“El plomo aún está en mi sangre”

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Una bala le cambió la vida a Abel Gutiérrez Ramos cuando tenía 17 años, el 13 de diciembre de 2008. Su amigo Arturo le disparó por accidente en la mano izquierda, pero el proyectil avanzó, recorriendo su brazo como si fuera un túnel, hasta llegar a la espalda: “Sentí como entró y me quemó el cuerpo”.

La bala llegó hasta sus cervicales y a partir de ese momento, el mundo fue otro. Perdió la movilidad de piernas y manos, los dolores de cabeza son una constante y, a veces, siente que el corazón “se le sale” de lo rápido que palpita: “El plomo aún está en mí sangre”, dice ahora Abel, con 27 años.

Abel es un sobreviviente de la violencia armada, no de la que dejan los cárteles o los criminales, sino de la que se disfraza de seguridad y se mete a los hogares.  Por cada asesinato con arma de fuego en el mundo, hay dos o tres heridos que lograron salvar sus vidas, según registra la australiana Rebecca Peters, miembro de la Red Internacional de Acción contra las Armas Ligeras (IANSA).

Peters estuvo en México participando en el Encuentro Académico sobre prevención de la violencia armada y delitos relacionados con armas de fuego, que se llevó a cabo el 30 y 31 de octubre de 2018 en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, organizado por esa casa de estudios junto con la PGR y la organización 24-0 México.

Las armas en los hogares, como medida de protección, aumentó en 60%, de acuerdo con la organización civil México Evalúa; paradójicamente, tener uno de estos artefactos en casa eleva la probabilidad de accidentes con armas de fuego: 400 niños y adolescentes mueren cada año a causa de un arma en el hogar, según las asociaciones Save Children y de la International Action Network.

Cuando se habla de la violencia armada, siempre se dan cifras del número de muertes, pero la carga de la violencia armada puede ser aún más difícil para los sobrevivientes de ella, que tienen que vivir con secuelas, como “discapacidades severas o traumas sicológicos, podemos verlo como enfermedad, es decir, un problema de salud pública”, dice Peters.

La bala, cuando no te mata, despierta a tus monstruos: pesadillas nocturnas, sensación de persecución, un estruendo o golpe fuerte puede convertirse en el mayor terror. Para Abel, cada que ve una arma, le sudan las manos, se pone nervioso. Cuando escucha el estrujar de los fuegos artificiales de las ferias o el sonido de un helicóptero, el miedo se convierte en taquicardia.

Armas, un problema de salud pública

Para muchos, las armas forman parte de seguridad, sin embargo, para Peters, quien fue una de las voces más importantes en el debate de las políticas de prohibición de armas en Australia, se trata de una cuestión de salud pública: “Si contaramos las muertes por impacto de bala podríamos estar hablando de una epidemia”.

Todo esto a raíz de un tiroteo masivo que se registró en 1996, conocido como “La Masacre de Port Arthur”, en donde murieron casi 40 personas. El gobierno australiano se alteró y creó un programa en el que le pagó a los ciudadanos por vender sus armas, así Australia adquirió más de 600 artefactos y luego las destruyó.

A principios de este año el país también implementó una amnistía nacional para condonar a las personas por posesión ilegal de armas, con el fin de prevenir su uso en actos terroristas, durante ese periodo el gobierno logró obtener 57 mil armas de fuego.

Peter interpreta esos resultados así: “Esas armas nunca lastimarán a nadie”.

Los sueños cambian

Abel tenía un sueño: graduarse de la Escuela Normal Rural Plutarco Elías Calles, en Sonora, y ser maestro. La bala terminó con ese sueño, pero quizá, le abrió la posibilidad de uno mejor. A través de un programa en línea, se tituló en Psicología, con mención honorífica, por el Instituto Tecnológico de Sonora (ITSON).

La máxima de Abel es preguntarle a los jóvenes con quienes platica o da terapia: “¿Si yo pude, tú por qué no?”. No siempre lo dice, pero lo muestra: además de dar terapia clínica, imparte conferencias y el año pasado recibió el Premio Nacional de Juventud, el máximo reconocimiento que otorga el Gobierno federal a jóvenes mexicanos “por una trayectoria de: esfuerzo, superación, creatividad, productividad e iniciativa”.

Las víctimas de armas de fuego tienen que continuar su vida, aunque los monstruos nunca desaparezcan.

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