El “chapulineo” político, una vieja forma de hacer política que se adapta a los tiempos

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La primera gran migración de políticos de un partido a otro en México fue para formar el Partido de la Revolución Democrática (PRD) entre 1987 y 1989 tras la ruptura interna del PRI, el partido hegemónico, dominante en ese entonces, que había gobernado durante décadas bajo un sistema presidencialista, represivo y autoritario.

Ese partido -el PRI- reducía el espacio de la participación política a casi nada. Todos los que llegaban a cargos públicos -era una gran mayoría de hombres- estaban supeditados a las órdenes que se dictaban desde la cúpula partidista y aunque sí había partidos para intentar hacerle contrapeso, como Acción Nacional y partidos de izquierda, las puertas estaban completamente cerradas.

Sin oportunidades reales en el PRI -y tampoco en los partidos pequeños porque no tenían ni un chance de hacerse con la Presidencia o cargos importantes- las molestias y rencillas se fueron incrementando y se manifestaron en la convergencia de muchas organizaciones para formar el PRD en la Ciudad de México.

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Así nació la Corriente Democrática dentro del PRI, que trató de cambiarlo desde adentro. Al no lograrlo, este grupo encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez, con otros miembros de la izquierda política como Heberto Castillo y Gilberto Rincón Gallardo, el Frente Democrático Nacional atrajo a militantes del mismo PRI -como sus fundadores-, pero también del Partido Mexicano Socialista, el cual había integrado varias fuerzas políticas de izquierda a nivel nacional.

También al Partido Patriótico Revolucionario dirigido por Camilo Valenzuela y Jesús Zambrano, actual dirigente del PRD; el Movimiento Revolucionario del Pueblo, dirigido por Carmelo Enrique y otros más.

Poco después se unió parte de la militancia del Partido Socialista de los Trabajadores con miembros como Carlos Navarrete Ruiz, Jesús Ortega Martínez, Graco Ramírez Garrido Abreu, Rafael Aguilar Talamantes, Miguel Alonso Raya. Tras la elección de 1988, el Frente agutinó a todos estos grupos en el Partido de la Revolución Democrática.

La desbandada hacia el PRD es el primer gran chapulineo político de México, “montones de priistas inventando el PRD”, nos dijo el politólogo Jorge Márquez.

Oportunismo, la clave del “chapulineo” 

Hay que definir lo que es el chapulineo en el ideario político nacional para que quede claro que tiene como móvil una ambición política con pocos principios y con menos ética. Que no se malinterprete: es válido cambiar de ideología y de partido político. Dejar de coincidir con una u otra organización y rescindir la afiliación a alguna no es chapulineo de ningún tipo.

Pero el chapulineo político se usa para describir -de manera peyorativa y como un válido reclamo- la acción de “brincar” de partido en partido o de cargo en cargo, buscando posiciones que favorezcan personalmente a alguien que, generalmente, busca una candidatura o puesto en el gobierno de forma inmediata. Salta para beneficiarse.

Si seguimos este precepto, sí, la masiva migración para formar el PRD fue un gran chapulineo motivado por la ruptura dentro del partido oficialista -el PRI- porque las personas buscaban poder participar en la vida pública nacional y hacerle frente al monstruo que representaba el partido tricolor. 

Fue el principio de una dinámica que se ha repetido numerosas veces y que ha ido evolucionando. En los 80 las y los políticos pasaban del partido grande, que no les dejaba jugar, al pequeño que trataba de vencer al poderoso: del PRI al PRD, al PAN y otros. 

Pero a partir del año 2000, la migración se está dando, mayoritariamente, de los partidos chicos a partidos grandes y en el poder: del PRI al PAN, del PRD al PAN; del PAN, PRD, Movimiento Ciudadano (MC) o PRI a Morena en el último lustro.

Aquí viene el segundo gran chapulineo de México. Jorge Márquez, también catedrático de la UNAM, nos explicó que se dio al tiempo de la alternancia en las elecciones presidenciales en las que ganó el candidato del PAN, Vicente Fox Quezada, en el 2000.

“El poder cambió de manos, se fue a otro partido y un montón de priistas se pasaron al PAN -incluso algunos perredistas- se movieron para ganar algunas posiciones, porque fue fuertísima la atracción de Fox como candidato y luego como presidente”, nos dijo el entrevistado.

También nos explicó que hay momentos intermedios en la década de los 90 donde hubo un traspaso del PRI al PRD de casos muy notorios como el del senador Ricardo Monreal quien renunció a su militancia priista en 1998, bajo la presión de 5,000 simpatizantes que amagaron con su renuncia al partido. 

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“¿Qué es lo que les pasaba a muchos de estos priistas? Creían que tenían una base suficientemente sólida para ganar una elección y el presidente Ernesto Zedillo no los hacía candidatos. Porque esa era la lógica, aunque había un partido, el presidente de la República mandaba sobre ese partido”, detalló Márquez.

En el mismo 1998 que Monreal dejó el PRI, fue invitado por Andrés Manuel López Obrador a afiliarse al PRD y competir por la gubernatura de Zacatecas, donde ganó y gobernó hasta 2004. ¿Coincidencia o un claro ejemplo de chapulineo?

La Cuarta Transformación de los “chapulines”

Jorge Márquez nos dijo que el tercer gran momento se está dinámica se da con el surgimiento de Morena en 2012 cuando “un montón de perredistas se van para Morena y luego en la elección de 2018 cuando López Obrador convence a un montón de priistas y panistas de unirse”.

El caso es especialmente interesante porque la migración de figuras políticas no termina con las candidaturas de ese año, sino que se da de manera muy marcada después de la elección en la que se elige como presidente a López Obrador en 2018, nos dijo el especialista.

El paso de diputados y senadores del PRD a Morena, casi inmediatamente después de las votaciones es uno de los casos, nos dijo Márquez y también señaló el del PVEM que si bien no se cambiaron de partido, el partido entero cambió de bando. 

El PVEM (Partido Verde Mexicano en sus orígenes) fundado en 1986 por el ex priista Jorge González Torres fue en coalición con el PAN para las votaciones de 2000; con el PRI en las de 2006, 2012 y 2018. 

Ahora es aliado de Morena. Incluso hace unos meses el senador por el PVEM, Manuel Velasco, hizo su intentona de ser elegido como el Coordinador de los Comités de la 4T -o sea, el candidato para la Presidencia de la coalición en la que también participa el PT-, antes de que se decidiera que sería la ex jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum.

La lista sigue y sigue. Tan solo en mayo de 2023 un bloque de 16 alcaldes de Morelos emanados del PAN, PRI, Movimiento Ciudadano, Redes Sociales Progresistas y Morelos Progresa decidieron sumarse a Morena. 

En septiembre de 2023, en Sinaloa desaparecieron la bancada del PRI en el Congreso local al irse las y los legisladores a Morena, como te contamos en esta nota. Y hace días el diputado ex panista Rommel Pacheco, el senador ex priista Jorge Carlos Ramírez Marín y Pedro Kumamoto, el primer candidato independiente en ganar una elección para ocupar un puesto de representación popular en Jalisco, brincaron hacia Morena también.

¿De qué se trata este fenómeno? ¿Es la irresistible marca de Morena a la que la clase política no se puede negar? ¿Es una migración honesta y bien pensada para el bienestar del país?

Lo cierto es que la “super victoria” de López Obrador en 2018 sí fue -y es- atractiva, como también lo es la propuesta de Movimiento Ciudadano que es otro partido receptor de disidentes de otras organizaciones políticas, nos dijo Jorge Márquez.

Pero la dinámica está cambiando y en algunas ocasiones hemos visto cómo partidos, como el de Dante Delgado (MC), se han mostrado resistentes a recibir a quienes se inconforman y amenazan con renunciar a su partido, como le pasó al ex canciller Marcelo Ebrard

Quizás ese rechazo sutil, aunque solo sea notorio en las figuras políticas más visibles, sirva para empezar a desincentivar los chantajes, las conveniencias y los acuerdos bajo la mesa que hacen los chapulines para obtener un puesto. 

Ojalá que próximamente los cambios de ideologías, de partidos o de alianzas se realicen con la dignidad con la que debe conducirse la clase política, porque es lo mínimo que merecemos de quienes nos representan.

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