Dime con quién te juntas y te diré quién eres

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Este fin de semana recibimos una visita del presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, por cuarta vez en esta administración. El presidente Andrés Manuel López Obrador y el cubano compartieron puntos de vista sobre los médicos de ese país, economía y cooperación bilateral.

Una reunión amistosa, de personas que piensan de forma similar sobre las necesidades de las sociedades que gobiernan.

Sucede esto tan solo unos días después de que se publique el índice global de democracia que cada año presenta The Economist, en el que nuestro país muestra un agudo declive.

Llevamos años cayendo en este índice, que mide las condiciones democráticas de 167 países, pero en este gobierno ha sido especialmente dramático. Estamos en el lugar 89 entre los países evaluados, debajo de muchas otras naciones latinoamericanas como Uruguay y Chile, y también caribeñas como Surinam. En 2019 éramos considerados una “democracia fallida”, pero ahora somos un “estado híbrido” que en solo un año bajó tres posiciones para empezar a acercarse a un sistema autoritario.

La medición considera una serie de factores para determinar la posición democrática de cada país. Entre ellos el pluralismo, la libertad de prensa y expresión, elecciones confiables, división de poderes, libertades civiles, impunidad y corrupción, entre muchas otras.

Un tema es crucial para determinar el nivel democrático de una nación: la polarización. Entre más polarizada esté una sociedad – en particular si esta es promovida por el gobierno – menos democrática es.

No lo es porque pierde la capacidad de diálogo, de encuentro y fomenta la confrontación social.

Lo curioso es que entre más caemos en el índice democrático, más nos acercamos a regímenes autoritarios. Ahora somos los grandes defensores de Pedro Castillo en Perú, que trató de dar un autogolpe de Estado inconstitucional; somos amigos de Venezuela y El Salvador, que construyen día a día gobiernos más autoritarios.

Empezó con el “rescate” de Evo Morales tras su intento de fraude electoral y desde entonces no se ha detenido. Y ahí nos viene a la mente el viejo dicho de “dime con quién te juntas y te diré quién eres”. Porque nuestras compañías, en gran medida, definen nuestra forma de pensar y actuar.

Mientras se nos promete un sistema de salud como el de Dinamarca, no nos reunimos con quien gobierna ese país para conocer sus recetas: nos reunimos con el presidente de Cuba, uno de los más longevos y autoritarios gobiernos del mundo. Con él sí hablamos de médicos y salud.

Es normal que cada administración tenga sus filias y fobias, que se incline más a aliarse con quienes se siente más ideológicamente cerca que con quienes no. Pero una cosa es la inclinación política y otra, muy diferente, es la diplomacia.

El mensaje que nos están dando es que nos interesa más llevarnos bien con gobiernos dictatoriales – o que están cerca de serlo – que con naciones democráticas que nos puedan abrir nuevas oportunidades para crecer, comerciar y progresar.

Mientras, cada día están más cerca las elecciones presidenciales. Este gobierno empieza a terminar. Eso significará más polarización, más hostilidad política y más desconfianza entre personas que piensan diferente.

El gobierno tiene dos caminos: empezar a establecer puentes para reconstruir el consenso social de nuestro país o proseguir por el camino de los buenos y malos, de los liberales y conservadores, para seguir dividiendo a la sociedad.

Los resultados pueden ser imprevisibles. Es hora de que este país empiece a retomar su confianza en la democracia, en la importancia de participar y, sobre todo, en la tolerancia a quienes piensan distinto. 

Eso no dependerá del gobierno. No es su agenda.

Dependerá de cada una de las personas que quieren un país mejor.

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