El fracaso común de AMLO y Calderón

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En las últimas semanas, diferentes eventos violentos en Tamaulipas han demostrado las grietas que corrompen la estructura del Estado mexicano.

Civiles masacrados por elementos del ejército. Secuestro y asesinato de personas de nacionalidad estadounidense. Violencia, violencia descarnada y sin control que nos obliga a preguntarnos: ¿es México un Estado fallido?

Para un sector de la sociedad en Estados Unidos que está siendo gatillada por líderes republicanos sin escrúpulos, parece que sí. Pero afirmar que el estado mexicano ha sido derrotado por el crimen organizado es temerario, por decir lo menos.

Lo que sí es un hecho es que la descomposición de distintas instituciones ha comenzado a tocar niveles críticos y preocupantes. ¿Esta descomposición es irreversible? No necesariamente, pero sin duda es urgente que se atienda y resuelva.

La violencia criminal no es nueva. Más bien, es ya demasiado vieja. A finales del siglo pasado, asesinatos, secuestros y extorsiones comenzaron a llenar los titulares de prensa y noticieros de televisión. 

En el sexenio de Vicente Fox la criminalidad fue capturando nuevos frentes al tiempo que extendían sus redes al interior de los gobiernos. La fuga de El Chapo Guzmán fue orquestada por un funcionario que después se volvió su lugarteniente, solo para dar un ejemplo.

Pero también se dieron a conocer escandalosos casos de políticos de alto nivel, como el ex gobernador de Quintana Roo entre 1993 y 1999, Mario Villanueva, quien hasta la fecha purga una condena por crímenes relacionados con el narcotráfico.

Desde entonces, año con año, sexenio tras sexenio, los índices de violencia, la sangre, las masacres, secuestros y muchos de los fenómenos ligados a la macrocriminalidad, no ha hecho sino crecer.

Las imágenes dantescas que tanto sorprendían hace un par de décadas, se han repetido tanto y de tantas sanguinarias maneras que, poco a poco, la sociedad ha ido perdiendo la inocencia y normalizando cuerpos colgados, embolsados, descuartizados. La violencia nos ha hecho inmunes a la tragedia.

Y no deja de ser tristemente paradójico que el mayor fracaso del gobierno de Andrés Manuel López Obrador sea la herencia de terror que nos dejó el peor fracaso del gobierno de Felipe Calderón.

Nada, ni los abrazos ni los balazos han funcionado. Hoy asistimos a una macabra realidad que desgarra familias, que asesina, que droga, que violenta de formas casi infinitas ante la inepta mirada de una clase política que no alcanza a esgrimir una mejor solución que no sea la de echarle la culpa a un pasado que los persigue, perseguirá y marcará el legado de el que pretendía ser un gobierno que pasaría a la historia con letras doradas.

Ante esta crisis de violencia permanente y las bravatas de los derechistas estadounidenses que amenazan con enviar al Ejército de ese país a combatir narcos en territorio mexicano, la administración López Obrador respondió con mucha más rudeza que la mostrada frente a los propios criminales.

La pendenciera respuesta del lopezobradorismo, sin embargo, es tan ineficaz como su política de seguridad: la de los “Abrazos, no balazos” ese mantra que se mide cada semana en cientos de cadáveres y discursos de frívolo nacionalismo ramplón e incompetente.

Porque la respuesta presidencial no incluyó, por cierto, ni una sola palabra de condena o reclamo para el mayor consumidor de drogas del mundo. Nada se dijo sobre las redes de distribución de narcóticos en ese país. De eso nadie habla. 

¿Qué necesita pasar en este país para que la sociedad exija lo que se le ha negado? ¿Para qué mantener el pacto social con esta clase política incapaz de cumplir su principal, si no es que casi único, mandato? La seguridad es una deuda que ya acumula muchos sexenios fallidos.

Nuestros militares ahora administran hoteles, aeropuertos, trenes y espían a defensores de derechos humanos desde centros de inteligencia militar clandestinos. Mientras, la sombra del crimen organizado recorre con impunidad el país y se inserta silenciosamente en distintos niveles de gobierno.

¿Es entonces México un Estado fallido? No, no lo es. Pero ciertamente corre el peligro de convertirse en uno. 

Y eso no le conviene a nadie salvo a los criminales y funcionarios corruptos. Quizás ya es hora de pensar en cómo deshacernos de ellos.

México merece vivir sin miedo.

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