Casi cinco millones de personas viajan cada día en el Metro de la Capital. Si la Ciudad de México fuera un organismo vivo, este transporte sería como su sistema circulatorio, permitiendo que las personas lleguen a sus empleos, cumplan con sus obligaciones y regresen a sus hogares.
Si el Metro corre riesgos, la capital entera está en peligro de colapsar.
Ahora, una vez más, está en el centro de la polémica.
En esta ocasión fue un choque de trenes en la Línea 3, que dejó decenas de heridos y una víctima fatal. Las personas que lo vivieron han compartido crudos recuentos de las horas que pasaron prensadas o atrapadas en los vagones, el miedo que sufrieron y lo traumático de la experiencia.
Ojalá pudiéramos decir que es un hecho aislado. Pero no lo es. Durante esta administración, en la capital los accidentes se han duplicado, así como las denuncias por inundaciones, fallos y el deterioro de las instalaciones.
Por supuesto no se puede olvidar la tragedia de la Línea 12, cuando el 3 de mayo colapsó un puente y causó la muerte de 27 personas y unos 80 lesionados. En esa ocasión la administración de Claudia Sheinbaum brilló por varias cosas: su ineficacia para resolver el problema, su lentitud para tomar decisiones como despedir a la entonces directora del Metro- Florencia Serranía-, por echarle la culpa al pasado y, sobre todo, por usar el caso para victimizarse.
Lo que es tristemente irónico es que es la crónica de una tragedia anunciada. Desde su campaña electoral en 2018, Sheinbaum denunciaba abandono en el Metro y aseguraba que había que invertir más para convertirlo en “el mejor Metro”. Sin embargo, como hemos documentado en Cuestione, el presupuesto general del sistema de transporte se ha disminuído durante esta administración.
Peor aún, apenas en diciembre la jefa de Gobierno admitió que la Línea 3 tenía graves problemas. Ella misma reconoció que le urgía mantenimiento, pero tras presumir una supuesta “inversión histórica”, dejó para el próximo gobierno la responsabilidad de terminar los trabajos. Acusó, por supuesto, a los gobiernos anteriores, ignorando que desde 1997 la capital ha sido gobernada básicamente por el mismo grupo político.
El destino la alcanzó el sábado 7 de enero con el choque de trenes, mientras ella, otra vez, estaba de gira promocionando su imagen como precandidata presidencial. Por supuesto el impacto mediático ha sido duro para la gobernante, que por primera vez anunció que suspenderá sus giras para atender los problemas de la ciudad.
Naturalmente, la cómoda estrategia de hacerse la víctima sigue siendo el camino de control de crisis. Lo vimos desde el colapso del colegio Rébsamen en el terremoto de 2017, cuando Sheinbaum gobernaba la alcaldía Tlalpan.
Y ahora las mismas personas que desde la oposición convirtieron toda tragedia humana en una herramienta rentable de política para denunciar la corrupción e incompetencia de autoridades anteriores nos dicen: “no lucren con el dolor de las víctimas”.
La jefa de gobierno incluso acusó de “falta de escrúpulos” a quienes la denunciaron por su negligencia.
El tema de fondo es que el Metro es absolutamente crucial para la capital de México. Es una enorme responsabilidad de quienes nos gobiernan asegurar que los usuarios puedan ir a sus empleos, contribuir a la economía y sobre todo volver a salvo a casa, sin temor de morir en el intento.
Esa confianza hoy está quebrada. Las personas que dependen de este transporte no pueden usarlo sin temor de ser víctimas de otro accidente. Pero las consecuencias siguen siendo mínimas. Ni el director del Metro ni el secretario de Movilidad de la Ciudad de México han enfrentado su responsabilidad, mientras que el único castigo cayó sobre el subdirector de Mantenimiento. Nada parece ser ni su culpa ni su problema.
Y mientras el gobierno de la capital lo reduce a un problema político, millones de hombres, mujeres y menores se suben cada día al Metro sabiendo que puede ser su último viaje.
