“Estoy cansada de salir con miedo a ser violada o desaparecida” #NoMeCuidanMeViolan

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¿Qué reunió a cientos de mujeres de todas las edades, incluso niñas, la tarde del 16 de agosto en la Glorieta de Insurgentes y en otras plazas públicas del país? La indignación.

¿Cómo no salir a gritar “Ni una más, ni una más, ni una asesinada más”, si en lo que va del año, más de 400 mujeres fueron víctimas de la violencia más extrema que hay contra las mujeres: el feminicidio? 

“¿Pero por qué ahora?” “¿Por qué así?”, dicen algunos en redes sociales. Porque una semana antes se hicieron públicos dos casos de menores de edad que presuntamente fueron violadas por policías capitalinos, una de ellas en la alcadía de Azcapotzalco y la otra en el Museo Archivo de la Fotografía.

Aunque la realidad rebasa por mucho estos dos casos: casi 400 mil mujeres dijeron haber sido atacadas sexualmente por un agente de seguridad o un policía o un militar en 2016, de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares de ese año, último del que se tiene registro.

#NoMeCuidanMeViolan se volvió el lema de una movilización masiva, en la que el centro de la denuncia eran dos jóvenes abusadas sexualmente por policías, pero el contexto eran todas las violencias que todas las que estaban ahí han vivido alguna vez a lo largo de su vida sólo por haber nacido mujeres.

 Foto: Cristopher Rogel Blanquet

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El mitin se volvió fuego

“Estoy cansada de salir con miedo a ser violada o desaparecida”. “De que haya tantas trabas para castigar a quienes nos hacen daño”; y de que “los gobiernos sólo simulen que les importa lo que nosotras vivimos”, fueron las razones de una joven y sus amigas, para reunirse un viernes de quincena afuera de la Glorieta de Insurgentes, para protestar por segundo día en menos de una semana. 

A las 6:30, centenares de mujeres ya desbordaban la Glorieta de Insurgentes y las escaleras del Metrobús Línea 1. Llevaron paliacates y un montón de aerosoles morados y rosas. El llamado era claro: ejercer su derecho a la libre manifestación.

La protesta sería principalmente pacífica. Ninguna de las invitaciones llamaba directamente a una acción confrontativa, ni ir con gases, palos o cohetes. 

Sin embargo, la convocatoria no era para participar en una fiesta de diamantina con globos rosas sino a formar un mitin cargado de consignas y pronunciamientos feministas, un movimiento social y político que lleva más de 100 años de militancia en México. 

Todo era simbólico: quemaron brassieres, se vistieron de negro y se encapucharon, bailaron, enunciaron poemas, leyeron pronunciamientos y convirtieron en pintas las consignas habituales, como “El patriarcado se va a caer”. Total, “las paredes se limpian, pero las mujeres no regresan”, dijo una de las que pintaron. 

Con el sol de la tarde a medio caer, las colectivas decidieron dejar el mitin y se organizaron en contingentes para marchar alrededor de la Glorieta. 

Al grito de “Salir a protestar, no es provocación”, las mujeres detuvieron el tránsito y caminaron por el paso vehicular, arriba del Metro Insurgentes. Lanzaron gases morados y brillantina. Algunas iban abrazadas, gritando lo más fuerte que podían que “América Latina sería toda feminista”. Cuando alguna levantaba el puño, todas se callaban para escuchar la indicación de las que iban enfrente. 

Foto: Cristopher Rogel Blanquet

Los contingentes avanzaban al ritmo lento de la batucada feminista. De pronto, en la salida de la calle Puebla, de la colonia Roma, llegó un camión con granaderos. El primer aviso de que podría hacerse uso de la fuerza, pero cuando los policías planeaban estacionarse,  un grupo de mujeres correteó el vehículo hasta que decidieron irse. “Entre nosotras nos cuidamos”, era la consigna.

Los ataques

Los hombres no estaban invitados a marchar con ellas, lo indicaban varias convocatorias. Por eso saltaron a la vista algunos jóvenes solos o en grupos pequeños, encapuchados y otros con gorra y ropa casual, que observaban fijamente la concentración pero se mantenían replegados en las paredes. 

“Esos son los infiltrados, los golpeadores”. “Aguas con ellos, salieron de la SSC-CDMX”, se pasaban la voz entre las colectivas feministas. Pero después fue más difícil identificarlos porque otros hombres que fueron como acompañantes se colaron hasta en la vanguardia y se negaron a salir de ella. Algunos insistían en fotografiar a quienes no querían. Muchos de ellos tuvieron que ser sacados a empujones o con aerosol.

Hasta ahí la protesta había sido mayormente pacífica. De pronto, en medio de la marcha y en plena transmisión en vivo, un sujeto golpeó en la cara a un periodista de ADN 40. De acuerdo con los videos, ese hombre habló previamente con un hombre mayor que caminaba entre los contingentes de mujeres. Al ver el ataque, las jóvenes sacaron a empujones al agresor.

El ambiente pasó de la tensa calma a la incertidumbre. Las mujeres siguieron avanzando. De pronto, el paso de la protesta se detuvo y se concentró atrás de la SSP-CDMX. Las policías mujeres que resguardaban el edificio sólo miraban y parecían en espera de una orden. No pasó de gritos.

Un grupo de jóvenes mujeres grafiteó y rompió los vidrios de una camioneta de la Comisión de Derechos Humanos de la capital, quien hasta entonces no había intervenido en los casos de violación por parte de policías. Sonaron cohetes. 

De pronto alguien infundió una alerta. Nadie supo por qué. Todo mundo corrió por donde pudo… minutos después se armó de nuevo la concentración pero cobró otros tonos. No, aquí no se perdió el control, sino que lo recuperaron las mujeres jóvenes.

De nuevo era su protesta. Se organizaron para proteger ese espacio. Sacaron a los hombres y, entonces sí, un grupo de ellas hizo una franja de fuego en la estación del Metrobús que queda de frente a esa Secretaría. Lo que siguió fue la destrucción con palos, patadas y pintas de esa estación que, horas después de los hechos, fue totalmente reparada.

Organizadas, las jóvenes se siguieron al Ángel de la Independencia. En el camino hicieron una parada en la estación de policía que está sobre la calle Florencia y prendieron fuego. Ahí salió la policía e intentó detener a algunas, pero el resto las protegió e impidió que se las llevaran. Seguían juntas. Incluso hicieron una valla frente a los policías y sus toletes y les gritaron en conjunto: ¡No las usen! ¡No las usen!.

Fotos: Cristopher Rogel Blanquet

Segunda llamada

Esta protesta fue una segunda llamada a la jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum. Cinco días atrás, el lunes 11 de agosto, decenas de activistas, entre ellas madres de víctimas de feminicidio como Norma Andrade, se manifestaron afuera de la SSP-CDMXy de la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México, por los mismos casos. 

La manifestación culminó en vidrios rotos en la Procuraduría y en un secretario de seguridad pública –Jesús Orta– rociado con diamantina rosa. Ese día, Sheinbaum habló públicamente, pero no para explicar la investigación contra los policías, sino para llamar “provocadores” a quienes protestaron, lo que indignó en redes sociales al movimiento amplio de mujeres. 

En esta nueva protesta, pero varias horas después de iniciados los disturbios y prácticamente al cierre, el gobierno de la ciudad de México envió un comunicado para insistir en que “no caerá en provocación” y que no habrá impunidad, pero no para las víctimas de violencia contra las mujeres sino en las investigaciones que ya inició contra quienes destruyeron mobiliario de la ciudad. 

Las jóvenes terminaron la protesta en el Ángel de la Independencia, donde los aficionados al fútbol festejan sus triunfos o las madres de personas desaparecidas concluyen sus marchas los 10 de mayo. 

La noche hizo casi invisible los tonos de los aerosoles, pero a la mañana siguiente, todas las personas que salieron a pasear por la avenida principal Paseo de la Reforma podían ver el mensaje de las mujeres: “Nunca más tendrán la comodidad de nuestro silencio”.

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