En las entrañas de un “Club de la Pelea”

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“Sin piedad. Ahí no piensas ni madres, te desconectas. La sangre está hirviendo y la adrenalina está arriba” dice El Pantera, un peleador callejero de 28 años, en el gimnasio donde entrena, en la zona Centro.

La preparación física no es la única que importa: “Me meto un jalón, un pericazo y vamos con todo. Me anestesiaba el hocico, me subía chingón”.

El Pantera supo desde pequeño que lo suyo eran los golpes. “Siempre he sido muy de barrio, muy ñero, siempre me ha gustado darme en la madre”.

Como uno imagina que sucede con top models o actrices, a El Pantera lo descubrió un “cazatalento” en la calle “dándose en la madre”, como él dice. “Si te gusta madrearte, haz que valga la pena y gana dinero”, le dijo el hombre que lo invitó a participar en el boxeo clandestino.

La cicatriz en su frente se encarga de recordarle su primera pelea hace cuatro años. Su oponente, un tipo más alto, robusto y fuerte. “Parecía un cargador” que maltrató la humanidad del Pantera en los primeros minutos, para fortuna del boxeador los años de entrenamiento ayudaron, empezó a caminar, a cansarlo. Salió victorioso. En sólo 12 minutos obtuvo 35 mil pesos.

Foto: Cristopher Rogel Blanquet

“Llegué con miedo pero muy seguro de mi mismo, de saber lo que iba a hacer y de partirle la madre”. Ese día, un aproximado de 70 personas vieron salir a un Pantera ensangrentado, hinchado, amoratado pero triunfante.

Cada marca en su rostro y hasta su dentadura narran sus encuentros. El diente postizo que mueve de adelante hacia atrás con la lengua, como si se tratara del anillo que queda en una lata vacía, relata aquel encuentro con un colombiano, un duro codazo le tiró el diente y casi logra derrotarlo. Pero el extranjero no contaba con los conocimientos de lucha del peleador mexicano. Con táctica y paciencia, le ganó.

Las reglas en este tipo de eventos, si es que las hay, son mínimas: el espectáculo termina hasta cuando uno de los dos contrincantes queda fuera de combate, se rinde o queda inconsciente, esto último es lo más común y si para cuando cae al piso aún no pierde el conocimiento: “puedes hacer lo que tu quieras, patearlo o azotarle la cabeza”, dice El Pantera.Foto: Cristopher Rogel Blanquet

El negocio

No existen cifras oficiales sobre detenciones y redadas de estos “Clubs de la pelea” mexicanos. Pero El Pantera lleva su propia estadística: seis peleas, solo una de ellas perdida, todo en dos años.

El peleador alternaba su trabajo como chofer de microbús con las peleas. Como dueño de su unidad, gana unos 20 mil pesos mensuales. Los ingresos por ganar una pelea -no hay ganancia si la pierde-, son mucho mejores: hasta 75 mil pesos ha cobrado.

Sin embargo, el desgaste físico y el riesgo impiden que los encuentros sean tan frecuentes, por ello, sólo ha sostenido seis peleas en dos años.

Cerca de donde Cuestione lo entrevista, los golpes de una clase cercana de karate lo alertan y brinca levemente como acto reflejo; aprieta los puños.

En los sótanos donde pelea -en uno de los mercados más grandes de la Ciudad de México- no hay rings, ni mucha luz, solo gente gritando, esperando ver un poco de sangre para que el espectáculo valga la pena. La venta de alcohol y drogas es aperitivo común en estos encuentros.

Contrario a lo que muchas se imaginan, el público lo conforman miembros de las esferas más altas de la sociedad, acceder sólo es posible con invitación. El dinero que se apuesta en los ocho encuentros, promedio que se dan por noche, así lo impone: hay gente que se juega hasta 100 mil pesos en cada apuesta.

La familia

Su esposa supo desde sus primeras peleas. Lo apoyó, incluso en los momentos difíciles, donde no hubo gloria, como aquella ocasión que lo llevaron al hospital de Xoco por las lesiones que tuvo. Para los doctores, El Pantera fue víctima de un asalto.

Fue una noche triste, dura. No sólo para su cuerpo, también para su bolsillo, no se llevó ni un peso. Eso lo molestó a él y a las personas que le apostaron. Tanta fue su frustración por esa derrota, que a las pocas semanas pidió volver a pelear y entonces el triunfo le sonrió de nuevo. Las heridas en el orgullo son las que más duelen, las que más pesan, asegura el peleador.

Para ese momento, aquel hombre conocido como El Pantera comenzó a sonar fuerte en el mundo de las peleas clandestinas, las ofertas de pelear en otros países llegaron. Querían verlo en Asia…

“Me invitaron a China, 150 mil pesos si ganaba. No acepté porque eso es otro nivel, no quería regresar en una caja”.

Después de la sexta pelea, el cuerpo empezó a cobrar factura. La cabeza comenzó a doler, sus pensamientos ya no eran claros. Eso y su hija de tres años lo hicieron reflexionar.

El Pantera termina la conversación y de inmediato comienza a golpear, a mano desnuda, un costal de boxeo. Mueve la cintura, hace fintas, mientras dice que a veces extraña esas noches en las que llegaba sin más armas que sus puños con la total convicción de aniquilar a quien le pusieran enfrente.

Foto: Cristopher Rogel Blanquet

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