El papá del whatsapp

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Hace unas semanas recibí un WA de un papá invitando al de 16 a pasar unos días en su rancho con su hijo y otros amigos de la escuela. Siendo que estaba en el plantel sur hasta hace un año y que el plantel actual es significativamente más grande, estamos los dos en un nuevo y desconocido universo (sobre todo para mí). Nuevos amigos. Nuevas familias. Nuevo todo. Y ante eso, cuando recibe una invitación a un nuevo lugar, yo no tengo empacho en hacer mi interrogatorio. Al de 16 evidentemente le debe de cagar, pero como sabe que si quiere ir ese es el único camino, asume.

A este amable papá (que de entrada aplaudo por mandar mensaje personalizado a cada mamá antes de abrir el chat para la ocasión) le agradecí la invitación y acto seguido procedí:

“¿Oye, y cómo es el plan? ¿Quiénes van? ¿Cómo se van? ¿Quién maneja? ¿Tú estarás ahí todos los días? ¿Hay plan de antros?  Y… la de los 54 mil… ¿Cómo es tu filosofía en cuanto al alcohol y los chavos?”

El papá, súper amable me dio respuesta a todas mis preguntas, probablemente pensando “mmmta esta viejaaa”… y cuando llegamos a la del alcohol, me dijo “Mira, yo no estoy de acuerdo que los chavos tomen, pero sé que en las fiestas lo hacen y es inevitable, mi hijo es tranquilo y yo soy muy respetuoso del tema así que, si te parece bien, solo les daré chance de tomar una o dos cervezas por día”

Yo, “OK, gracias por tus respuestas. Todo me parece perfecto. Menos lo del chupe. No quiero de ninguna manera decirte qué tienes que hacer, pero precisamente me parece que sí, sí podemos evitarlo. Y que una cosa es que vayan a fiestas y beban (que nunca dejaré de pensar que es una pésima idea) y otra muy distinta es que nosotros les demos de beber. Justo sí podemos decirles que no. Pero, insistiendo en que cada quién hace lo que piensa que es mejor, y que yo tengo que pensar si doy este permiso o no… una última pregunta: ¿el chupe va a estar a la mano o tú lo vas a administrar?”

De eso dependía mi decisión: ya fuera hablar con el de 16, hacer un acuerdo y confiar, o si era un open bar, definitivamente, declinar. Y es que, pienso, no es lo mismo ir a una fiesta 4 horas, recogerlo y estar… a que se vayan 4 días a un plan en donde tengan acceso permanente y quién sabe qué pueda pasar.

Puntitos, puntitos, puntitos….

El papá tecleaba su respuesta, el de 16 sudaba frío, y yo pensaba… ¿seré una pinche exagerada?

¡DING!

Entra el mensaje con el siguiente texto: “¿Sabes qué? Me quedé pensando. No voy a darle chelas a nadie. Aunque tenga autorización de sus padres… ¿para qué?”  

En mi cabeza escuché como un coro celestial unánime “oooooooooohhhhhh”, y contesté algo tipo:  “me parece buenísima decisión, te agradezco enormemente, te llevo al niño, gracias por la invitación.”

¿Por qué ventaneo todo esto?

Porque me parece IMPERANTE que entendamos que darles alcohol a menores de edad: es ilegal, es peligroso para su salud física, mental e integral y es, a.b.s.o.l.u.t.a.m.e.n.t.e innecesario. Aunque otros lo hagan. Aunque los escuincles presionen. Aunque sean 2 o 3 chelas. Nada, absolutamente naaaada justifica que nosotros, los adultos responsables a cargo les demos algo que los pueda poner en riesgo. O les demos “autorización” de hacerlo.

¿¡WTF papis y mamis?!

#todomal

Nadie diría jamás: “mira, si acaso les doy solo una dos rayitas de coca, uno o dos churritos de mota, una o dos tachitas, no te preocupes, es normal, es inevitable, de todas maneras lo hacen”… ¿O a poco sí?

¡Claro que no!

Entonces ¿por quéeeeee chingados somos tan laxos? (diría irresponsables o idiotas, pero no se me vayan a ofender).

Probablemente hay muchos por ahí que opinen que soy una exagerada (el de 16, de entrada), pero, me parece, que no hay nada más importante que proteger la salud de tus hijos. Y darles alcohol, permiso para tomar alcohol, dinero para comprar alcohol, es hacer completamente lo contrario.

Fíjense ustedes que el cerebro, durante la adolescencia, pasa por un proceso de expansión, reajuste y conexiones neuronales ¡incluso más importantes que en la primera infancia! y cuando un adolescente toma regularmente alcohol (incluso en pequeñas dosis pero de manera regular) esos procesos no solo no pueden llevarse a cabo óptimamente, sino que además, el cerebro se acostumbra a la sustancia extra para sentirse bien y las probabilidades de volverse adicto a necesitar sustancias extras (que ooobvio van a dejar de ser “solo dos chelas”)  incrementa de manera alarmante ¿qué quiere decir eso?  que entre más chicos empiecen a beber, más probabilidades tendrán de volverse alcohólicos y en muchos casos, adictos a otras sustancias. Lo cual hace sentido: cada vez necesitas más para sentirte bien porque tu cerebro no sabe sentirse bien solo, divertirse sin un “algo más”, autorregularse, estabilizar el ánimo de maneras naturales o, a través de otras actividades, lo cual también puede derivar en enfermedades mentales graves o cuadros de depresión y ansiedad crónicas.

¿Así o más grave?

¿Quién quiere un hijo con adicciones? ¿Con una enfermedad mental? ¿Deprimido?
¿Ansioso permanentemente?

¡POR SUPUESTÍSIMO QUE NADIE!

Entonces, ¿por qué chingados estamos dando permisos “inevitables” que los pueden mandar  ahí? ¿Por qué estamos diciendo que sí, a algo que interfiere y limita su futuro y su potencial individual? ¿Que afecta, entre otras cosas, la zona cerebral relacionada con la memoria y el aprendizaje (o sea el hipocampo) e incluso causa daños sobre la memoria, el aprendizaje y la planificación de tareas?

¿Por qué quisiéramos ser cómplices de que tuvieran alteraciones en sus relaciones personales, del rendimiento escolar, comportamientos violentos y conductas peligrosas para la salud como prácticas sexuales de riesgo o conducir bajo los efectos del alcohol  (que es la causa número 1 de muerte en jóvenes, por cierto)? ¿Por qué ¡además! ponernos en riesgo a nosotros, que seremos las personas legalmente responsables si, en nuestra casa o fiesta,  un chavo  se empedó y le pasa algo en nuestra casa?

No hay una sola razón para decir que sí. Ni una. Ante el “pues es que mejor que aprendan conmigo” insisto: también van a estar expuestos a drogas, sexo y miles de otras cosas…¿les darías permiso de probarlo contigo a los 16 años? ¡Por supuesto que no! dejemos pues la doble moral. Hagamos nuestra chamba, que es protegerlos. Decir que no, cuando es no, y sí cuando es sí. No seamos cómplices ni responsables de desgracias.

Efectivamente, como  la pendejez es infinita, esto va a seguir sucediendo. En las fiestas van a seguir bebiendo. Y habrán casas en donde no habrán adultos responsables a cargo ¿qué hacemos con eso?: ¡encargarnos de nuestros hijos!

Saber cuál es el plan. Hacer las preguntas incómodas. No dar permisos que no son adecuados. Hablar con nuestros hijos. Regular a nuestros hijos. Conocer a los amigos de nuestros hijos. Estar en  comunicación con los papás de los amigos de nuestros hijos menores. Coachear a nuestros hijos, todos los días. Contarles las historias de terror a nuestros hijos. Ir a recoger a nuestros hijos. Conocer a nuestros hijos. Hacer acuerdos con nuestros hijos. Poner reglas claras a nuestros hijos. Y después… confiar en nuestros hijos.

¿Van a probar? ¡Claro que sí!

¿Se van a equivocar? ¡Probablemente más de una vez!

¿Van a querer experimentar y salirse del huacal? ¡Oooobvioooo sí! ¡Es la descripción del puesto de ser adolescentes!

Todo eso va a pasar. Todos lo hicimos. Todos lo harán.

La cosa aquí no son ellos, la cosa es que tú y yo, papá y mamá (los adultos “responsables” a cargo de estas personas) no podemos, por ningún motivo, ser las personas que les demos los medios, los permisos, ni las oportunidades para empedar. Tu chamba es cuidarlo. No ponerlo en riesgo.

En una sociedad que insiste en hacerlo todo mal, se trata, de atreverse a hacerlo bien.

A decir que no. A no tener miedo a “traumar” a tus hijos por dejarlo fuera del plan (o soplarse las jetas que eso posiblemente conlleve).  Y a rectificar el rumbo en  cualquier momento del camino, en pro de su salud y la responsabilidad.

Como este papá que, al final, le regaló a un grupo de chavos unos días increíbles de fut, de risas, de ejercicio, de excursiones, de helados en la plaza, comida deliciosa, aire libre y diversión.

Los chavos no necesitan alcohol para pasarla bien.

Necesitan papás que tengamos eso claro y oportunidades para comprobarlo.

Gracias a ese papá. Y aplausos de pie.

Otra colaboración de la autora: Abrazo grupal

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