Taxistas unidos contra la delincuencia

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35 años siendo taxista. Una vida al volante. “Y aún así, cada día conozco calles nuevas”, asegura Alfonso Ramírez Garza a Cuestione. Pero reconoce que, cuando un cliente se sube a su auto, siempre siente un poco de ansiedad, “a pesar de tanto tiempo”.

“No sabes cuántas veces nos han asaltado”, dice. Por eso, cada vez que sube un cliente, manda un mensaje de audio por Whatsapp: “Dirección Mixcoac –dice–  con un 10-30, desde Guadalupe Inn”.

10-30 es el código que significa “creo que todo está bien”. El mensaje es recibido por un grupo de, asegura, cinco mil taxistas. “Encontramos la manera de hacer grupos así de grandes, porque antes solo podían ser de 256, pero descubrimos que si se comparte vía link, podemos ser muchísimos más”. 

¿Para qué se organizaron?

Estamos hartos de que nos asalten; son siempre jóvenes drogadictos, erizos que necesitan su pasón, y nos roban porque quieren un poco de efectivo, 500 pesos, o nuestros celulares”, cuenta.  

“Pero decidimos que se acabó. No podemos contar con las autoridades; nunca llegan a tiempo, si es que llegan, así que nos pusimos a hablar entre taxistas y creamos este sistema”.

Ramírez Garza cuenta que en 2018 lograron detener y entregar a 16 asaltantes. Su sistema de autocuidado es sencillo: “Cuando se sube un cliente sospechoso, mando un mensaje con otro código –pero no lo dice, no quiere alertar a los ladrones–, y comparto mi ubicación”.

Así, los taxistas del grupo que están en la zona se empiezan a acercar, hasta que uno de ellos lo encuentra, incluso si tienen que abandonar un pasajero.  “Solo nos miramos y sabemos que hay que apoyarnos”. Entonces, el otro taxista lo sigue. “Cuando tengo cola –un taxista aliado siguiéndolo–, sé que estoy seguro”.

Si el pasajero resulta no ser criminal, se agradecen y listo, siguen sus caminos; pero si lo intentan robar, el otro taxista interviene y juntos tratan de someterlo. “Siempre los apañamos, porque son drogadictos, no se lo esperan”.  

Después llaman a la policía y los entregan.  “Lo malo es esperar a que lleguen, el 911 no sirve de nada, se tardan muchísimo”.

Este grupo es solo una muestra de lo que hemos tenido que hacer como sociedad para protegernos de la delincuencia.  

Según datos oficiales, los taxistas de la Ciudad de México han reportado 269 asaltos durante este año, de los cuales 157 fueron con violencia. Los robos a casa habitación llegan a seis mil 924, y el total de robos reportados, hasta noviembre, fueron casi 109 mil en la capital.

Sin embargo, la cifra negra es enorme, pues cada minuto que un taxista pasa en el ministerio público –en lugar de detrás del volante– es dinero perdido que se suma a lo robado; prefieren no denunciar.

Si bien el monopolio del uso de la fuerza –entendida como su uso legítimo para mantener la ley– es del Estado, su fracaso ha forzado a la construcción de alternativas para recuperar la sensación de protección y de capacidad de reacción ante los criminales. Ha sido un enorme fracaso de múltiples administraciones, locales y federales, no lograr crear en la sociedad la confianza. Este fue el legado que recibe el nuevo gobierno y, también, uno de sus principales desafíos.

La gente se organiza, por tanto, en grupos de vigilancia vecinal, colocando cierres en sus calles, o usando sistemas de mensajería. Todo para compensar la debilidad de las autoridades en el combate a la delincuencia y, sobre todo, la sensación de desamparo de la comunidad ante el crimen.

¿Por qué la sociedad tiene que protegerse por sí misma? La desconfianza hacia las autoridades, la impunidad y la corrupción han alejado a la gente de las instituciones de seguridad. Las personas tratan de establecer alianzas con sus vecinos, colegas, con quienes tengan cerca. Quizá nos han acercado como comunidad, pero por la peor razón: el miedo.

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