El estira y afloja entre empresarios y gobierno

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Hace unas décadas, en medio de una crisis económica, el gobierno de José López Portillo nacionalizó los bancos. Convirtió al gobierno en el gran banquero de México. Y no funcionó.

Unos años después se privatizaron de nuevo y se construyó el sistema que hoy conocemos.

Esto viene al caso porque la semana pasada Citigroup anunció que ya no vendería Banamex, y decidió cancelar la venta de su filial en nuestro país.

Esto puso fin a las intenciones de adquirir Banamex por parte del dueño de Grupo México de Germán Larrea. También se esfumó la esperanza que el gobierno tenía de comprar al banco y de cobrar los impuestos por la venta.

Todo indicaba que se llegaría a concretar la venta del banco al grupo encabezado por Larrea. El problema es que se trató de un grupo empresarial que entró en conflicto con el gobierno, por “la ocupación temporal” de tres vías de Ferrosur, subsidiaria de Grupo México. Es decir, la intromisión gubernamental que derivó en una especie de expropiación que acabó por enterrar la negociación.

Citibank perdió la confianza en el gobierno. Esto, mientras que el presidente López Obrador insiste en sumar a sus planes comprar la institución bancaria.

Pero es que en realidad no es buena idea que el gobierno compre un banco, que dicho sea de paso no necesita. Un ejemplo muy claro es el fracaso del Banco del Bienestar, que ha sido un barril sin fondo en la actual administración.

Debemos preguntarnos: ¿el Estado está para hacer negocios o para hacer políticas públicas en beneficio de la ciudadanía?

Los gobiernos, de todos los partidos y colores, insisten en administrar empresas cuando tendrían que estar garantizando la seguridad y bienestar de las y los mexicanos; deberían dedicarse a dar salud y educación digna y de calidad a quienes menos tienen.

Sin embargo no logran ni una cosa ni la otra. Y ahora se han dado a la tarea de emprender acciones que difícilmente van a servir para mejorar la calidad de vida de la población mexicana.

A esto se suma que especialistas consideran que Citigroup prefirió quedarse sin comprador luego de la insistente intervención del gobierno sobre un sector que se supone que es privado y una venta que debería ser también entre privados.

Incluso, el presidente proponía que todas y todos podríamos ser socios de Banamex. Una idea poco realista y una narrativa muy común de la autonombrada “Cuarta Transformación”.

Por este tipo de acciones es que en el pasado hemos visto cómo la iniciativa privada tiene cierta cautela con las decisiones del gobierno, que poco se preocupa por promover una certeza jurídica y la seguridad de poder invertir en el país. Y a la larga esto tiene grandes implicaciones negativas para la inversión y el crecimiento económico.

Dentro de sus funciones, el Estado debe velar por garantizar un entorno favorable para el desarrollo de la economía y la generación de más oportunidades para que las mexicanas y los mexicanos prosperen.

La generación de la riqueza no puede depender solo del gobierno: debe dar las libertades para que sean otros actores los que establezcan los mecanismos para generar y repartir la riqueza.

Lo que no entiende o no quiere entender esta administración (como no lo entendieron las anteriores) es que las empresas del gobierno no van a generar riqueza mientras sus agendas sigan atadas a las del gobernante en turno, en vez de ser, por lo menos, empresas estatales que respondan a una lógica de largo plazo.

En esta historia el gran perdedor fue el país porque al final se manda una pésima señal a los inversionistas que deseen hacer negocios en México. Entonces volvemos a preguntarnos: ¿qué hace el gobierno jugando a ser empresario? ¿Qué papel juega la clase empresarial en un país donde los gobernantes hacen de todo menos lo que tienen que hacer?

No hay mejor ambiente para el progreso económico que las reglas claras. Que se sepa qué se puede hacer y qué no. Cuando el gobierno insiste en cambiarlas, lo que se pierde es ese delicado tejido que es la confianza. 

La confianza es una cosa frágil: se rompe fácilmente, pero se construye con esfuerzo. Y sin confianza entre el gobierno y el empresariado, nuestro país no tendrá un mejor futuro.

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