Contra la censura

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Mi vida se ha convertido en una cruzada contra la censura, cuando mi único objetivo era ser escritora y vivir de mi trabajo. ¿Por qué escritora? Hay dos respuestas, la corta y la larga. La larga es: porque me fascina leer, me fascina escribir, me apasionan los libros y yo quería llevar mi pasión hasta las últimas consecuencias; la corta: porque sí, porque se me da la gana. Como cualquier persona que se dedica a lo que se le antoja.

Un psicólogo estudia Psicología para ayudar a los demás mediante la terapia o trabajar en recursos humanos; un cirujano estudia Medicina para entrar al quirófano y operar a sus pacientes para darles una mejor calidad de vida; una abogada estudia Derecho para sacar a sus clientes de prisión o hacer contratos de arrendamiento o para fusionar empresas o divorciar parejas en conflicto y salvaguardar a los menores hijos; una ingeniera civil estudia Ingeniería para construir puentes, edificios, estadios, aeropuertos o ferrocarriles; una actriz para hacer teatro o películas o telenovelas o comerciales de televisión. 

Así, yo estudié para ser periodista y escribir historias que emocionaran a los lectores de ficción desde la experiencia de ser testigo directo de la realidad a plasmar en mis textos, y luego estudié una maestría en Periodismo enfocada en dirección de empresas editoriales para poder publicar los libros de otros autores y los míos con una perspectiva que trascendiera el crear “por amor al arte”, le diera verdadera dignidad al hecho de escribir, sustancia a los sueños guajiros y la posibilidad de convertir en materiales los proyectos de la imaginación; una sustancia rentable que permitiera la continuidad de las fantasías en la realidad. 

Con lo que no conté fue que quienes manejan las mafias editoriales y los círculos culturales pueden convivir con los proyectos marginales mientras se mantengan en esa marginalidad y, claro, el tema no sea el sexo y, lo más importante, que quienes me conocieron de niña obediente y bien portada y estaban a gusto con mi aparente calma y sumisión. El hecho de que haya crecido en versión mujer independiente y lujuriosa es digno de castigo o indigno de credibilidad. Porque, ¿no es normal dejar de parecerse a los adolescentes que fuimos? ¿Acaso tenía que seguir siendo la misma persona tímida, insegura y frágil que fui a los quince años?

¿Por qué si no me meto con nadie, ni me gasto el dinero de los impuestos ni el que no me haya ganado con mi trabajo, no soy latosa ni molesto a nadie ni ando dándole instrucciones a nadie de cómo debe existir, y vivo el erotismo como una sugerencia, como una sutil invitación, terminé siendo diana de la censura en ferias de libros, centros culturales y otros sitios?

Claro que tengo mis teorías. La principal es la del miedo: un miedo profundo e irracional a la libertad y la plenitud ajenas, como las mías. 

El mundo insistió en que no podía hacer lo que se me diera la gana, y lo hice. Además lo hice yo, una mujer promedio, una que prometía ser alguien que pasara por aquí sin pena ni gloria y resulta que salí provocadora de escándalos. Eso sí que no se puede permitir.

Lo que ignoran es que de niña y adolescente estaba llena de ideas, ideas que se me desbordaban del cerebro hacia el papel y los sueños despiertos, pero era tan insegura y me sentía tan inadaptada en el mundo que preferí la comodidad del silencio, un silencio autoimpuesto para no mover las aguas, no patear el avispero, no despertar a los vecinos con mi zapateado, no provocar cejas levantadas ni bocas torcidas ni reacciones adversas que me distrajeran de mis objetivos. ¿Para qué perder el tiempo peleándome, justificándome, defendiéndome, explicándome, si podía utilizar esa energía y esas horas para crear? El silencio era mi zona de seguridad.

Tengo un temperamento tranquilo, soy callada, observadora, prefiero escuchar; definitivamente no soy la reina de la fiesta. Mi temperamento tranquilo fue confundido miles de veces con debilidad, fragilidad, pero el estruendo no es garantía de una vida de leyenda. 

Pero por dentro siempre he sido un explosivo al borde de la detonación; mi interior está poblado de ideas, de creatividad; es insaciable por crear, viajar, conocer, por llevarme hacia los bordes de los precipicios que haya que conquistar.

Así que recibo la censura que venga no con indefensión aprendida, sino como un reto: quienes pretenden callar a la libertad, mi libertad, pueden esperar sentados. Yo nunca me canso primero.

Más de la autora: Obsesión por el erotismo

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