu cuerpo te revele nuevas rutas.

Entra en la regadera. Deja que la temperatura del agua transmute sobre tu cabeza y tus hombros; si hace calor comienza con agua fría, observa cómo tu piel la calienta en su paso hacia tus pies. Si hace frío deja que tus poros recuperen despacio su condición lisa, que tu plexo solar te estremezca con una onda expansiva hacia las expectativas del día.

Elige para vestir telas que sean caricias para tu cintura, tus muslos, la circunferencia de tus brazos, que los calcetines arropen tus pies con suavidad y ternura, sin elásticos que marquen con crueldad tus tobillos.

Siéntate a desayunar con calma fresca. Recibe la comida en la boca como si fuera la primera vez que esos sabores se alojan en tu lengua, con la temperatura y la textura de los hallazgos. Al tragar sigue el trayecto del bocado por la tráquea, imagina cómo se asienta al fondo de tu estómago, cómo tus jugos gástricos lo procesan para el mayor provecho de tu cuerpo. 

Al salir a la calle mira hacia el cielo, limpio o colmado de nubes; como el río, jamás volverás a mirar ese mismo viento. Siente la temperatura del pavimento a través de los zapatos, las variaciones del aire, cómo mueve tu pelo, tu ropa, cómo los fragmentos de sol y sombra a través de techos, árboles y edificios mutan tu manera de mirar.

Conforme avanzas huele los aromas que se desprenden de casas y locales, plazas y jardines, incluso de cloacas y basureros; esos olores son la identidad de la ciudad por la que transitas y eso los transfigura también en parte de ti.

Mientras más te conectes con tu cuerpo, más te conectarás con el mundo; mientras más te conectes con el mundo, mejor será tu experiencia erótica, mayores los placeres de tu sexo, más expandida tu manera de amar.

No te permitas volver a vivir un día sin la consciencia de todo lo que es capaz de sentir tu cuerpo, no vuelvas a desperdiciar el deleite del entorno en el que están inmersos tus pasos. 

No vuelvas a besar sólo por besar, a penetrar o dejarte penetrar sólo porque tu instinto es más fuerte. No vuelvas a tener enfrente un cuerpo desnudo sin detenerte en celebrar el privilegio de que alguien se comparta con tus manos, con los torrentes que te fluyen desde dentro para encontrarse con aquellos torrentes ajenos que por minutos u horas son también tuyos.

No vuelvas a hacer el amor sin la vocación auténtica de la lujuria. Sin describir el instante con poesía. Como Alberto Ruy Sánchez narra con belleza absoluta en su libro Nueve veces el asombro: “Aceite bajó con todas sus vocales por la piel del cuello. Montó en los músculos del pecho, rodeó las aureolas granuladas. Suavizó y endureció al mismo tiempo todas esas partes contradictorias y desbocadas que se embriagan con el tacto.

“Aceite hace que las manos naveguen como si llevaran viento. Y hace que la piel se sienta ya tocada hasta por lo que aún no se acerca: aliento, lluvia, presencia”. 

Más de la autora: Hasta que ya no

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