Por Alfonso Gama
*Esta publicación forma parte del reconocimiento por haber participado en el concurso de Crónica de la Universidad de la Comunicación.
“Eso, mamona”, es la consigna de una noche más en la que decenas de almas danzantes se desnudan. La Zona Rosa de la Ciudad de México es un espacio que la comunidad LGBTTIQ se ha apropiado para sus noches de diversión y expresión. Al caminar por las calles de la zona se escucha la sintonía de música, bailes y extravagancia.
Desde las filas destinadas al ingreso hace calor. Una puerta negra, rodeada de mármol, está custodiada por tres hombres altos con uniformes negros y barbas tupidas, quienes catean a los asistentes para preservar la seguridad.
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El suelo gris de mosaicos retiembla junto con el techo de cristal y las luces; todo junto parece una llama de colores neón, que baila al ritmo de la música.
Una plataforma sin luz se convierte de repente en un pedestal por donde descienden las reinas de la noche. Se apoderan del lugar y cautivan con atuendos brillantes, elegantes y pelucas de distintos colores. El principal atractivo es ver a las chicas brillar.
El ambiente se prepara para recibir el espectáculo de drags. El draggismo o ser drag no es vestirse de mujer, es toda una expresión artística del género. Y también es un mito que quienes lo practican sean personas trans. Detrás de esas pelucas y tacones espectaculares hay de todo: hombres y mujeres heterosexuales, homosexuales y sí, también personas trans.
Todas las personas pueden ser o hacer drag, contrario a la creencia de que solamente los hombres lo hacen. Por ejemplo, hay personas que retratan los rasgos masculinos y se denominan drag king. También hay quienes satirizan los estereotipos y rasgos masculinos o femeninos. A estos artistas se les denomina bioqueen o bioking, según sea el caso.
“Ya vine a levantar el evento”, grita Deetox Alanis, una mujer trans que encontró en el draggismo la seguridad y valor que necesitaba para enfrentarse a una sociedad donde ser auténtica es un riesgo. Con un movimiento de cabello y un guiño, comienza el show.
Después de su grito, las luces comienzan a parpadear al electrizante ritmo de I Feel Love, de Donna Summer. Las porras están a su máximo nivel. En el público, dos chicas platican entre ellas cuánto les gustaría maquillarse como Deetox.
Con Deetox en el centro, dos drags bailan para “dejarte fría”, una expresión que hace alusión al impacto que te causa ver su extravagancia. Las reinas dominan el vogue a la perfección, estilo de baile con orígenes en la ciudad de Nueva York, entre las décadas de los 60 y 80. La drags mueven las piernas y los brazos como aquellos grupos queer lo hicieron hace varios años
Las luces se apagan y paulatinamente suena Americano, de Lady Gaga, que Alanis interpreta de manera perfecta… con lip sync (mover los labios de forma tan sincronizada que parece que efectivamente está cantando).
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Golpes de realidad
Aquí las drags son las reinas. La gente les pide fotos, les invita tragos, las respetan. Los lugares de entretenimiento nocturno son seguros para ellas, pero en la vida cotidiana corren riesgos que son poco visibilizados. A veces el rojo ya no es el color del labial, sino el de la sangre.
México ocupa el segundo lugar mundial en asesinatos a personas trans, con 245 trans-feminicidios entre 2015 y 2019, de acuerdo con la organización de diversidad sexual Letra S.
Aquellas reinas que están en el escenario son conscientes de que la gente las quiere, pero también saben que sus hermanas que ejercen el trabajo sexual sobre Calzada de Tlalpan, al sur de la Ciudad de México, ponen en riesgo la vida todos los días, con cada cliente. La noche está por cerrar, entonces comienza a sonar I Will Survive de Gloria Gaynor, un tema de inspiración para la comunidad que ondea la bandera arcoiris. No por nada les inspira, la misma canción dice: “¡Yo sobreviviré!”. Las drag queens que están en el escenario se abrazan y lo saben: ellas también sobrevivirán.
