Epidemia de soledad

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Nos preguntamos qué está pasando con la democracia y una parte es consecuencia de que nos estamos quedando más solos y eso nos hace pensar más en lo individual y menos en lo colectivo.

La epidemia de soledad es un tema que merece nuestra atención urgente. Las estadísticas revelan que un número alarmante de personas se sienten solas. En la misma semana, algunos de los principales diarios internacionales hablaban de los daños a la salud y que estar socialmente desconectados es equivalente a fumar 15 cigarrillos al día o que saludar a seis vecinos nos mejora la salud física, mental e incluso la financiera y profesional de acuerdo con una encuesta de Gallup.

¿Pero qué es sentirse sola o solo?

Como la definen profesionales de la salud mental, la soledad es la diferencia entre la conexión social que se desea con la que se tiene. Es subjetiva porque se puede estar rodeada de personas y aún sentirse sola o solo, y por el contrario pasar tiempo con una misma y sentirse acompañada.

Nuestra forma de vida actual nos aísla. Perseguimos espacios privados porque son un privilegio y un símbolo de estatus como señala el médico estadounidense Vivek Murthy, autor del libro Juntos: el poder sanador del contacto humano.

A esto debemos añadir que se ha incrementado el trabajo remoto y las conexiones por celular y redes sociales que permiten que se confundan y se mezclen los tiempos de trabajo y de esparcimiento. Aún más, la tecnología nos permite no tener contacto humano durante días o semanas hasta para las tareas cotidianas o más sencillas como comprar comida. Lo cierto es que tenemos más dificultades para pasar el rato con amigas, familia extendida, vecinos y otras relaciones significativas con quienes podamos intercambiar puntos de vista o pedir ayuda.

Esto tiene un impacto significativo en la salud y el bienestar, pero también en las relaciones comunitarias, en el tejido social. Hace pocos días, Hillary Clinton escribía en un ensayo publicado en la Atlantic Magazine el hecho de que las posiciones extremas de la derecha que han crecido en Estados Unidos, pero también en América Latina y otros países del mundo, lo que responde al incremento del aislamiento social y la disminución de los compromisos cívicos y colectivos. Este aislamiento nos vuelve vulnerables a la polarización.

La polarización rompe con las estructuras de diálogo y fomenta la violencia. Fractura desde comunidades hasta familias.

Y no son pocas personas, políticos, empresarios, dictadores, quienes aprovechan esta desconexión y esta falta de interacción social para desinformar, alienar y sembrar miedo.

Las conexiones sociales no solo ayudan en lo individual a disminuir el estrés, a identificar y atender trastornos emocionales como depresión, ansiedad y abuso de sustancias e incluso otras enfermedades físicas. También une conciencias frente a los problemas colectivos, es el caldo de cultivo para soluciones innovadoras, para construir diálogos, compartir ideas y hacer frente a las injusticias.

Propiciar mayores interacciones sociales está en nuestras manos. Por un lado, hay que tomarse el tiempo y priorizar a las personas. Impulsar espacios donde las y los jóvenes puedan pasar el rato y reunirse. Crear lugares en los que puedan estar sin sentir que necesitan una razón particular para visitarlos o que necesitan gastar dinero para ir.

Es fundamental abordar las causas subyacentes de la soledad y trabajar en la creación de comunidades solidarias y compasivas. Es hora de restablecer los vínculos de comunidad, saludar a nuestros vecinos y hacer un esfuerzo consciente para conectarnos con aquellos que pueden estar sintiéndose solos.

La empatía y la comprensión son clave para superar este desafío.

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