El derecho a la privacidad

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Seguramente, tú no tienes nada que ocultar. No haces nada ilegal, ni tienes grandes secretos. Y así, piensas que no es peligroso compartir tus datos personales en redes sociales. Pero en realidad estás cometiendo un error.

Es una práctica muy común compartir nuestra información, ya sea en redes sociales o en actividades cotidianas. Al ser algo tan normal, olvidamos muchas veces los riesgos que esto conlleva.

En los últimos años, distintas empresas de seguridad informática han alertado sobre la gran cantidad de datos personales que se pueden extraer gracias a las plataformas digitales y que terminan siendo de dominio público.

Han señalado también las numerosas consecuencias que existen cuando publicamos nuestra información personal. Una de ellas es la pérdida de la privacidad; otra es que tus datos lleguen a desconocidos. Incluso, puedes ser víctima de un hackeo y hasta te expones a que te localicen fácilmente cuando compartes tu ubicación. Así de simple… y grave.

Y sucede que hay un derecho que olvidamos con demasiada frecuencia: el derecho a la privacidad. Este es un derecho humano que está bajo amenaza. No por una gran conspiración, sino por la necesidad de los gobiernos y las empresas de saber qué es lo que hacemos y queremos.

No es casualidad que el artículo 12 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas estableciera que el derecho a la vida privada es un derecho humano. En él, se garantiza que: “nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques”.

Pero no todos los gobiernos respetan esto. Lo hemos visto en la misma Ciudad de México, dónde se han tratado de instalar distintas medidas gubernamentales para rastrear los movimientos de la gente, bajo argumentos de salud pública o seguridad. Sin embargo, como hemos descubierto, no podemos estar seguros de que nuestra información privada será debidamente protegida por el gobierno, ni sabemos el alcance de cómo será utilizada. 

Otro peligro latente al que estamos expuestos, hoy más que nunca, es al robo de identidad y a los ataques financieros con tan solo compartir nuestra información bancaria o las credenciales de identidad, como el INE, el pasaporte o la licencia de conducir. Vamos entregando nuestra información personal, permanentemente, a perfectos desconocidos, todo el tiempo.

Pero las cosas se han ido diversificando y estilizando. Ahora nos enfrentamos a nuevos desafíos gracias a la recolección de datos biométricos como el reconocimiento facial, cada vez más utilizado en muchos lugares del mundo, y que ha sido duramente criticado por considerarse una invasión a la privacidad y, también, por perpetuar prejuicios raciales y por el mal uso que le ha dado la policía.

El empleo de nuestros datos también se presta para la manipulación política, como vimos con el caso de la elección presidencial de Donald Trump en 2016. Desde entonces, se ha revelado un complejo entramado de manipulación ideológica y política desde redes sociales al contar con los datos personales de la gente para usarlos ideológicamente.

La discusión sobre el tema de la recolección y uso de datos e información personal dominó la conversación la semana pasada cuando Whatsapp informó que cambiará sus condiciones y políticas de privacidad, lo que nos recordó dos cosas: el uso indiscriminado de datos personales que hacen las redes sociales y plataformas digitales y la facilidad con la que nosotros entregamos esa información. 

Este intercambio excesivo que se da entre las personas y las empresas se ha convertido en un hábito peligroso. Revelamos -con un solo click- información confidencial a entidades que no conocemos, sin tomar en cuenta que inmediatamente hemos renunciado a su control, porque no estamos seguros dónde van nuestros datos, ni cómo se utilizarán. 

Por ello, se han desarrollado una serie de normas destinadas a proteger la intimidad así como los derechos fundamentales de cada individuo frente al riesgo de recopilar y transferir su información. En nuestro país, el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales, el INAI es el órgano encargado de la protección de datos personales, otra razón para defenderlo y fortalecerlo ante la amenaza de cerrarlo, lo que ha hecho el actual gobierno.

En la Unión Europea, por ejemplo, las y los ciudadanos pueden solicitar a cualquier compañía que les entregue todos sus datos personales y, en caso de no hacerlo, las compañías -aún las extranjeras como Facebook o Google– pueden ser multadas.

Esa es una muestra de que la lucha por nuestros derechos a la identidad y a la privacidad se construyen en conjunto, en la que deben participar los gobiernos, las instituciones y la sociedad.

Si bien es poco realista esperar que dejemos de compartir fotos, datos personales o información de la noche a la mañana, no está de más que pensemos dos veces antes de dejar en manos de desconocidos nuestros datos importantes.

Por eso, esta semana en Cuestione abordaremos la importancia del derecho a la privacidad, haremos un repaso de algunos casos en los que la hemos perdido, así como las herramientas con las que contamos para defendernos de quienes recopilan y analizan nuestros datos todos los días. 

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