Los jinetes del llano

Compartir:

- Advertisement -

¿Vale la pena arriesgar la vida en el ruedo?

Una oración a la virgen de Guadalupe y tres golpes en el suelo conformaron la cábala del Pete Pedro Velázquez, antes de montar a aquel toro de más de 200 kilogramos.

Uno, dos, tres, cuatro… 13, 14, reparos, como se le llama a los brincos que pega el toro durante un rodeo y Pete seguía sobre el lomo de El Cuervo (un toro negro con cuernos prominentes). Fue en el reparo número 15 que Pete se convirtió en una nube de polvo, cuando cayó al suelo. Los ojos rojos de Cuervo se convirtieron en mirilla de francotirador, vio a Pete abatido y descargó todo su peso sobre él.

“El toro me pisó la sien izquierda y me reventó los globos oculares”, recuerda Pete, quien ese día perdió los dos ojos que salieron descorchados de su rostro.

Cinco años han pasado desde aquel accidente, sin embargo, en cada jaripeo de su pueblo San Miguel, en Estado de México, lo recuerda como si hubiera acabado de pasar: se ve a sí mismo mientras revive en cámara lenta como El Cuervo lo golpea, escucha los gritos de la gente, los reparos y los aplausos a aquellos que aún arriesgan su vida.

En los jaripeos de llano no hay grandes producciones. Aquí mil pesos son suficientes para competir y entretener a la gente que los mira extasiados, mientras consumen litros y litros de cerveza, aunque el riesgo sea alto.

“El reglamento aquí es distinto, es hasta que el toro se canse, allá, sólo hay que aguantar ocho segundos”, dice Pete.

En México no existe una reglamento para jaripeos, en muchos pueblos lo hacen por diversión, para entretener a la gente y demostrar su valía. Es lo único que importa.

Tampoco hay un censo de cuántas personas arriesgan su vida montando toros. Lo que queda claro es que la detección de talento comienza a temprana edad: “Empezamos montando becerros en los campos, ahí es donde se ve quién tiene talento para esto”, dice Pete, la emoción de su voz se disimula al mirar su rostro inexpresivo, detrás de la prótesis de titanio que le implantaron tras su enfrentamiento con El Cuervo.

Lo poco que hay y de reciente creación es la Liga Mexicana de Jaripeo Profesional, su creador, Alexander Castilla comentó que tienen ubicados a 140 jinetes, pero estima que en el país hay más de mil.

Otro pueblo, otro rodeo

La banda ameniza entre cada una de las montas, es una noche difícil, el ruedo lo improvisaron en una cancha de futbol. El pasto hace que se resbale el toro y que sea más peligroso.

Los 10 hombres que esa noche montan en el pueblo de San Diego, municipio de Tenancingo de Degollado, Estado de México, tienen el rostro adolescente, no pasan de los 22 años. La juventud es indispensable en este deporte extremo.

Los jinetes tienen una vida útil de cuatro años, aproximadamente, muy pocos son los que logran trascender, dejar huella. Hugo Figueroa, mejor conocido como El Aguilita de Zepayautla, es uno de ellos, alcanzó la gloria y hoy vive para contarlo. Tiene su rancho en el Estado de México y se volvió ganadero.

Aquellos que no lo logran, para subsistir económicamente, tienen que alternar las montadas con otras actividades, la mayoría se dedica al campo. Es en los montes  donde la muerte les guiña el ojo por primera vez.

La noche terminó, los toros regresan al rancho, en espera de un encuentro más con aquellos hombres que se atreven a montarlos. Esta vez no corrió sangre, ninguno de los jinetes salió herido, viven para contarlo.

SUSCRÍBETE A NUESTRO NEWSLETTER

Recibe las noticias más relevantes de México cada mañana, inicia tu día informado.