¿Chavos banda salvando al mundo?

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La gran historia de tres de ellos

Todos marcados por una misma cicatriz: la violencia. Daniel Kalavera, Carlos Cruz y Aldo Omar Vargas crecieron en zonas conflictivas de la Ciudad de México. Desde pequeños vivieron en entornos violentos y estuvieron de cerca de armas, extorsiones y hasta asesinatos. Pero salieron de ese círculo, en el que la delincuencia era parte de la vida.

Ahora, desde su trinchera, se han convertido en ejemplo de las nuevas generaciones de jóvenes, han creado sus propias organizaciones o sus formas de vida para ayudar al otro, ese otro que también cayó en entornos violentos. A través del arte y el deporte han encontrado una salida y también un mundo nuevo.

¿Cómo lo hicieron? “Después de vivir estigmatización, estos jóvenes necesitan tener un espacio en donde haya un sentido de identidad y pertenencia, en donde se vinculen entre ellos”, dice Héctor Castillo Berthier, fundador de Circo Volador, una organización que ayuda al desarrollo de jóvenes desde hace 30 años y uno de los sociólogos más reconocidos en cultura urbana y subculturas.

Cruz, Kalavera y Aldo Omar salieron del mundo de la violencia, y se integraron a la sociedad para llevar un mensaje positivo para jóvenes que tuvieron experiencias similares.

Para Berthier, ellos tres se han vuelto personajes dentro de su comunidad, “al reconocerse fuera del Estado encuentran formas de identidad, se vuelven actores, agentes de capital social dentro de su comunidad, son voceros”.

Los tres han sabido resignificar su historia y transformar su liderazgo en algo positivo. Estas son sus historias:

Daniel Kalavera: “No soy nadie”

Daniel Kalavera. Foto: Cristopher Rogel Blanquet

Su canal de Youtube llega a los 852 suscriptores: Daniel Kalavera es un rapero que nació en Iztapalapa y creció en San Miguel Xico, Valle de Chalco, “lo más underground de la periferia de la Ciudad de México”, dice. Su colonia es popular porque de ahí surgió el famoso video de las Cholas de Chalco, a las que “el barrio las respalda”.

Kalavera es un expandillero de Sur 13 (un grupo que originalmente surgió en los 60 en Estados Unidos, pero que empezó a echar raíces -probablemente a raíz de los mexicanos deportados- en México unos años después), la gran parte de sus miembros se concentran en las periferias de la Ciudad de México.

Pocos se imaginarían que este rapero de 25 años, que viste ropa holgada, cadenas con una calavera, una cruz y varios tatuajes es un gerontólogo, preocupado en ayudar a los adultos mayores. Todos los días deja de lado sus rimas y canciones para ir, casa por casa, a atender a ancianos de la periferia, ya sea con terapia o simplemente para hacerles compañía.

También ha dado talleres de street art, serigrafía y pláticas sobre reinserción social. Hace un año terminó la carrera de Gerontología en la Universidad Estatal del Valle de Ecatepec. “Estudiar fue algo loco en mi vida, me aferré. Nunca he sido malo para la escuela, mis maestros me decían que no tenía un pelo de tonto, pero algunos también, me veían y me decían ahí viene el morro vago, el chavo banda, hasta que comienzas a creer que realmente no vales nada”.

La idea de “no valer nada” lo hizo abandonar poco a poco su comunidad, en la que la mayoría de los jóvenes de su edad no estudia. Creció con la cultura del hip hop: break dance, graffiti, street art, escuchó sus canciones hasta que se decidió por cantarlas y ser un rapero conocido.

Pero hubo otra cosa que lo atrapó: el futuro de los jóvenes de hoy. “La pirámide poblacional actualmente está liderada por la  gente joven y en 2050 vamos a ser adultos mayores, por eso quise estudiar esta carrera, para atender a esta parte de la población y porque siempre me ha interesado el servicio social”.

La necesidad de reconocerse en la sociedad fue lo que lo llevó a seguir estudiando. “En mi comunidad la mayoría somos obreros, muchos ni estudian, es respetable, cada quien habla de cómo le fue en la feria, pero hay un momento en que sales al mundo exterior y te das cuenta que necesitas un cambio”.

Salir a ese “mundo exterior” no fue fácil. Lo han discriminado, no lo suben a los taxis o camiones de noche, “hasta por las cicatrices en la cara o por las fachas, siempre escucho ‘ahí viene el del barrio’, es ahí cuando empiezas a lidiar con tu resiliencia, te vas haciendo más fuerte a las críticas”.

“Mi destino es este, no me siento especial, hago lo que cualquiera persona hace, pero todos me ven como si fuera un espécimen raro”.

En su comunidad ha visto a muchos jóvenes entrar y salir de la cárcel, les ha dado talleres y les ha enseñado que hay otros caminos a través del arte y el deporte; en su barrio también organizan jornadas de frontón. “En México la reinserción social está mal dirigida; en Estados Unidos, por ejemplo, si eres bueno en básquetbol te ayudan para que te vuelvas profesional, aquí sales y te ponen en cualquier oficio, no identifican los perfiles”.

Para él, rapear es como ser un reportero de su barrio, “porque estás narrando lo que está pasando, siempre tienes que decir la verdad, aunque las temáticas sean crudas. Yo lo que trato de hacer es narrar eso que viven los demás para que quien las escuche se  prevenga, y las demás generaciones que no caigan en nuestros mismos errores”.

Carlos Cruz: “Podemos construir una alternativa”

Carlos Cruz. Foto: Cristopher Rogel Blanquet

Hay una palabra con la que Carlos Cruz se identifica: alteridad, la capacidad de ser otro.

Hace más de 20 años fue el líder de la Alianza Universitaria, una de las pandillas porriles de la Universidad Autónoma de México (UNAM) en Gustavo A. Madero. La historia la ha contado varias veces, después de que mataron a uno de los suyos dijo: “¡Ya basta!”

Antes ya había estado en un ambiente criminal: su banda se dedicaba a realizar extorsiones y a traficar armas. En 2000 creó la organización social Cauce Ciudadano, la cual arropa a jóvenes (expandilleros, pandilleros y no pandilleros) para que se enrolen en programas culturales, deportivos y educativos.

Carlos Cruz fue el más chico de una familia de cinco hermanos. Estudió en una vocacional y ahí se encontró con la violencia de los porros. Ese fue su primer contacto con armas largas y con la experiencia criminal. Tenía 16 años.

Carlos hizo el cambio cuando tenía 24 años, en 1999. “Las víctimas y victimarios de la violencia podemos darnos cuenta de que hay un ejercicio de alteridad, podemos construir una alternativa de mirada, de ampliar el panorama”.

Unos años después de crear la organización, aún le costaba entender el significado de esa palabra. Se preguntaba, ‘¿por qué a mí?’. “Me veía como un espejo cóncavo, la sociedad nos ve deformes como masas que no tienen una silueta, la posibilidad estética ni simétrica, lo que no es cuadrado, no es bien visto y tenemos que aceptar que no todo tiene que ser simétrico”.

Desde hace 18 años platica con los jóvenes que se acercan a Cauce Ciudadano en búsqueda de una salida. “Una persona que se equivoca va a ser aceptada por el derecho civil que tiene de hacerlo, pero quienes venimos de la violencia no tenemos opción a hacerlo, se nos cuestiona y se nos juzga”.

“No hay mayor reinserción que la aceptación de mi error, pero también que el de enfrente acepte que yo estoy haciendo restauración”, dice.

Aldo Omar: “Ser de Iztapalapa genera un estigma”.

Aldo Omar. Foto: Cristopher Rogel Blanquet

El Deportivo Chavos Banda está entre las calles José López Portillo y Arroyo Frío, es la cuna del deporte y las artes para jóvenes y familias de Iztapalapa. Pero antes de serlo, en 1995 también fue un territorio de disputa entre las pandillas de la zona.

Tras meses de lucha, los mismos “chavos banda” de Iztapalapa realizaron un pacto para poner alto a la violencia que vivían sus familias. Se organizaron y decidieron tomar este espacio para que, lejos de ser un territorio de guerra, se convirtiera en un espacio seguro para los suyos.

Aldo Omar es sociólogo y secretario ejecutivo del grupo recreativo. Llegó en 2007 a esta agrupación y desde entonces está a cargo del cuidado del deportivo. “Los tiempos han cambiado, hace más de 20 años era un campo de batalla, se peleaban, se daban en la madre, ahora muchos son papás y tienen hijos ya no nos tocó tanto esa violencia de antes”.

A pesar de haber crecido con violencia, Aldo quiso estudiar sociología para entender las causas y consecuencias de la misma.”Si genera un estigma ser de Iztapalapa, te ven y te dicen ahí está cabrón, está pesado”.

Aún cuando es una zona en donde los pueden ir a entrenar, tomar talleres de serigrafía, jugar futbol rápido o simplemente hacer ejercicio, también existe un rechazo en la comunidad. “Está dividida la opinión: hay unos que dicen que está chido que existan espacios así, otros dicen que aquí sólo vienen a drogarse los chavos”.

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