Terminaron las campañas, toca ahora exigir cuentas a los ganadores

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Por fin terminaron las campañas.

Y más allá de los resultados, lo que nos dejan estas elecciones son grandes aprendizajes sobre el sistema político que estamos construyendo. Con todo lo imperfecta que es la democracia mexicana, lo que vimos ayer es que las y los ciudadanos seguimos teniendo la posibilidad de elegir a quienes nos gobiernan. Sin embargo, ese derecho, que también es una obligación, se ve cada vez más amenazado por factores políticos y sociales.

En estas campañas vimos cómo la violencia reinó en casi todo el país contra personas involucradas en la política. Violencia que fue un reflejo de lo que sucede cotidianamente y que se volvió más visible porque quienes fueron asesinados tenían los reflectores electorales. Las y los más de 144 políticos que fueron asesinados durante este periodo electoral son otro recordatorio de que el país no será viable si no paramos la violencia.

Otra característica que marcó las elecciones fue la constante intromisión del presidente en el proceso. López Obrador no pudo contenerse de participar públicamente en las campañas. El Tribunal Electoral tuvo que intervenir en muchas ocasiones para intentar impedir que las palabras del presidente influyeran en las y los votantes. Y más allá del tema sobre si en una democracia el primer mandatario tendría que poder hacer campaña, lo cierto es que las leyes electorales mexicanas lo prohíben. Y son leyes, recordemos, que se hicieron después de que en 2006, el entonces presidente Fox interviniera decisivamente en la elección presidencial que López Obrador acusó de fraudulenta.

La tercera característica que destacó fue la falta de propuestas y debate político durante las campañas. Lo que vimos, con pena ajena en muchas ocasiones, fue a personas que se lucían en sus redes sociales como adolescentes irresponsables, pero sin gracia, en lugar de candidatos a representantes populares.

Estas tres características nos dejan grandes retos para el futuro. Y es que si queremos seguir viviendo en democracia, tendremos que repensar las maneras en las que quienes quieren ser gobernantes o representantes nos piden el voto. 

En primer lugar, la violencia que ocurrió durante las campañas y que es un reflejo de la que vivimos cotidianamente presenta quizá hoy el reto más grande para México. No podemos pretender seguir bajo la premisa del “abrazos no balazos” cuando cada mes mueren más personas que el anterior y el país es un cementerio clandestino. 

El tema de la inseguridad tiene que ser prioritario para el gobierno y nos tenemos que volver a tomar en serio toda la cadena de procuración de justicia que va desde la prevención hasta el castigo si queremos reducir los índices delictivos.

En segundo lugar, está el reto gigantesco de la polarización política: sabemos que la violencia política pasa también por las formas de discutir en lo público. Cuando tanto el gobierno, encabezado por un presidente que se empecina en denostar a sus adversarios, como una oposición que no parece escuchar nada de lo que dice el gobierno sino solo atacarlo, se enfrascan en una espiral de violencia verbal, el resultado es que los conflictos que se pueden sortear por la vía del diálogo se empiezan a llevar al terreno de la violencia física, económica e incluso criminal. 

Y las salidas no se ven fáciles: no parece que el presidente vaya a cambiar su discurso y manera de hacer política, pero tampoco se vislumbra una oposición que llame a la unidad nacional. Tocará a las y los más moderados de ambos lados hacer un esfuerzo de acercamiento si se pretende que el sistema tenga viabilidad deliberativa.

Por último, tendríamos que preguntarnos si como sociedad queremos seguir asistiendo al espectáculo patético de la política en redes sociales. El reto aquí tiene que ver con lo que le exigimos a la clase política y lo que queremos de ella. Si premiamos sus publicaciones propagandísticas en Instagram y TikTok, seguirán haciéndolas. Si queremos propuestas para que solucionen los problemas públicos, nos tocará exigirlas.

Lo cierto es que más allá de si estas fueron las elecciones más grandes de la historia, lo que es un hecho es que hoy, el día después de la contienda, nos queda un país fracturado con una clase política que no parece querer construir un proyecto común. 

Por eso, esta semana en Cuestione hablaremos de los enormes retos que enfrentaremos como país en los siguientes años y de las posibilidades de futuro que tenemos dependiendo de las decisiones colectivas que tomemos. 

Porque la democracia no es solo elegir cada tres años a quienes gobiernan. También requiere de una ciudadanía activa que pida cuentas a los gobernantes todos los días y que no permita que abusen del poder.

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